Mi abuelo

Jonathan Martell
Jonathan Martell
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6 min readSep 16, 2021
Mi cumpleaños. Lima, julio 2021.

“Mi modelo a seguir fue mi abuelo. Me inculcó el sentimiento de que no importa cuán exitoso seas, tienes la responsabilidad de ayudar a los demás “.

Kevin Johnson, atleta estadounidense.

“Abuelazo, malazo, cochinazo”, solía decirle a mi abuelo. ¿Por qué? No lo sé, tenía menos de seis años y seguro no me habrá querido dar algún dulce y mi reacción, sin molestarme completamente, era mencionarle aquella frase. En mi casa se reían, ya que sabían que esas palabras estaban totalmente alejadas de la realidad. ¿Por qué? porque mi abuelo me daba todo lo contrario: mucho amor, consentimiento y, sobre todo, muchas energías para guiarme a tomar mejores decisiones.

¿Quién es él?

Papá de mi mamá. Profesor de profesión, el cual lo llevó a recorrer diferentes ciudades y pueblos de la selva del Perú. Si bien comenzó esta carrera por imposición, en el camino fue agarrándole cariño, motivado por ayudar a los demás, por guiarlos y por expresar su punto de vista. Se complementaba muy bien con su personalidad: le encanta leer y escribir.

Este año noté que nos parecemos mucho más de lo que creía. Quizás lo llevo predispuesto en los genes: también enseño, me gusta leer y ahora escribir.

Desde que yo era pequeño, él tocaba la campana — que a mano había creado con mucha paciencia — para llamarnos a los que vivíamos en el segundo piso.

— “Jonatitoooo”.

— “¿Si abuelo?”.

— “Baja por favor”, me decía con su voz tranquila pero firme.

Al bajar, me invitaba a sentarme en la mesa de la cocina. Momento donde cuestionaba alguna actividad que yo había realizado, ya sea con mis papás, sobre mi manera de responder o de tomar decisiones. Me preguntaba por el motivo de mis acciones, para luego sugerirme qué es lo que tenía que hacer, basándose en su manera de percibir la vida: ser correctos y comportarnos de la mejor manera posible. Solía tomarse casi una hora aconsejándome. Para ser sincero, había minutos donde solo pensaba en irme, subir y seguir jugando los videojuegos en la computadora, o en seguir escribiendo por — el ya desaparecido — Microsoft Messenger. Mi cabeza divagaba, prestaba atención por momentos pero luego se perdía. De todos modos captaba el mensaje principal: ser una ‘persona de bien’.

Otras veces, veía cómo la cortina se movía o las luces se prendían, cuando me encontraba en besuqueos con alguna ex enamorada en la entrada del primer piso. “Ay mi abuelito”, me decía a mí mismo. O algunas otras veces cuando me llamó, esta vez con una voz que indicaba molestia, para recriminarme por qué mi amigo — en realidad mi mejor amigo — se expresaba de esa manera. “¿Cómo es eso de ‘chucha su mare’?, ¿acaso ese joven no tiene modales?, ¿no le han enseñado en su casa a comportarse”, me decía molesto.

En realidad, cada vez que jugaba FIFA con mi mejor amigo, perdíamos el sentido del tiempo, más aún si no había nadie en el segundo piso, y nos dejábamos llevar por las emociones. Sobre todo él, cuando al fallar un penal, generaba un sinfín de palabras para desahogar el mal rato. “¿Acaso no es acólito?”, me decía. “No te preocupes abuelo, todo estará bien”, alcanzaba a responderle.

Por las tardes, cuando llegaba del colegio, él estaba resolviendo su crucigrama, con sus lentes bien puestos. Otros días, lo encontraba escribiendo en su cuaderno, en la mesa de su cuarto. Lo abrazaba, me besaba y me preguntaba cómo había estado. “Bien abuelo”, solía responder. A veces me daba propina para comprarme algo, especialmente en mi cumpleaños o en navidad. Nunca deja de hacerlo. “Toma, para que te compres algo que te guste”, mientras colocaba lentamente el dinero en mi mano.

Los años pasaban y uno iba comprendiendo por qué hacía cada una de sus acciones. Uno comprendía por qué se sentaba conmigo una hora para darme su punto de vista sobre algún tema relevante. La razón es simple: su gran amor. De chico, sentía que podía incomodarme o, hasta cierto punto, quitarme tiempo. A medida que crecía, noté que él solo buscaba protegerme — bajo su perspectiva — de posibles riesgos o malos momentos.

