SOS… Dejadme morir

La muerte no es nada más que el fin de la vida, pero tenemos tantísimos problemas para hablar de ella, normalizarla y que no sea un tema tabú que es algo muy interesante de tratar.

Este libro que titula mi publicación te hace pensar acerca del duelo, te enseña lo que es una muerte digna y lo que no, te da estrategias para que el duelo no se convierta en patológico y lo superes y además es duro si has vivido situaciones de pérdida, como en mi caso, que no he podido leerlo entero de una vez, necesitaba parar por los recuerdos que me venían a la mente.

La muerte empieza desde que nacemos, con nuestra primera respiración ya estamos empezando a morir. Es un proceso natural que no debería ocultarse y no deberíamos tratarlo como algo malo que no se deba tomar consciencia de ello. Somos seres biológicos y como tales morimos, nadie se ha librado de eso, puro empirismo.

Leyendo me llamó la atención el porcentaje tan alto de gente que muere en los hospitales en lugares no preparados para esas personas, que habla mucho de lo bien que están educados los médicos en la cuestión de salvar vidas pero que mal en lo de aceptar la muerte, que cuando llegue llegó. Hay que mirar también por la calidad de vida a la que aspira el paciente

En el libro sale un caso que es el de Esther, que muestra que en España no se muere dignamente, se muere mal, y todo nace de una falta de comunicación fluida y de información veraz y de calidad (entre familia-paciente-profesionales). Una causa es el desposeer al paciente de su condición de persona capaz de decidir, sobre todo sobre su propia vida, pues es el principal implicado.

Un caso de un hombre que tenía un cáncer óseo y que estaba en su casa cuidado por su familia, pero al final la voluntad de un médico le hizo morir en una ambulancia, me recordó a mi abuela, aunque los casos no son iguales.

Voy a relatar esta pérdida, tratando de mostrar mis sentimientos en aquellos momentos porque creo que mi actitud ante la muerte fue relativamente buena. Mi abuela hace 3 años falleció de cáncer, lo hizo en su casa como ella quería. La cuidábamos la familia, yo tuve repercusiones académicas por toda esa situación, pero siento que hice lo que debía. Estuvo 1 año desde la detección del tumor hasta la muerte. Pasando por una operación para extirpar lo más superficial aunque se sabía que no podía salvarse.

Me costó aceptarlo, era mi única abuela y me aferraba a alguna posible salida, pero cuando supe que se acababa quise aprovechar todo el tiempo que pudiera con ella, mi cabeza dio un vuelco. Sabía que cuando muriera iba a poder recordarla pero no verla, que iba a poder hablar de ella con otros pero no con ella, que iba a poder cantar las canciones que me enseñaba de pequeño pero nunca se las volvería a escuchar a ella. Por eso me volqué en cuidarla sin importarme nada, ni mis estudios casi.

También recordé su estancia en el hospital después de la operación y me indigno al pensar en el trato que recibía. En cuidados paliativos se daba un trato de “muertos en vida”. Te mantengo con vida pero te tengo apartado, en otro plano, no te trato como a lo “vivos”. Siempre hay brotes verdes y alguna enfermera tenía más tacto y más empatía pero en el personal médico no encontré ninguna de esas cualidades.

Verdaderamente mi abuela no pintaba nada allí, salvarse era imposible, en ese momento estaba estable, había que llevarla a casa y acondicionar su cuarto para su comodidad y para que se le pudiera hacer las curas y así se hizo. Iba un médico periódicamente.

Recuerdo cuando mi madre me dijo que había empeorado, fui inmediatamente, ella ya no reconocía a su familia, pero cuando me acerqué me reconoció y dentro de la tristeza que sentía esbocé una sonrisa porque sabía que había hecho lo correcto. Aproveché el tiempo que la vida me había dado con una de las personas más importantes de mi vida porque merecía eso y más y no que me hubiera aferrado a imposibles y lamentos.

También me viene la imagen del tanatorio, ese desfile de hipocresía, de gente que te da el pésame aunque casi no conociera a la persona en vez de dejar a los que de verdad lo sienten que lloren su pérdida tranquilos y sin tener que seguir un protocolo absurdo. Lo pasé muy mal por el paripé que me resulta este tipo de prácticas.

La pérdida de mi abuela fue dura para mi, no patológica, pero sí que me costaba hacer algunas cosas al principio, por ejemplo no quería ir a su casa porque me traía muchos recuerdos de ella, pero mi madre hizo bien en hacerme ir con ella, pues no tenía sentido evitarlo y era peor. Ir fue un paso importante. Recuerdo que en verano busqué trabajo con la principal motivación de estar ocupado y así lo hice.

En conclusión, la muerte no avisa, llega y no pregunta, por eso debemos de tener estrategias para afrontarla y para eso la base es la educación en el tema y no ocultarlo. Así es más difícil que actuemos bajo las emociones de miedo y angustia, o al menos que podamos controlarlas y pensar en el enfermo, no querer decidir por él y no privarlo de que se cumpla su voluntad.

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