¿Qué hubiera pasado si…?

Jonathan Martell
Jonathan Martell
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9 min readDec 2, 2019

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Read the story in English here.

“Que tu vida sea un cielo o un infierno depende, en gran medida, no de tus circunstancias, sino de ti mismo y del grado en que hayas dominado tus deseos”.

— William B. Irvine.

Tres historias, una misma realidad:

  • Amigo 1: “Jonathan, no soy feliz en mi trabajo. Realmente odio mi nueva área”.
  • Yo: “¿Por qué no vuelves a tu anterior área o te cambias?”.
  • Amigo 1: “Porque me van a pagar bastante dinero. Ya para luego”.
  • Amigo 2: “Quisiera crear un restaurante de pastas. ¡Sería increíble!”.
  • Yo: “¿Por qué no lo haces?”.
  • Amigo 2: “Porque tendría que dedicarle mucho tiempo al inicio. En unos 3 o 4 años quizás. Ahora tengo que ganar más experiencia en mi trabajo”.
  • Amiga 3: “No me gusta cómo están manejando la empresa, hay muchas cosas sucias que están pasando y pues no estoy de acuerdo”.
  • Yo: “¿Por qué no lo cambias o renuncias?”.
  • Amiga 3: “Ahora no puedo, tenemos que llegar a las metas y tengo hijas que mantener. Será en algún momento”.

¿Por qué ocasiones como estas se nos hace tan familiares y nos sigue ocurriendo en nuestro entorno? Un factor repetitivo es el ‘lo haré luego’.

Si es el tiempo un factor determinante para tomar decisiones, ¿por qué no analizarlo para tener una idea más clara?

En mi caso, ¿cuántos días me quedan para disfrutar de la vida? si empleara 8 horas diarias en un trabajo que no disfruto, durmiendo 8 horas y llegando exhausto luego del trabajo. La maravillosa cifra es de 3,189 días, falleciendo a los 60 años.

La cifra sería más del doble, 6,958 días si realmente disfrutara el trabajo. Entonces, ¿por qué no ir por el doble de días?

¿Suena poco? ¿Mucho? Lo realmente importante es que ya no hay manera de volver al pasado. En mi caso ya pasaron 11,463 días desde que nací. Entonces ¿por qué seguimos realizando actividades que no nos hacen felices y dejando de lado muchas actividades que consideramos importantes para luego?

Incluso, es muy frecuente escuchar la famosa frase ‘qué hubiera pasado si’ seguida por una de las siguientes oraciones:

  • “…le hablaba a esa chica o chico”
  • “… hubiera pedido un aumento”
  • “… hubiera estudiado ese diplomado”
  • “… no le hubiera pedido matrimonio”
  • “… me hubiera mudado”
  • “… me iba a ese gran viaje alrededor de Europa”
  • “… hubiera pasado más tiempo con mis padres antes de que ya no estén”
  • “… en vez de molestarme con esa persona, la hubiera escuchado”

Nuestra vida está llena de muchos ‘qué hubiera pasado si’ las cuales siguen en aumento conforme pasan los años. ¿Por qué nos sucede esto? Podemos manejar diferentes tipos de conceptos para intentar explicar nuestro comportamiento pero ¿realmente esa explicación nos ayudaría a dejar de tener pensamientos sobre ‘qué hubiera pasado si’? (si eso es lo que realmente buscamos).

Creo que la primera pregunta más relevante sería:

¿Qué tan bien nos sentimos con la cantidad de ‘qué hubiera pasado si’ tenemos en diferentes aspectos de nuestra vida?

Podemos responder esta pregunta tomando como referencia e inspiración la herramienta de ‘La Rueda de la vida’ para evaluar los aspectos más importantes de nuestra vida.