Al entrar a su cuarto, siempre tenía, y aún tiene, frases motivadoras que él leía en algún libro o revista. Buscaba un papel, escribía y lo pegaba en su pared o incluso en el baño. Pienso que era su manera de compartir el conocimiento que había adquirido, no quería guardárselo solo para él. Quería que su felicidad también fuera la nuestra, que encontráramos ese camino.

Antes de mi viaje. Lima, agosto de 2017.

Antes de marcharme a Londres, me abrazó, me dijo que me quería. Le agradecí por todo. Mi familia me dijo que fue una manera de despedirse de mí, él sentía que no me volvería a ver. Felizmente estuvo equivocado, volví a disfrutar de su compañia cuando regresé de sorpresa en el 2018 y cuando volví ‘definitivamente’ en el 2019.

2021

Hoy lo veo por la casa y aún sigue con nosotros. Ya no es el abuelo que te llama para aconsejarte, ahora te escucha mucho más y da opiniones cuando la familia lo necesita. En uno de los almuerzos de este año, me sentí en total conexión con él. Por las preguntas que él se planteaba, por sus cuestionamientos. Coincidimos en la búsqueda de la tranquilidad, de ser feliz, en encontrar nuestra verdadera naturaleza.

Semanas antes, mi hermana logró recuperar los VHS que teníamos, los cuales fueron convertidos a digital. En una de las cintas, se encontraba mi abuelo festejando su cumpleaños. En aquella fiesta, se veía muy alegre, cantaba con su guitarra, se veía atendiendo a los invitados, rodeado de muchos amigos, de su familia, con su pantalón beige y camisa blanca manga corta .

Ocurrió una escena que siempre recordaré: al terminar de cantar el ‘Happy Birthday’, sopló las velas y luego saltó de felicidad mientras besaba a mi abuelita. Se notaba en sus ojos lo feliz que estaba, nunca lo había visto así. Pero me alegró saber que disfrutó su vida, que la pasó bien, que tenía y aún tiene, personas que lo quieren mucho.

Esas imágenes distan del estado actual de mi abuelo. Hace poco nos dijo que le quedaba poco tiempo. Nos comentó sobre los errores que cometió a lo largo de su vida, su desconocimiento e ignorancia con ciertos temas, sobre su manera de percibir la vida y sobre sus temores. Incluso me preguntó por qué volví a Perú y si me sentía feliz con lo que hacía actualmente. Le dije que era feliz, que podía estar tranquilo. Es más, le prometí que le imprimiría mis artículos, ya que él se niega a utilizar la tecnología.

Abuelo, si bien te escribí hace un par de años mediante una carta, lo vuelvo a repetir por este medio: quiero darte las gracias por cada uno de estos años y por el gran cariño que me tienes, por guiarme, por preocuparte por mí y sobre todo, por tu cuidado hacia toda la familia. Aunque, a veces no quieras creerlo, tus acciones nos han influenciado de manera muy positiva.

La tranquilidad que tengo ahora, se debe en gran parte a ti. Mi increíble historia en el extranjero, se debía en parte a ti. Tú te preocupaste porque perfeccionara mi inglés. Tú te preocupaste porque me encargara de aprender de los errores y pensar en los demás. Tú me enseñaste a tener buenos modales en la mesa, siguiendo las famosas indicaciones de Carreño. Tú me enseñaste a saludar a todos con respeto. Tú me enseñaste a estar siempre correctamente vestido y estar limpio. Tú me enseñaste a compartir lo que iba ganando. Tú me enseñaste que mediante la lectura, uno puede encontrar nuevos mundos, nuevas respuestas y que incluso, a través de la escritura, puedas cambiar vidas.

Gracias por el infinito cariño. Puedes estar tranquilo que seguiré tu legado. Te quiero… abuelazo, malazo, cochinazo.

“Mi abuelo me dijo una vez que hay dos tipos de personas: las que hacen el trabajo y las que se llevan el mérito. Me dijo que intentara estar en el primer grupo; allí había mucha menos competencia “.

Indira Gandhi, política india.

¡Que tengas un buen día!

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