Trabajando en equipos (I)

Jonathan Martell
Jonathan Martell
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5 min readJun 2, 2022
Estudio de RCA, Londres. Diciembre 2018.

“Las grandes cosas en los negocios nunca las hace una sola persona. Están hechos por un equipo de personas”.

Steve Jobs, empresario estadounidense.

¿Cuándo fue la última vez que trabajaste en equipos para un proyecto?, ¿cómo te fue?, ¿qué dificultades tuviste?, ¿cómo te sentiste?, ¿lograste tu objetivo?, ¿y el objetivo del proyecto?, ¿qué factores fueron determinantes para el éxito o fracaso del proyecto?

Años atrás, me encontraba trabajando en un proyecto de consultoría durante la maestría en Royal College of Art. Era invierno. Tenía puesto un saco largo marrón, jean, botas, guantes, chalina y mucho entusiasmo por avanzar el proyecto que desarrollaba en aquel momento.

Esperé que el bus parara para subir lentamente, pagar y sentarme en el segundo piso. Adelante, con la vista panorámica, me entretenía viendo a las personas pasar de una calle a otra. Algunas corrían, otras caminaban a paso bastante lento, otras se quedaban estáticas viendo lo que sucedía a los alrededores.

A medida que el bus recorría las calles de Oxford Street, las personas y su actitudes, variaban radicalmente. Ya no solo caminaban a diferente ritmo, ahora bailaban, cantaban o daban saltos a los alrededores. Y no solo la actitud, sino también la ropa que usaban: coloridos vestidos que contrastaban con las medias, maquillajes excéntricos o algún modelo de blusa o camiseta que a simple vista parecería extravagante.

Pero con una reflexión más pausada, uno se daba cuenta que estaban buscando comunicar cómo percibían la vida y sus diferencias con los demás. Simple y directo, nada más.

Al llegar a Hyde Park, la situación cambiaba. Más familias se hacían presentes, muchos más árboles y eventos planeados e inesperados, se notaban a lo lejos.

Además de ver pasar a las personas durante mi camino, también estuve pensando en qué otros métodos de investigación utilizar para poder obtener mayor información y poder sustentar las oportunidades que habíamos encontrado.

Vuelvo a la realidad y toco el timbre para que el bus se detenga en la siguiente estación. Tomo mis cosas y avanzo con mucho entusiasmo para realizar el proyecto.

Llego a Stevens Building, paso la tarjeta e ingreso rápidamente, casi con un salto para que la puerta no se cierre con mi maletín en el medio. Saludo a las chicas que se encontraban por ahí y subo por las escaleras.

Llego al tercer piso, veo a uno de mis amigos y procedo a retirarme las capas de abrigo con los que me encontraba. Abro el maletín y saco mi laptop. Estoy listo y preparado para un nuevo día de proyectos, análisis y discusión de ideas.

De pronto, una de mis amigas de mi grupo de trabajo, llega algo seria. Usaba un abrigo negro, tan largo que le llegaba a las botas y que combinaba con su cabellera y falda oscura. Abrazaba su laptop y con la otra mano, sostenía un café de Costa.

Al sentarse, emitió un sonido de molestia, de cansancio. Señal que la tomé como un posible indicativo de que la sesión de aquel día, podía costar algo más de esfuerzo. Intenté no darle importancia y ser positivo.

Una hora más tarde, mis amigos y amigas que se encontraban en las mesas a lo largo del estudio, giran a vernos. Estaban sorprendidos, curiosos y preocupados. ¿Qué había pasado? Unos gritos llamaron su atención. ¿De dónde venían? De mi amiga, aquella que llegó con el café y el abrigo negro hasta las botas. Ya sin abrigo, ella dio rienda suelta a sus emociones y comenzó a alzar la voz en la búsqueda de obtener lo que ella creía era justo: direccionar el proyecto hacia cierto camino.

Por el contrario, tanto el otro integrante del equipo como yo, pensábamos diferente. Sentíamos que nos iba a tomar mucho más tiempo de lo establecido y nos iba a jugar en contra. La presentación parcial estaba a la vuelta de la esquina. Había que tomar decisiones drásticas para seguir avanzando.

Buscamos diferentes alternativas para llegar a un punto medio sin mucho éxito. ¿Era ella o éramos nosotros? No lo sabía pero el tiempo avanzaba con mucha prisa, sin pedir permiso. O eso era lo que percibíamos en ese momento.

¿Solución? Votar y listo. Tampoco le cayó bien esa alternativa. ¿Otra solución? Hablar con uno de los profesores y ver qué podía suceder, quizás dar una solución mágica que nos permita progresar sin problemas, aquel que nos una entre abrazos, aquel que nos dibuje una pícara sonrisa y nos permita, por fin, ir al bar de la universidad por unas copas y así olvidarnos de lo sucedido.

¿Qué sucedió? El profesor llegó y, luego de escuchar atento nuestros problemas, planteó una solución bien pensada pero sencilla de implementar: votar. Se me abrieron los ojos y dije: ¡por fin! La discusión se terminará y estaremos tranquilos.

Realizamos lo que no dijo el profesor pero, lejos de ir al bar a relajarnos, nos quedamos avanzando el proyecto. No había problemas, un poco más de esfuerzo caía perfecto luego de haber discutido acaloradamente por varios minutos.

Sin embargo, un nuevo tema entraría en discusión. Otra vez, caímos en el hoyo de las conversaciones sin llegar a un punto en común. Mi amigo, intentaba mediar la situación una y otra vez. Para nuestra mala suerte o por nuestra inhabilidad para manejar el momento, mi amiga explotó. Esta vez, se paró de su asiento, tomó la laptop y la cerró con fuerza. Lanzó unos gritos, tomó todas sus cosas y decidió salir del estudio.

Otra vez, los que estábamos ahí, nos quedamos sorprendidos. ¿Realmente era necesario?, ¿quizás no expresamos bien lo que queríamos decir?, ¿quizás faltó plantear más opciones?, ¿quizás menos preguntas y más decisiones?, ¿o quizás hubiéramos hecho lo que ella propuso?

Las dudas iban y venían pero el equipo se había quedado de a dos. Decidimos acabar la sesión y regresar a nuestras casas.

Aquella tarde, regresé en el bus presenciando los diferentes espectáculos que por ahí ocurren. Otra vez, observando a las personas. La diferencia, sin embargo, era que mi mente no paraba de pensar en qué le había pasado a mi amiga. Quizás algo no andaba bien. Tenía que quitarme la duda.

Continuará…

“Solos podemos hacer tan poco; juntos podemos hacer mucho”.

Helen Keller, escritora estadounidense.

¡Que tengas un buen día!

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