“¿Quién me arregla a mí lo que tú hiciste mal?”

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¿Quién me arregla a mí? ¿Quién me arregla a mí los “tú sabrás lo que me pasa, ¿no?”, las veces que me repetías “haz lo que quieras…”, los “¿otra vez con el mismo tema? Me vas a volver loco”, o los manidos “mira, mejor déjalo…” ¿Quién me arregla a mí lo que tú hiciste mal? Que decidieras irte de mi vida, desaparecer, esfumarte. Han pasado meses y aún me sigo preguntando cuál sería la razón, a veces me culpo por ello. Que pasaran días y me negaras la palabra porque estabas enfadado, como castigándome con tu silencio y que solo cuando tú querías todo volvía a ser como antes. Quién me arregla las veces que actuaste raro conmigo pero no (sí) te pasaba nada (algo).

He ido a terapia y me cambiado de piso. Mis amigos me dicen que no me querías tanto, que no soy culpable de nada y que lo que tú hiciste mal lo arregles tú. Creo que tienen razón. Hace tan solo un año pensé que nunca podrías hacerme daño. Siempre he dicho que en una relación lo más importante es comunicarse con asertividad y respeto: “La verdad que estoy un poco molesta contigo” (“tú sabrás lo que me pasa, ¿no?”), “No me hace mucha gracia, pero eres libre de hacer lo que quieras, no me voy a enfadar ni mucho menos” (“haz lo que quieras…”), “Creo que te vendría bien desconectar del tema, pero te voy a escuchar siempre”( “¿otra vez con el mismo tema? Me vas a volver loco”,), “Prefiero no seguir hablando de esto, pero muchas gracias igualmente” (“mira, mejor déjalo…”), los “la verdad que sí, estoy raro, me gustaría que habláramos y solucionarlo”. Contigo no pudo ser.

(Canción “No me querías tanto” de Natalia Lacunza.)

https://youtu.be/9mwR9hGINhQ

El papel que juega la comunicación en las relaciones ha sido estudiado de manera exhaustiva por la psicología social. Se ha prestado especial atención, en este sentido, a las estrategias de comunicación que pueden adoptarse durante el intercambio simbólico.

Quiero hacer énfasis en la estrategia pasivo agresiva, que se hace evidente en el texto anterior y que se caracteriza por una falta de expresión directa de los sentimientos y pensamientos personales, mientras que se intenta coaccionar indirectamente al otro para que ceda. La manipulación se haría notable por las malas caras, por las insinuaciones, o por la llamada “ley del hielo”, que consiste en ignorar completamente a la persona con la que se ha tenido un conflicto. Todo ello va generando malestar a la otra persona.

La manera en que hemos sido socializados influye indudablemente en esta carente comunicación y esta manera tan pasiva de enfrentar los contratiempos y de gestionar, así, las relaciones sociales. Se nos ha enseñado desde pequeños a ocupar nuestro lugar como seres productivos, a cumplir unas normas básicas de educación en la mesa, en el juego o en la escuela. Se nos ha insistido en dar siempre las gracias, en pedir perdón y perdonar y, sobre todo, en decir siempre “por favor”, como si fueran estas las únicas reglas básicas para desenvolvernos y alcanzar el éxito social. Aprendemos todos estos mecanismos casi sin esfuerzo. Sin embargo, cuando se trata de abordar situaciones de mayor complejidad emocional que, por cierto, no son poco comunes en la vida cotidiana, no contamos con las herramientas suficientes.

Cuando surge un conflicto entre dos niños, por ejemplo, es frecuente que se les diga “ignóralo”, “haz como si no existiera” o “déjalo pasar, que no es para tanto”, como si los problemas se resolvieran por arte de magia. En esto tiene mucho peso la cultura popular y refranes que se han repetido generación tras generación como: “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, “el tiempo todo lo cura”. Lo cierto es que el tiempo no cura nada si no hacemos de él un tiempo de sanación que se ajuste a nuestras necesidades.

A pesar de que puede parecer que todo lo relacionado con las emociones y la conducta humana se aprende de manera instintiva en el propio trascurso de la vida y a base de ensayo y error, considero que educar emocionalmente a las personas para que adquirieran habilidades de comunicación asertiva sería cuanto menos conveniente. Esto evitaría, por un lado procesos psicológicos complicados a personas que no saben expresar de manera sincera sus sentimientos teniendo siempre en consideración al otro y, por otro, los perjuicios causados a los otros por este tipo de comunicadores pasivos.

Algunas habilidades específicas de la asertividad que podrían trabajarse consistirían en la defensa de los derechos propios, pedir favores, decir cumplidos, saber decir que no, dar una queja, solicitar cambios de conducta a otros, interactuar con personas diferentes, discutir y negociar, intervenir en un conflicto, tomar decisiones o dejar atrás relaciones inadecuadas.

El hecho de que la conducta humana no sea inamovible, sino que pueda modificarse, es una oportunidad para que cada uno de nosotros haga un ejercicio de introspección y reflexione acerca de si debería trabajar en el desarrollo de sus habilidades asertivas.

Referencias:

Morales, J. E. A., & Vargas, J. E. (2010). Comunicación asertiva. Network de psicología organizacional. México.

González, L. G., & Kasparane, A. G. (2009). Asertividad: un análisis teórico-empírico. Enseñanza e investigación en psicología, 14(2), 403–425.

Pérez, A. C., León, N. K. Q., & Coronado, E. A. G. (2017). Empatía, comunicación asertiva y seguimiento de normas. Un programa para desarrollar habilidades para la vida. Enseñanza e investigación en psicología, 22(1), 58–65.

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