El clásico argentino (I)

Jonathan Martell
Jonathan Martell
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5 min readOct 7, 2021
Entrada para el clásico argentino. Buenos aires, octubre 2013.

“El fútbol sin aficionados no es nada”.

Jock Stein, futbolista escocés.

Hace ocho años, alrededor de septiembre, mi ex enamorada de aquella época me comunicó: “He comprado unos pasajes a Buenos Aires, nos vamos”. Me tomó por sorpresa. Un tiempo atrás, habíamos terminado una relación de 6 meses, los cuales parecen pocos pero fueron lo suficientemente intensos como para seguir siendo amigos hasta hoy.

En aquel momento la situación era totalmente diferente. Peleados, no sabía cómo nos iría juntos de viaje. Quedaba hacer las paces y tomarlo como un viaje de turismo, de relajo, de dos personas maduras que ya no están juntas pero pueden viajar.

Semanas después — en octubre — partimos hacia Argentina. Serían solo tres días pero lo suficiente como para disfrutarlo al máximo. En aquel entonces, noté que se aproximaba un gran espectáculo, quizás uno de los más esperados a nivel mundial: el clásico de fútbol River Plate vs. Boca Juniors.

Amante de ir a los estadios y ver partidos de fútbol. ¡Tenía que estar presente! Había averiguado, por Mercado Libre, la reventa de entradas, las cuales fueron puestas a la venta solo para socios. La única posibilidad era conseguir entradas si alguno de ellos, no pudiera asistir.

Tan pronto llegamos a Buenos aires, me la pasé haciendo preguntas en Mercado Libre sobre la compra de entradas, incluso por Twitter. Era aquella época donde utilizaba Blackberry, no tenía señal internacional y básicamente me conectaba de los wifi públicos para poder tener internet.

Al regresar de nuestro paseo por el barrio de Palermo. Noté entusiasmado que tenía respuesta de uno de los vendedores. Me indicaba que nos podíamos encontrar al día siguiente por la mañana, para darme las entradas. Buscaba comprar las del sector Centenario o Sívori, que vienen a ser las de sur o norte.

A la mañana siguiente tomamos el ‘bondi’ y llegamos, sin saberlo, a uno de los barrios que — según me contaron luego — era uno de los menos seguros. Diferentes personas (hombres y mujeres) se encontraban paradas en las esquinas, con trajes ajustados, esperando clientes que pasaban por ahí. Luego de más de media hora de estar esperando, acudimos a una cabina de internet. Llamé al número del vendedor pero no obtuve respuesta alguna.

Salimos del lugar para volver a esperar unos minutos más. Felizmente mi ex enamorada fue paciente en todo momento, ya que mis ganas por obtener las entradas podían más que el posible riesgo en el cual posiblemente nos encontrábamos.

Regresé bajoneado al hostel. Tan pronto tuve internet, noté un nuevo mensaje. Era el vendedor disculpándose, se había demorado por conseguir las entradas (que recién las repartieron el día anterior) pero que no me preocupara, que más tarde podía ir a mi hostel. Inmediatamente lo llamé emocionado y acordamos una hora.

Aquella tarde, recorrimos diferentes calles de la ciudad pero realmente mi mente estaba puesta en regresar lo más pronto. Llegamos un poco más tarde de lo planeado, yo ya me encontraba algo frustrado por la tardanza. El recepcionista indicó que nadie había preguntado por nosotros. Pedí el teléfono para realizar una llamada. Al contestarme, me indicó que estuviera tranquilo, que tuvo que ir a entregar otras entradas pero ya estaba en camino.

Tan pronto llegó, me indicó que no tenía las entradas que me había prometido. Antes de que pudiera reaccionar, comentó que había conseguido otras entradas, las de San Martin (zona occidente), que eran mejores asientos pero me las dejaba al mismo precio. Casi lo abrazo e inmediatamente le pagué, creo que entre 300–400 nuevos soles, por cada entrada. Mi sueño por ir al clásico, estaba a punto de cumplirse. Solo un ligero temor me invadía: el pensar que podían ser falsas.

Al día siguiente nos fuimos a Tigres, a las afueras de Buenos Aires. Luego de pasar el día por allá y almorzar un delicioso asado con vino, decidimos volver a la ciudad ante mi insistencia. Teníamos que estar unas tres horas antes en el estadio ya que estaría repleto y además, tenía que ver cuál sería el plan B en caso las entradas no fueran originales.

Partimos desde la estación de Tigres hacia la estación Núñez. En el camino, diferentes hinchas de River subían exaltados. En aquel partido, solo se permitió que los hinchas locales pudieran asistir. Los hinchas de Boca no estarían presentes. Sería menos vibrante pero de todas maneras un clásico es un clásico.

Al llegar a la estación, nos tocaba caminar unas diez cuadras antes de llegar al estadio. Llegamos casi una hora y media antes de comenzar el partido. Había bastante gente en los alrededores. Todo el camino fue acompañado de cánticos, camisetas blancas con una franja roja, asados en la calle, mucha cerveza y fernet en botellas de plástico.

Al aproximarnos al estadio, notamos que las colas eran larguísimas. Eran formadas para pasar la primera valla de seguridad. Estaban mezcladas las diferentes tributas del estadio. Si nos quedábamos haciendo la cola probablemente nos iba a tomar más de una hora. Buscamos unos policías para preguntar si había otra cola más corta para la tribuna a la cual nos dirigíamos. Al parecer todos tenían que pasar primero por ahí.

Notamos que un grupo de chicos, hablaban con uno de los policías. Nos pusimos detrás de ellos para escuchar mejor cuando, de pronto, los dejó pasar. Agarré la mano de mi ex y comenzamos a avanzar con ellos. Uno de los policías gritó: “¿Y ellos?”. No hubo tiempo de reacción, pasamos rápidamente y ya nada podía impedir que avanzáramos.

Nos alegramos por saltarnos la gran cola. Solo nos quedaba pasar unas vallas más de seguridad pero ya con mucha menos gente. A medida que nos acercábamos, el ambiente se sentía cada vez más potente. El corazón ya me comenzaba a latir más fuerte. En la siguiente valla nos separaron por hombres y mujeres. Ambos pasamos sin problemas.

Ya a las afueras del sector interno del estadio, prácticamente dentro, comencé a filmar y tomar fotos al lugar muy entusiasmado. “Ya está”, pensé. Fue ahí cuando noté que faltaría algo más, que quizás podía impedir que finalmente entráramos.

Esta historia continuará…

Lee la segunda parte aquí.

“Dios no me dio la suerte de tener hijos, ese lugar lo ocupa River”.

Antonio Vespucio Liberti, ex presidente del Club Atlético River Plate.

¡Que tengas un buen día!

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