El encanto de una conexión (II)

Jonathan Martell
Jonathan Martell
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7 min readAug 1, 2021
Bar Greyhound — Kensington, octubre 2018.

“Una conversación es mucho más que palabras: una conversación son ojos, sonrisas, los silencios entre palabras”. — Annika Thor, autora sueca.

Lee la primera parte aquí.

Un momento

Caminé a paso acelerado hasta que a unos treinta metros del bar, noté a una chica parada afuera del bar. Aquí comenzaría lo interesante.

Era ella con su mirada dirigida hacia el celular y una pequeña cartera que cruzaba su cuerpo. “Hey!” le dije tan pronto me acerqué. Le pedí disculpas por mi tardanza. Ella respondió que no había problema, que lo importante era estar ya ahí. Entramos, nos dirigimos a una mesa al final del local, dejamos nuestras cosas e inmediatamente sabíamos que había que pedir unas bebidas. Nos acercamos a la barra y ordenamos un par de cervezas frutadas de entre más de quince disponibles. Me ofrecí a pagar y sugerí que ella podía pagar la siguiente ronda, costumbre que había adquirido durante el último verano.

Luego de conversar por varios minutos, y terminada nuestra ronda, el personal del local nos comunicó que iban a cerrar. Nos tocaba irnos. Ella sugirió ir a un bar muy cerca de ahí, de esa manera podíamos probar más lugares. Además, abrían hasta las 12 a.m. Acepté sin dudarlo.

En el nuevo bar, y con una ronda más, la conversación se hizo más personal. Me comentó que había pasado su niñez en USA — lo que explicaba su perfecto acento — sobre su ciudad, sobre lo bien que la pasaba viajando y que además le encantaba probar diferentes bebidas. Realmente nos conectamos con conversaciones de todo tipo, desde por qué Londres es una gran ciudad, el libro que ella leía en ese momento ‘Small is beautiful’, hasta hablar de capítulos de ‘Rick and Morty’. Simplemente todo fluía sin esfuerzo. Ella era genial, pensé.

Ya en la tercera ronda de bebidas, decidí sentarme más cerca de ella. Fue inevitable. Naturalmente nuestras manos comenzaron a acercarse como la noche anterior. Esta vez, logramos tomarnos de las manos, nuestras miradas entraron en sincronía y en el momento más alto de sensualidad — aquel donde el corazón late muy rápido y mientras sientes un calorcito por todo el cuerpo — nos dimos un gran beso.

No recuerdo el motivo pero decidimos retirarnos del bar. Nos tomamos de las manos — por diversión — y caminamos entre risas a su casa. Ocho cuadras después al llegar a su destino, se dio con la sorpresa de que no contaba con sus llaves. Su actitud cambió súbitamente: del relajo y felicidad pasó a la desesperación en segundos. Ella realmente quería despedirse, entrar y descansar pero las puertas cerradas con llave lo impedían.

Llamó inmediatamente al propietario de la casa sin encontrar respuesta. La llave de reemplazo, al parecer, la obtendría al día siguiente. Intenté tranquilizarla comentando que todo estaría bien, que realmente podía quedarse en mi casa sin problemas. Claro, le comenté que no se preocupara, que no tenía que suceder algo entre ambos. Finalmente ella aceptó y nos dirigimos a mi residencia.

Ya en mi habitación, ella proactivamente ordenó comida por Deliveroo, unos ricos burritos. Me preguntó si me provocaba algo más. Le dije que no, pero extrañamente ese gesto, por más pequeño que parezca, llamó positivamente mi atención. Las cualidades positivas que encontraba en ella, se iban acumulando conforme la conocía más. Entre risas, nos acordamos de todo lo que habíamos pasado ese día, el hecho de habernos conocido la noche anterior y ahora estar en mi cama comiendo de una manera muy peculiar. Noches así, siempre se recordarán.

A la mañana siguiente y luego de prepararle el café, ella debía dirigirse a recoger sus llaves. Me agradeció por la experiencia de la noche anterior, por haberla salvado en un momento crítico para ella. Caminamos juntos hasta la hasta la estación y con un beso se despidió de mí.

El conocerse

Conforme pasaron los días nos fuimos conociendo más. Nuevas actividades ocurrían de manera espontánea. “Vamos por una cerveza”, me dijo ella por iMessage. “Dame unos minutos para terminar el proyecto y vamos”, le respondí con gran entusiasmo. Eran las tres o cuatro de la tarde y nos dirigíamos al bar del Imperial College.

