El tedio

Ná más que tontás

Andrej Hillebrand
Juntando letras
3 min readMay 15, 2020

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Este hastío se aferra a mí como una rama a la pierna de un nadador despistado en un lago turbio, y así me arrastra al tedio más profundo. Letras enclaustradas en mi mente que se niegan a abandonar el confinamiento. Nada me apetece. Recorro agónico el teclado. A través de esta pantalla que ilumina mi rostro en la penumbra, trato de gritar con poca confianza y con unas palabras que no dicen nada, que sigo vivo. Es tan desesperante saber que cualquier texto sin alma es un patético lamento a la nada y que sean los únicos que soy capaz de crear.

Mis piernas agarrotadas no desean llevarme a ningún lugar. Solo me dan una tregua breve para arrastrarme hasta la nevera, en el intento frustrado de saciar esta hambre infinita. Espero ansioso encontrar la calma en el siguiente bocado y este me invita al siguiente con la misma promesa incumplida.

Intento acallar los cantos de sirena a bocados, premios por soportar un mundo que no me seduce. Pero nada alivia esta sensación de estar solo en una habitación sin nada en lo que fijar la atención. Pretendo huir escribiendo una comedia pero la nostalgia me aferra a un presente sin retos. Ansío contar cosas que hagan reír o pensar. No importa cómo, pero que hagan sentir, de una manera u otra. Pero no sé hacerlo solo. Los éxitos en solitario son un fracaso y yo crezco en compañía de otras mentes, la co-creación lo mejora todo de forma exponencial. Seguramente es un síntoma de mi mediocridad. Y cómo cuesta encontrar mentes acompasadas con la tuya para crear.

Miro atrás y pienso en la risa cómplice con mi abuela. No necesitábamos muchas palabras, nuestro compromiso con la alegría nos bastaba para compartir risas con una mirada, sin mayor motivo. Mi padre me enseñó a pensar. Era apasionante rebanarse los sesos con él y perder la noción del tiempo y olvidarte de cualquier tarea o compromiso en la euforia del rebatir de ideas. Conversar con él me hizo sentir aprendiz de filósofo, cada encuentro era una danza de argumentos, la improvisación, la capacidad de reorientar tus ideas y construir sobre los argumentos del otro era apasionante y alimentaba nuestro respeto mutuo. El humor con mis amigos de la Plaza del Cerco en Adeje era un encaje perfecto. Con ellos se generaba una espiral con la que terminábamos atragantándonos con nuestras propia risas. Una broma llevaba a la otra y cada vez nos hacíamos más gracia. Ese nivel de euforia era como una droga. Con mi amigo Gerai nos encerrábamos con los platos y la mesa de mezclas y una canción se mezclaba con la siguiente y las horas se convertían en minutos, nuestras cabezas se movían al unísono, los bajos vibraban tan fuerte que costaba respirar y esa falta de aire y el fervor de la música generaba un trance inigualable.

Quizá es la nostalgia que habla a través de mí, pero siento esa falta de reverberación creativa. Me falta sintonía para crear historias, la complicidad del sí y además, la estimulación intelectual de un problema apasionante a resolver, la discusión efervescente con personas a las que siento sobradamente más inteligentes con las cuales discutir, la competición por el mejor argumento, la broma construida a partir de un chascarrillo inicial que la convierte en un recuerdo épico, el release the cracken de mi amigo Juan Son. Si el mundo me aburre, con tanto trazo gris de lo mundano y poco estimulante que me resulta la realidad rutinaria de la vida, es porque he perdido las brochas con las que junto con otros lo pintaba con colores.

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Andrej Hillebrand
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