Un beso sabor a vino
“Todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino”.
Eduardo Galeano, periodista uruguayo.
Todo comenzó cuando cuando menos lo esperaba, en medio de un viaje. ¿Cuándo? A veces, las fechas no importan tanto como las emociones. Lo importante es que los mensajes comenzaron a fluir con mayor frecuencia, llevándonos a un juego visual a través de las imágenes compartidas. El vino, un tema recurrente, quizás fue el pretexto ideal para dejarnos llevar por la imaginación y el deseo latente de un encuentro.
Al volver, ambos coincidimos en la necesidad de vernos. Ya habían pasado algunas semanas después de aquel día en el que, a través de una llamada telefónica y el acompañamiento de un vino, compartimos historias, risas y confidencias. Ahí confirmé que nuestras energías se conectaban de forma especial. Ese vínculo se había creado meses atrás, quizás no desde el principio, pero definitivamente en las miradas compartidas después de las primeras veces.
Las razones para encontrarnos eran diversas, pero finalmente había llegado el día esperado.
La hora marcaba las tres y media de la tarde cuando entré en la habitación. Y ahí estaba ella, radiante, una sonrisa que iluminaba su rostro, una mirada que combinaba ternura y pasión. Su cabello caía con gracia sobre su rostro, su ropa elegantemente seleccionada reflejaba su personalidad.
Nos acercamos. Nos abrazamos, nuestras frentes se tocaron y nuestros ojos se cerraron. La atmósfera se llenó de una energía cálida. Era reconfortante. Nos separamos, la miré con dulzura, acaricié su rostro y nos dimos el beso que habíamos imaginado tantas veces. Ese beso que parecía dibujado en nuestros pensamientos.
Un suspiro se unió a otro, en una melodía que fluía. “¿Es hora de probar el vino que tanto me prometiste, linda?”, le susurré. “Por supuesto, guapo”, respondió con una chispa en sus ojos.
Me senté en la mesa, abrí el vino cuidadosamente y ella trajo las copas. Decidí acudir al baño y al regresar, me encontré con una sorpresa que encendió aún más mi interés. Ella estaba en la esquina de la habitación, vestida con un seductor babydoll negro. Su sonrisa irradiaba felicidad, esa felicidad que siempre la había caracterizado. Estaba increíblemente hermosa. La combinación de su sonrisa, su postura y ese toque de elegancia la hacían deslumbrante ante mis ojos.
Alzamos las copas, brindamos y esta vez, dejamos que los besos hablaran. Por el contacto físico, por el sonido de nuestras respiraciones, por el calor que se generaba, por las energías que cada vez se sentían más intensas.
Un beso, otro beso. Uno tras otro nos generaban sensaciones que recorrían todo nuestro cuerpo. “Un beso sabor a vino”, susurró ella. Mi sonrisa fue la respuesta, una respuesta que hablaba más que las palabras. En ese instante, nuestras miradas se entrelazaron en una conexión más profunda que iba más allá de lo físico. Un vínculo nació, provocando sensaciones que simplemente se sentían bien.
Nuestras pieles encajaron como piezas de un rompecabezas, una tarde-noche que avanzaba al compás de la música que nos rodeaba. Nuestros alientos se sincronizaban, creando una sinfonía única.
Lo que fue imaginado tomó forma. Los deseos se materializaron en un instante especial. El pretexto, el vino, se convirtió en el puente necesario para explorar lo profundo de nosotros mismos.
Ese día marcó un cambio en nuestra conexión. O quizás, más precisamente, consolidó lo que habíamos sentido desde que nos conocimos.
Esos momentos únicos son los que perduran en la memoria, por las risas compartidas, los picos de emociones, la conexión intensa, la energía positiva creada y, sobre todo, por la gran sensación de ver a la otra persona feliz.
Será hasta la siguiente oportunidad…
“Quería tan sólo intentar vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí. El mundo era una pompa de jabón, era una ópera, era un absurdo gozoso”.
Hermann Hesse,Poeta alemán-suizo.
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¡Que tengas un buen día!