Conectándonos
“Todas las cosas están conectadas como la sangre que nos une. No tejemos la red de la vida, somos simplemente un hilo en ella. Cualquier cosa que le hagamos a la red, nos la hacemos a nosotros mismos”.
-Jefe Seattle, líder de las tribus amerindias suquamish y duwamish.
Una mariposa pasa delante mío. Escucho diferentes aves acercarse. Miro hacia arriba y noto un cielo celeste pero bien celeste acompañado de unas nubes de algodón. Levanto la manos y siento la brisa. El clima es perfecto para caminar.
Un perro, ‘Ringo’, se aproxima lentamente hacia mí. Pasa por mi costado sin mostrar mucho interés. Creo que busca algo detrás de los arbustos, quizás al lado de la cabaña. Noto un movimiento, como si algo saliera corriendo. El perro, comienza a ladrar y se aproxima a velocidad constante. A los 3 segundos, lo pierdo de vista.
Giro mi mirada hacia el frente y decido caminar. Saludo a la señora. Ella retorna mi saludo con una enorme sonrisa. Camino. Unas cabañitas muy acogedoras logran que me sienta a gusto en el lugar. Quizás por las maderas que me rodean, quizás por las luces tenues, quizás por el pasto, quizás por los alrededores tan verdes. Todo suma para generar sensaciones positivas en mí.
Cien metros después, salgo del lugar. Mis zapatillas tocan la tierra, por momentos el barro. Camino hacia la carretera. Alcanzo a tocar las plantas que se encuentran formando un cerco. Aquellas que impiden avanzar hacia las propiedades contiguas. A lo lejos, noto las montañas llenas de árboles.
De pronto, diferentes pensamientos me acechan: planes a futuro, problemas pasados, trabajos que tengo que terminar o hacia dónde dirigirme en ese momento. Un repentino ladrido interrumpe radicalmente la nube de pensamientos que iba formando.
Otra vez, me encuentro presente, enfoncándome en el ahora, en lo que había a mi alrededor. El camino es angosto. A mi derecha, algunas casitas. A mi izquierda, campos y más campos.
Un mototaxi se aproxima. Doy unos pasos a la derecha y lo dejo pasar. Dentro, noto a una pareja abrazada. Imagino que deben estar contentos y que es su primera vez por acá. La excitación de vivir nuevas experiencias debió generar esos abrazos. ¿O será que son amantes? me pregunto al reenfocar el momento. Lo dejó ahí y sigo el camino.
Llego a la carretera, la Av. Miraflores. Me acaban de contar que así se llama. Ahí, un letrero del hospedaje ‘Charlie House’ da la bienvenida a los que por ahí pasan. Los invita a voltear a la derecha y aproximarse al hospedaje que podría generar momentos inolvidables.
Amanecer con el sonido de las aves. Ver las nubes tocar las montañas. Despertarse con el cálido resplandor del sol. Desayunar huevos revueltos con chorizo, maduros fritos, panes, un café más un jugo de quito quito. Recibir un buenos días de diferentes señoras. Jugar con los animales de los alrededores. Respirar aire puro. Solo sentir.
¿Acaso no son razones suficientes para generar momentos inolvidables? Creo que sí lo son.
Continúo mi camino.
Avanzo por la carretera, no hay un espacio para los peatones. Me parece genial tener carretera asfaltada pero dar un espacio para caminar ayudaría mucho a conectarnos con la ciudad y sus alrededores. No importa, igual camino hacia el centro.
Paso por un restaurante lleno de personas. Había almorzado ahí días atrás. Aquel día no había muchas personas. Hoy, en cambio, varios carros se encontraban estacionados en la entrada. Y también familias haciendo colas.
El sol se asomaba cada vez con más fuerza. Los helados artesanales que se vendían en la entrada, comenzaban a ser ofrecidos con mayor facilidad. Me provocó pero tuve que quitarme esa idea rápidamente. Soy intolerante a la lactosa y no cuentan con helados sin leche. No me encontraba con mis pastillas en ese momento y el riesgo no valía la pena.
Una moto conducida por una chica, de unos 26 años, pasa por mi costado. Pensé que sería divertido estar en moto: te desplazas rápido, se notaba fresco, mucha libertad y sobre todo practicidad para entrar por cualquier lugar.
De todos modos, prefería caminar. Así, uno nota con tranquilidad lo que ocurre a los alrededores. Uno está más conectado con lo que sucede. Percibe más, piensa menos. Siente más, se desenfoca menos. Manejando, tienes que estar alerta para que nada malo ocurra.
Un señor camina a paso acelerado. Lleva una botas negras de caucho, un ancho azul marino y un polo blanco de cuello redondo. Se notaba que había caminado varios kilómetros y que su ropa también lo había acompañado por varios años.
Me hizo recordar los últimos años de mi abuelo. Usaba el mismo polo todos los días. Aquel polo más gastado y usado. Tenía muchas camisas y polos nuevos pero prefería usar el mismo. Costumbre, cariño y comodidad. Quizás esas eran las razones por las que repetía el acto de ponerse la prenda una y otra vez.
El señor me saludó y continuó su camino. En esta ciudad, la mayoría de personas me saluda por la calle. Se siente bien. Un completo desconocido pasa a ser alguien más conocido cuando te saluda, cuando te regala una sonrisa, cuando te mira a los ojos. Uno se conecta y lo hace parte de uno mismo.
¿Es que no siempre debería ser así? Conectarnos con las demás personas y con la naturaleza. Eso debería ser lo natural, lo de nuestro día a día. ¿Te sientes así? Si no es así, ¿qué podrías hacer para cambiar tu situación?
Sigo mi camino. Listo para seguir viviendo experiencias.
“Lo más importante en la vida son las conexiones que haces con los demás” -
Tom Ford, diseñador de moda estadounidense.
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¡Que tengas un buen día!