Modo niño

Jonathan Martell
Jonathan Martell
Published in
4 min readApr 8, 2024

--

Hammersmith, Londres. Febrero 2018.

“Los sueños con los años también se van, las arrugas que tenemos es la tierra que nos jala”.

Leonora Carrington, pintora y novelista británica.

En la vida adulta, nos encontramos con responsabilidades, decisiones importantes y, a veces, con la necesidad de volver a nuestra esencia más pura y simple: el modo niño. ¿Pero qué motiva estos cambios? ¿Es posible que exista un equilibrio entre ambos estados que pueda potenciar nuestro bienestar y desarrollo personal?

Esta dualidad entre el modo adulto y el modo niño es un tema explorado en la psicología y el desarrollo personal. Según el Dr. Eric Berne, en su libro “Juegos en que participamos”, todos jugamos roles a lo largo de nuestra vida, pasando de un estado a otro según las circunstancias y nuestras necesidades emocionales internas. El modo adulto nos demanda responsabilidad, toma de decisiones basada en la lógica y la razón, mientras que el modo niño nos invita a la espontaneidad, la curiosidad y, en ocasiones, a la vulnerabilidad.

¿Por qué adoptamos el modo adulto? Me preguntaron hace poco. Es más, ¿por qué cambiamos?

La sociedad nos prepara para asumir el rol de adultos desde una edad temprana. Se nos enseña a valorar la independencia, la autosuficiencia y la capacidad de afrontar los desafíos de la vida. En este sentido, el modo adulto es esencial para nuestra supervivencia y éxito en un mundo competitivo y exigente. Nos enfocamos en metas, objetivos y en la resolución de problemas, guiados por la razón.

Sin embargo, este estado constante de seriedad y responsabilidad puede llevarnos al agotamiento y a la desconexión de nuestras necesidades emocionales más profundas. Aquí es donde surge la pregunta: ¿hemos olvidado cómo conectarnos con nuestro modo niño?

La importancia del modo niño

El modo niño, aunque a menudo asociado con la inmadurez, es posiblemente importante para nuestro bienestar emocional. Este estado nos permite experimentar el mundo con asombro, apreciar los pequeños detalles, expresar nuestras emociones libremente y, sobre todo, disfrutar de la vida sin el peso constante de la responsabilidad. ¿No es genial?

El psicólogo Carl Jung hablaba de la importancia de integrar nuestro “niño interior” en nuestra vida adulta, sugiriendo que el equilibrio entre ambos aspectos es clave para una personalidad completa y saludable. Nos sugiere no perder el contacto con esa parte de nosotros que se maravilla, que juega y que ama sin reservas.

Conflictos

En el terreno de los conflictos, tanto personales como profesionales, nuestra tendencia a retroceder al “modo niño” puede revelarse rápidamente. Durante una discusión, por ejemplo, es común que las emociones salgan, llevándonos a reacciones impulsivas o a la búsqueda de consuelo y apoyo, comportamientos típicamente asociados con nuestra versión más infantil. En estos momentos, podríamos buscar la victoria a toda costa, como si de un juego se tratara, o actuar desde un lugar de vulnerabilidad extrema, esperando que el otro nos “rescate” o comprenda sin necesidad de explicación lógica.

¿No te ha pasado? A mí sí, hace unos meses. Acción que me hizo reflexionar sobre lo que sucedía y cómo actuaba. Finalmente me tuvieron compasión, lo cual me permitió seguir creciendo.

Este retroceso al modo niño en medio de conflictos no es necesariamente negativo. De hecho, puede ser una señal de que estamos buscando conectar con nuestras necesidades emocionales, aquellas que a menudo quedan relegadas por nuestras responsabilidades y roles adultos. Sin embargo, el desafío radica en cómo gestionamos estas necesidades del niño interior.

¿Podemos reconocer cuándo este modo se activa por una necesidad de expresarnos emocionalmente y cuándo simplemente estamos evadiendo la responsabilidad de enfrentar el conflicto de manera constructiva? Quizás recuerda algún momento del pasado donde tuviste una reacción similar y evalúa cómo actuaste.

Encontrando el equilibrio

Entonces, ¿cómo podemos encontrar el equilibrio entre estos dos modos? Quizás la clave está en la autoconciencia y en permitirnos ser flexibles en nuestro enfoque de la vida. Podemos adoptar el modo adulto en nuestro trabajo, en la toma de decisiones importantes y al enfrentarnos a desafíos, pero también es importante permitirnos momentos de pura espontaneidad, juego y descanso, donde el modo niño pueda solo salir.

Incluso la práctica de la meditación, la creatividad a través del arte, la música o la escritura, y pasar tiempo en la naturaleza, pueden ser maneras de reconectar con nuestro modo niño. Estas actividades nos podrían ayudar a relajar nuestra mente y a sumergirnos en un estado donde todo fluye y solo se disfruta.

¿Y tú? ¿Cómo equilibras tu modo adulto y niño?

Cada uno de nosotros tiene su propia manera de transitar entre estos dos estados, y reconocer cuándo es el momento de ser serios y cuándo es el momento de soltarnos, es una habilidad valiosa en el camino hacia el autoconocimiento y la plenitud.

Quizás, al final, la verdadera madurez no esté en ser siempre un adulto, sino en saber cuándo es el momento de dejarse llevar, jugar y reír, manteniendo vivo el espíritu de niño que llevamos dentro.

“Dame señor la fuerza de las olas del mar, que hacen de cada retroceso un nuevo punto de partida”.

Gabriela Mistral, poetisa, diplomática y pedagoga chilena.

Publico nuevas historias, todos los miércoles y domingos. Léelas aquí.

¡Que tengas un buen día!

--

--