Fuente: Toolshero.com

Podemos realizar un rápido ejercicio y evaluar cuántos ‘qué hubiera pasado si’ tenemos por cada uno de los ocho aspectos. Si lo ponemos en un papel, lo hacemos a escala y lo unimos, podría lucir algo como:

Entonces, ¿qué podríamos hacer con estos gráficos? ¿reducir al máximo cada aspecto para estar felices? pero entonces luciría algo como:

Sin embargo, creo que el tener ‘qué hubiera pasado si’ en cero, en cada aspecto de nuestra vida, es prácticamente imposible. Fundamentalmente porque una decisión conlleva dos alternativas: siempre que tomemos una decisión, dejaremos de lado la que no tomamos, convirtiéndose automáticamente en un ‘qué hubiera pasado si’ potencial.

Luego de esta reflexión, la segunda pregunta sería:

¿Qué tan satisfechos estamos con las decisiones que hemos tomado?

Si la respuesta es un rápido ‘sí’ pues entonces, es probable que la cantidad de ‘qué hubiera pasado si’ por cada aspecto esté en balance o no tengan mucha influencia en nuestra vida diaria. Quizás solo debamos centrarnos en reducir la cantidad de algunos o pocos aspectos.

Sin embargo, si la respuesta es un ‘no’, tendríamos que analizar a más detalle y reflexionar el porqué hemos dejado de realizar ciertas acciones y sobre todo, cómo se relacionan unas con otras.

Por ejemplo, si tenemos hijos y pensamos que quizás el hecho de tenerlos y disfrutar su desarrollo, da felicidad a nuestra vida pero la consecuencia es que crea ‘que hubiera pasado si’ en el aspecto de ‘diversión y recreación’ o ‘familia y amigos’. Entonces, habría que preguntarnos ¿por qué nos limita?, ¿por qué no hay un balance?, ¿estamos felices dejando de salir con nuestros amigos por cuidar a nuestro hijo? Entiendo que la respuesta debe ser un sí, pero la siguiente pregunta debería ser ¿por qué realmente queremos realizar ese sacrificio? ¿a qué aspiramos?

Claro, podemos cambiar la situación de ‘tener un hijo’ por ‘trabajo’ o ‘pareja’ para lo anterior y aplicaría la misma reflexión.

Hemos crecido con ayuda principalmente de nuestros padres, familiares, amigos y entorno pero cada decisión que hemos tomado ha sido exclusivamente nuestra. Nuestros hijos son nuestra responsabilidad pero finalmente harán su propia vida, tomarán sus propias decisiones y en ellos recaerá la responsabilidad de crear su propio camino, por más que uno mismo quiera influenciar en ellos para no cometer los mismos errores que nosotros cometimos.

Pero, entonces, ¿cuál es el problema con que ellos cometan los mismos errores? ¿es acaso un síntoma de ver a nuestros hijos tener más éxito que nosotros? Y si es así, ¿no es acaso un egoísmo natural querer que ellos sean más exitosos que nosotros? ¿por qué cargarlos con esa presión desde que nacen?

Sucede desde que los vemos con sus amigas y queremos que sean los mejores, queremos que salgan con la chica o el chico más lindo, queremos que tengan el mejor trabajo, queremos que los demás los aplaudan, queremos que nuestros amigos publiquen en nuestro muro de redes sociales comentando que hicimos una gran labor como padres. ¿Es eso lo que buscamos? Un reconocimiento social para ¿finalmente sentirnos mejor?

Podemos realizar el ejercicio de cambiar el concepto de ‘tener hijos’ por ‘trabajo’ y también aplicaría: queremos ser los mejores en nuestro empleo, que nos reconozcan, ganar más dinero, ser los más importantes en las reuniones.

Lo mismo ocurre con nuestra pareja, queremos que sea la más linda, que nos apoye siempre, que nunca actúe mal o esté muy borracho, que se lleve bien con nuestros amigos y familia o que nos feliciten por redes sociales por el gran amor que nos tenemos.

Pues entonces, ¿qué sucede si ese reconocimiento llegara a pasar cuando ya tenemos más de 50, 60 o 70 años? O si pasara de una manera diferente a la que esperamos o, peor aún, si no llegara a pasar. ¿A dónde se fueron todos los años de sacrificio para llegar a ese momento?

¿Lo valió realmente? Quizás sí pero ¿no existían otros métodos para lograr ese momento? ¿Es acaso la única vía?

