Yo no quiero hijos

El horrible egoísmo de reproducirse.

Paola Miranda
Loss
4 min readJan 31, 2017

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Si sé algo en mi vida, es que no voy a tener hijos. También estoy al tanto de que, con 22 años, nadie que quiera o tenga hijos me va a tomar en serio — pero la verdad es que, si tuviera los medios, pagaría en este mismo instante la ligadura de trompas.

Para mí, esto va más allá del gusto o disgusto por las guaguas, o de ser la vieja amargada que no devuelve las pelotas de fútbol y que reclama por la bulla en su cuadra. Mi movimiento anti-hijos no es precisamente por los niños — es por los padres y la gigantesca mentira que han creado alrededor de la paternidad y la maternidad.

Preguntémonos, sinceramente: ¿para qué tener un hijo? No es que nos falte gente –no tenemos ni siquiera los recursos suficientes para mantener a los 7 billones de máquinas de consumo que ya están en el planeta–, y el niño que esperas no tiene ningún deseo de nacer, menos aún de convertirse en el receptáculo de todas tus inseguridades. Tú puedes vivir perfectamente sin un hijo, y sin embargo, lo quieres a toda costa.

Procrear ha sido una de las estrategias a la que los humanos históricamente se han aferrado para mantener firme una tonta ilusión de control, en la búsqueda desesperada por sentir un atisbo de seguridad. Y es verdad: si uno viviera toda la vida pensando que nada tiene una razón y que estamos absolutamente solos, no habría funeraria en el mundo que diera abasto.

Muchas veces he escuchado a gente decir que quieren tener hijos por miedo a quedarse solos. Pero lo que se esconde detrás es un miedo a la incertidumbre del futuro, a no poder controlar lo que pasará contigo y con tus seres queridos. Y así es como un hijo se convierte en el as bajo la manga: si todo lo demás falla, por lo menos tienes compañía asegurada de por vida. Alguien destinado a quererte incondicionalmente y obligado a cuidarte, y que, de no hacerlo, es socialmente aceptable que sea humillado y chantajeado para que se sienta como el orto.

Malagradecido, tanto que te has sacrificado por él.

Es cierto, el sacrificio es grande. Pero no es desinteresado. Si no has conseguido nada significativo en tu vida, no te preocupes: aún puedes procrear y usar al resultado de 15 minutos de relativo placer como excusa de proyecto de vida. Al mirarme al espejo y darme cuenta de que aún no logro nada con mi vida, pude también ver a toda la gente que decidió reproducirse para asegurar su marca en el mundo. Entonces, ¿qué acto más cobarde que querer un hijo y qué egoísmo más grande que tenerlo?

Y todos siempre dicen que el amor entre un hijo y un padre es el amor más grande e increíble y que te cambiará para siempre. Pero ese es el punto: es a ti a quien cambia, es el amor más maravilloso que tú has sentido y te hará celestialmente feliz a ti.

No niego que sea real la magnitud de tan sobrenatural cariño. No pongo en duda que mi mamá moriría 50 veces si mi felicidad dependiera de ello y es cierto, yo también moriría si le pasa algo a ella. Pero también puedo ver que, de no ser por sus hijos, podría deshacerse de las relaciones más dañinas en su vida, dejar de sentirse culpable y haberse retirado hace años para vivir en Cancún en paz con sus hermanas. Además, creo que no es secreto para nadie que, a pesar del amor incondicional por mi familia, de haber podido, elegiría no haber nacido.

Con lo poco que he vivido, ya he probado el dolor de la incertidumbre y entiendo la desesperación por tener algo seguro en la vida, algo constante que sirva de flotador en el mar de desorden y entropía. Pero mejor aprende a distraerte: vuélvete religioso, hazte dependiente de un terapeuta, adopta 50 animales, o, idealmente, aprende que la vida es como el pico y que cada minuto duele más que el otro. Atrévete a fracasar, en lugar de presionar a tu descendencia a triunfar por ti.

Y aunque puede que ninguna de esas opciones sean tan eficaces como la paternidad, por lo menos ninguna implica el sufrimiento –y la gestación– de otra alma inocente a causa del egoísmo o de la falta de meditación sobre nuestras razones para convertirnos en lo que todos alguna vez odiamos.

No lo vas a hacer mejor que tus papás. No lo estás haciendo por los niños. No lo haces por nadie ni por nada más que por ti mismo, egoísta farsante.

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