Mañana en la batalla acuérdate de mí [“A Knight of the Seven Kingdoms”, Juego de Tronos (8.2)]

En la noche, antes de la batalla, William Shakespeare disfruta congregando a los espectros que atribulan a Ricardo III. El fantasma de Lady Ana, la que jamás durmió un minuto en paz, llena el sueño del monarca de agitaciones y le conmina a no olvidar horas después, cuando se juegue la vida: “Mañana en la batalla acuérdate de mí”. Como en una pesadilla, no ocurre nada, pero se siente todo. Es lo que sucede en “A Knight of the Seven Kingdoms”, segundo capítulo de la temporada final de Juego de Tronos. Mientras la primera entrega presentaba un capítulo espartano en cuanto a acción y pintaba una atmósfera prebélica con pincel expresionista, este segundo paso hacia el desenlace continúa por esa senda y dispone un fresco de emociones entre los protagonistas. Los reencuentros y los desencuentros han dado paso al lirismo de las despedidas y los sentimientos contenidos que se ven liberados. Dos capítulos que son la antesala emocional de las batallas que definirán el futuro de Poniente. La tensa calma antes de la tempestad.

En ese purgatorio que son las horas previas a la contienda, el espectador se ve envuelto en un bello y subliminal alegato sobre el poder femenino en un mundo rudo y oscuro en el que la línea que separa la vida de la muerte es discontinua. El eterno femenino es el antídoto a la incertidumbre, un halo de esperanza y ambición por un mundo diferente. Jóvenes mujeres como Sansa Stark y Daenerys Targaryen deciden sobre la vida de caballeros ajados por el engaño, la traición y la muerte, léase Jaime Lannister; una dama de la lealtad y colosal bestia en la batalla como Brienne de Tarth ‘asciende’ a primera mujer caballero de Poniente; niñas como Lyanna Mormont o Arya Stark transpiran la osadía y la valentía necesarias para llevar a buen puerto una revolución. Señales de un nuevo mundo que está en un punto de inflexión. Pero ahí se acaban las buenas noticias.

En este segundo capítulo, la geopolítica se juega en una sala regia de Invernalia en la que los Lannister, los Stark, los Targaryen y los Greyjoy debaten cómo hacer frente a la muerte. Es el ‘Risk’ de Poniente en el que se espera que la reina Targaryen y su ‘valido’ Nieve tomen decisiones. Donde otras ficciones televisivas anteponen un recurso tecnológico o una infografía para detallar una estrategia, la versión televisiva de la saga de George R.R. Martin muestra mapas y conciliábulos que son auténticos tableros para abrir juego. Una delicia para los amantes del rol. Sobre la mesa, “A Knight of the Seven Kingdoms” pone de nuevo en entredicho los dotes como estratega de Jon Nieve. El conflicto sentimental que le corroe la razón anula por momentos su habilidad como estadista e incluso como comandante que prepara la batalla. Nieve es un ‘Che Guevara’ de Poniente. Su carisma y capacidad de liderazgo son insuperables, pero siempre depende de un tercero o de una solución ‘deus ex machina’. La ‘Batalla de los Bastardos’ o la incursión más allá del Muro para ‘robar’ un caminante blanco son claros ejemplos. Si hay una esperanza es Bran Stark. La vida de Poniente depende de un tullido que vuela como un cuervo y ve con tres ojos. El demiurgo de Juego de Tronos vuelve a ser el maestro que mueve las piezas, aplica el calor del conocimiento y pone luz donde otros ven sombras. Sin embargo, sus escasas y demoledoras líneas de diálogo tienden a ser demasiado recurrentes por su oportunismo: cuando la trama no avanza, Bran aplica un giro que encaja las piezas, aunque sea con golpes de maza de cantero.

En esa mesa no está Cersei Lannister, pero sí sus hermanos. Desde el Trono de Hierro ha engañado a sus aliados en la lucha contra el Rey de la Noche. Su promesa de tropas “ni está ni se le espera”. Sin embargo, acumula la fuerza de los 20.000 mercenarios de la Compañía Dorada. Quién sabe si su concurso será definitivo para mantener Poniente en el ‘lado luminoso de la fuerza’. El odio hacia la monarca Lannister contrasta con el efecto que generan sus cuestionados hermanos. Tanto Jaime como Tyrion han conseguido su particular redención en las frías tierras de Invernalia. Como diría Franklin Delano Roosevelt, son unos hijos de p***, pero son nuestros hijos de p***.

El episodio regala al espectador escenas costumbristas que, quizá en otra ficción emparejada con el realismo mágico puedan resultar todo un deleite. Como un ‘Central Perk’ del Norte, un puñado de sillas en torno a una chimenea de la fortaleza de Invernalia sirve para reunir viejas historias, revelaciones y una triste canción en la larga espera de los protagonistas. En esas horas, otros prefieren conocer su primera y, quizá, última vez. Mientras Arya Stark decide dejar atrás la niñez con Gendry, Daenerys Targaryen siente un iniciático sabor agrio por las consecuencias de su historia de amor con su sobrino Aegon Targaryen, alias Jon Nieve. Porque, ¿quién manipula a quién? De nuevo, las miradas lo dicen todo.

La necesidad o la intranscendencia de “A Knight of the Seven Kingdoms” solo se podrá valorar con la visión del conjunto de los episodios de esta última temporada. Como ocurrió hace una semana, quizá no pase la prueba del algodón como unidad de consumo, porque, ¿ocurre algo por perderse este capítulo? La respuesta es clara y demoledora como un martillo de vidriagón. El escaso avance en la trama, la ausencia de acción y la contemplación incluso empalagosa de las diatribas intestinas de los protagonistas está generando una expectativa solo comparable al malogrado capítulo final y, por ende, decepcionante conclusión de Perdidos. En aquel momento, en esa situación, no estaba Bran Stark. De demiurgo a ¿‘deux ex machina’?

En capítulos anteriores… El demiurgo en el diván [‘Winterfell’, Juego de Tronos (8.1) ]

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