Creo que el razonamiento sería preguntarse si esa satisfacción personal no se podría haber logrado antes. ¿Por qué no sentir mucha satisfacción por nuestros hijos cuando nos entregan una mala nota? o cuando nos cuentan que hicieron algo indebido o quizás cuando no nos hacen caso. O si nuestra pareja se equivoca y nos decepciona o cuando no hace lo que nosotros creemos que es lo correcto. ¿Por qué tenemos que molestarnos con esas acciones? Esas acciones que, bajo nuestros paradigmas, no cumplen las expectativas que nosotros, egoístamente, hemos creado (puesto en préstamo) para finalmente satisfacernos en unos años.

¿Por qué no disfrutar de la magia de la vida del día a día? del equivocarnos o de hacer las cosas solo por la misma razón de hacerlas. Lo que me lleva a la siguiente conclusión:

NO hacer las cosas que nuestros padres, amigos y sociedad esperan de nosotros.

“Tengo una única definición de éxito: te miras al espejo todas las noches y te preguntas si decepcionas a la persona que eras a los 18 años, justo antes de la edad en que la gente comienza a corromperse por la vida. Deja que sea esa persona sea el único juez ; no tu reputación”.

— Nassim Taleb

En uno de los estudios de más larga duración sobre el secreto de la felicidad, casi 80 años — realizado por Harvard — concluye que son nuestras relaciones cercanas, más que el dinero o fama, aquellas que nos mantienen felices y saludables — física y psicológicamente — a lo largo de nuestras vidas.

Entonces ¿por qué no valorar justamente esas relaciones? ¿por qué no comenzar ahora a disfrutar de esos pequeños momentos con nuestra familia y amigos? sin preocuparnos tanto por lo que los demás esperan de nosotros, ya que finalmente son construcciones sociales que nosotros mismos hemos creado en nuestras mentes.

“La felicidad vivida se refiere a tus sentimientos, a lo feliz que eres mientras vives tu vida. Por el contrario, la satisfacción de recordarte a ti mismo se refiere a tus sentimientos cuando piensas en tu vida”.

— Daniel Kahneman

Claro, todas estas situaciones se pueden explicar desde la perspectiva evolutiva y selección natural con la que hemos ido cambiando y adaptándonos al mundo desde hace millones de años. Siendo la competitividad un factor siempre presente en la sociedad como consecuencia de la supervivencia y reproducción, que ha permanecido en nuestros genes; sin embargo, no solo los genes influencian en nuestras decisiones, sino también el entorno en el cual nos desarrollamos y finalmente en cómo asumimos las experiencias que nos ocurren.

Esta situación me lleva al inicio del artículo, a reflexionar sobre las historias de mis amigas, del porqué no tomamos ese paso para realizar algo diferente, quizás no es el riesgo de tomar otro trabajo o el de quedarse sin dinero. Quizás es por los paradigmas con los que vivimos y las expectativas creadas: el buscar satisfacer a nuestros padres, familiares, amigos y sociedad, los que finalmente guían nuestras decisiones diarias, al influenciarnos sobre lo que tendríamos que hacer.

Basándonos en este último aspecto, la siguiente vez que tengamos que tomar una decisión, podemos analizar si está alineada y nos llevará a alcanzar nuestros objetivos personales a largo plazo. Siendo importante la reflexión sobre si esos objetivos a largo plazo, están libres de expectativas o paradigmas basados en lo que los demás piensan de nosotros. Siendo aún más importante, dar un paso hacia atrás, analizar y cuestionar nuestras creencias e identidad para así poder determinar si nuestros objetivos fueron bien establecidos y si forman parte del sistema más adecuado (tema para un siguiente artículo).

Finalmente, tenemos que tener en cuenta que, queramos o no, cada una de las decisiones que dejemos de lado, terminarán en nuestra lista de ‘qué hubiera pasado si’. La diferencia; sin embargo, ahora radicará si nos sentimos orgullosos o no de esa lista.

“Solo haz lo correcto, el resto no importa.”— Marcus Aurelius

¡Que tengas un buen día!

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