El lugar era perfecto: abría desde temprano, podías ir en cualquier momento, solías encontrar mesa y si era hora pico, pues siempre había espacio en el jardín. Además, las cervezas eran baratas por el descuento a los que estudiábamos en RCA. Una de esas cervezas, sabía espectacular, yo le llamaba la de ‘Harry Potter’ por su similitud con la butterbeer.

Union Bar — Imperical College, octubre 2018.

Otros días, nos alejábamos un poco del centro para acudir a algún evento de Diseño de otras universidades. Recuerdo que participamos de uno donde nos pedían hablar sobre la muerte con nuestros familiares, utilizando Legos para facilitar la comunicación. La estudiante, dueña del proyecto, buscaba diseñar un servicio post fallecimiento.

Aquel día, terminaríamos en un restaurante en Oxford St. probando soyu — bebida destilada nativa de Corea — y un plato parecido al lomo saltado pero sin papas. Incluso compré una botella para tomarla en alguna otra ocasión. Cerramos la noche con unos helados en forma de flor. Recuerdo que al regresar a mi casa, en el tube, una pareja al frente mío se daba muestras de cariño mientras se tomaban sutilmente de las manos. Pensé si yo debería estar en esa situación y si me caería bien. Rápidamente me dije que no era el momento.

Soho, octubre 2018.

El declive

Si entonces la pasábamos tan bien, ¿cómo es que todo se acabó?, se preguntarán. Pienso que el momento llegó cuando se realizó una fiesta en mi residencia.

Aquella fecha por la noche, ella llegó con muchas energías, radiante y contenta. Nos unimos a otro grupo con amigas e hicimos unos pequeños previos con algo de pisco y soyu. Tan pronto terminamos, nos dirigimos a la fiesta en el edificio de al frente. Al llegar, sentimos el gran ambiente de fiesta: gran decoración, comida, bebidas gratis y gente bailando con luces en el cuerpo e incluso semidesnudos por la temática de la noche.

Residencia Goodenough College, octubre 2018.

Las bebidas iban y venían hasta que noté que mi invitada — la chica con la que tan bien congeniaba en las últimas semanas — había desaparecido. A los minutos, noté que conversaba entusiasta con otros grupos. La perdí de vista y la volví a encontrar casi una hora más tarde sentada en una esquina con su celular. No muy conciente, le pregunté por qué había desaparecido, le dije que conversemos porque su actitud me había causado gran incomodidad. Salimos a conversar pero no logramos resolver el conflicto. Básicamente fue un monólogo mío quejándome por la situación sin dejar espacio a réplica. La situación empeoró y ella terminó retirándose.

Aún molesto, regresé a la fiesta y, con una mezcla de emociones, abracé y le comenté a mis amigas que todo se había terminado. Una de ellas, poco antes de irnos al common room a seguir la celebración, me dijo: “Eres egoísta”. En ese momento no lo entendí, pero al día siguiente lo comprendería claramente. Es más, hace poco le escribí un mensaje de agradecimiento por decirme esas palabras que marcaron y definieron mi manera de comportarme con los demás.

Claro, no todo gira a mi alrededor y no se tiene que realizar como yo lo espero o planeo. Existen muchos factores que pueden cambiar las circunstancias y uno debe estar preparado para adaptarse. Esta reflexión suena muy sensanta pero créamne que en ese momento no lo fue.

Al día siguiente, el imprevisto fue aclarado por videollamada. Duró más de una hora. Ella me explicó las razones de su comportamiento: buscaba darme espacio para no incomodarme y así pueda celebrar con mis amigas, además que se había ido media hora y no más tiempo como yo se lo planteba. Yo lo había tomado de manera opuesta: pensé que ella buscaba no estar conmigo. Pedí disculpas por mi comportamiento y muy mala lectura de la situación, las cuales ella finalmente aceptó.

Sin embargo, nuestra situación no volvería a la normalidad. Ella eligió otra de las alternativas que tenía y yo elegí seguir conociendo nuevas personas.

Hoy

Hace poco conversamos, mientras le comentaba que estaba escribiendo sobre lo que habíamos vivido. Le agradecí por los grandes momentos, por lo que me hizo sentir, por las historias que compartimos y porque la recuerdo con una gran sonrisa.

¿Qué me respondió? “I remember talking a lot with you. I’m glad I met you too. When else would you get to know someone from the other side of the earth like that”.

Quizás los finales felices no son siempre como los imaginamos.

“En última instancia, el vínculo de toda compañía, ya sea en el matrimonio o en la amistad, es la conversación”. -Oscar Wilde, poeta irlandés.

¡Que tengas un buen día!

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