Suspiro, sonrío.
“Cuando intentas percibir la belleza que hay a tu alrededor, ella te va a buscar y te va a encontrar incluso en los lugares más inesperados”.
- Alberto Villoldo psicólogo y antropólogo médico cubano.
Percibo el sonido de un bus que se acerca a la distancia. Avanza lento pero lo siento cada vez más cerca. Con los audífionos puestos pero sin música, escucho las voces de una pareja que discute, donde uno de ellos levanta más la voz. Él ,llevaba una camiseta blanca con zapatillas negras. Ella, una falda negra con tacos. Ambos, de unos 1.70 metros de altura y cabellos rubios. Giro 30 grados, y un señor de unos 70 años se retira del local contiguo. Trae consigo una bolsa verde, un sombrero negro y una media sonrisa en el rostro. Grita algo que no alcanzo a escuchar, cambia de expresión y ahora se le aprecia con ceño fruncido. Decide mirarme por un segundo, luego voltea hacia el local de donde salió y vuelve a ingresar.
Decido caminar uno diez pasos y sentarme en la parada del bus. Saco los guantes y me los coloco lentamente. Suspiro. A mi izquierda, aparece apresurada una señora en sus 50 años. Paraguas, bolso dorado, botas plomas con un ligero taco y lentes color merlot. Me mira y pregunta la hora. Giro el brazo izquierdo y con un ligero movimiento, descubro el reloj. Le indico la hora. Ella me agradece y luego comenta al aire lo raro del clima y el frío que hacía. Asiento con la cabeza mientras sonrío ligeramente.
El señor del sombrero negro, se vuelve a hacer notar al salir del local de comida marina. Esta vez con mayor seriedad, toma su celular y procede a realizar una llamada. Tan pronto comienza a entablar una conversación, decide cruzar la pista súbitamente. Alcanzo a notar que esta vez, llevaba más de una bolsa verde. ¿Qué será lo que lleva dentro?, ¿será comida?, ¿será para él o su famila?, ¿realmente tendrá familia?, ¿o simplemente son documentos que lleva de un lado al otro?
Un súbito sonido acabó con las preguntas que me hacía. El bus había llegado y la señora de bolso dorado decidió dar un grito de algarabía. Bajo pero agudo. Subió mientras yo me quedaba sentado. Esa línea del bus no era la mía, por lo que aún me quedaba esperar unos minutos más. Saqué el celular y noté que tenía algunos mensajes sin leer. Alcancé a responder solo uno y guardé el celular. Los demás los respondería cuando estuviera sin guantes. El frío se hacía cada vez más intenso. Miro el cielo, cada vez más plomo, aunque el sol parecía aproximarse.
Mi soledad en la estación del bus se terminaría a los pocos segundos. Un señor alto de tez morena y abrigo hasta las rodillas, se sentaría a dos espacios a mi costado. Comenzó a tararear una canción que no llegué a reconocer. En ese instante, recordé que yo llevaba puesto los audífonos pero aún me encontraba sin música que me acompañe. Por alguna extraña razón, quería escuchar con claridad lo que pasaba a mi alrededor. Miré al frente y me dediqué a observar el ir y venir de los carros, aquellos que pasaban por Theobalds Road.
Seis segundos después, llegaría la línea del bus. Me paré e ingresé. Saqué mi billetera, la pasé por el sensor, sonó el bip y luego que la luz verde me dejara pasar, subí al segundo piso. Felizmente, el asiento del frente estaba libre. Me acomodé a la izquierda y dejé mi mochila en el asiento inmediato. Me retiré la chalina, el saco, y los guantes.
Respiro lentamente. Saco el celular, tomo una foto a la calle, abro el bloc de notas y la pego. Era la foto de una nueva startup, el cual tenía una publicidad en el bus que pasaba por delante. Pienso que ese negocio podría ser aplicado en sudamérica sin problemas.
De pronto, una chica con saco negro y chalina rosa se sienta a unos pocos metros. Saca el celular y comienza a tomarse unos selfies. Luego procede a sacar unos audífonos, un libro y procede a sumergirse en su mundo interno. ¿Para quién sería esas fotos?, ¿le habrán regalado el libro?, ¿o quizás se lo prestaron?, ¿qué estará escuchando?
Detrás mío, se sientan unos niños que comienzan a enumerar todas los objetos que tienen en la calle. Al principio me molestó un poco, pero conforme pasaron los segundos, comencé a apreciar el nivel de sorpresa y emoción que manifestaban por algo casual y por el cual no solemos darle importancia. ¿A dónde irán?, ¿habrán tenido una mañana feliz?, ¿sus padres los amarán?, ¿qué será de ellos en unos diez años?
Suspiro. Me toco la cara. Miro a la izquierda, veo gente caminando a paso acelerado por la acera. Miro al frente, un black cab estacionado esperando el cambio de luz. A la derecha, la chica de los selfies, muy atenta a la lectura. Detrás, imagino a los niños con la boca abierta, mientras se golpean entre ellos por determinar el ganador.
Una mujer de 40 años, me pregunta si puedo mover mis cosas para poder sentarse. Le digo que no hay problema. Pongo las cosas entre mis piernas. Ella saca una revista y comienza a revisarla con un delicado detenimiento. En sus manos, se notaba el paso de los años y en su mirada, el gran día que supongo había tenido.
Suspiro, sonrío. Tomo el celular y termino de responder los mensajes sin leer. El momento había llegado. Decido activar la música, un playlist de ‘Chilled hits’. Ahora, era momento de abstraerme en mi mundo, tal cual la chica del libro, mientras me dejo llevar por el ritmo de la música y una nueva sonrisa.
“Observo mucho. Veo mucho a mi alrededor”.
- Kofi Annan, diplomático ghanés.
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¡Que tengas un buen día!