Imbecilidad por exceso de normas
Ná más que tontás
Voy a hacer algo que da como cierto grado de asco, voy a autocitarme, como si dijese cosas relevantes, ¡ja, menudo imbécil!
El exceso de normas tiene como última consecuencia el aumento de la imbecilidad. –Andrej Hillebrand
Pues así estamos, un imbécil más, citándose a sí mismo dándose importancia. Pero olvidemos eso por un segundo y quizá unos pocos más.
La utilidad de las normas
Siento que las normas son la necesidad de una sociedad poco madura por fomentar unas conductas que considera adecuadas. En este sentido, cuando nuestros padres nos decían “no puedes cruzar cuando el semáforo está en rojo” tenía sentido, de no haber seguido sus normas igual no estaríamos hoy aquí escribiendo y leyendo esto.
Por tanto podemos aludir a que las normas, incluso como elemento de supervivencia tienen todo el sentido del mundo y son necesarias. Pero entonces, ¿qué estoy diciendo con lo de la imbecilidad? Ahora llegaremos a eso.
La incapacidad de actuar ante la ausencia de normas
El problema no es que haya una serie de normas, cuando se vuelve complicado, y es a lo que quiero llegar, es cuando el volumen de normas se vuelve irrisorio. Cuando todo está normado, no tenemos que pensar mucho, solo tenemos que actuar en base a dichas normas, e incluso cuando actuamos desde nuestro lado más rebelde, enfrentándonos a dicha norma, por lo general no lo hacemos desde la reflexión sobre la norma en sí, sino solamente desde la oposición y el descontento. Esto se demuestra en nuestros momentos de adolescencia en los que hacemos justo lo opuesto de lo que nos dicen nuestros padres, ¿por qué? Porque sí. Es decir por oposición y no por reflexión.
Cuando nos acostumbramos a que para todo hay una regla, nuestro cerebro, un músculo que se entrena igual que los bíceps en el gimnasio, se debilita, porque no tiene que tomar decisiones, solamente debe seguir instrucciones. Eso significa que cuando llega un momento en el que no hay una regla marcando la pauta de actuación, este cerebro débil se cae como un anciano al que le roban su bastón. ¿Acaso pretendemos que sea de otro modo? La rehabilitación existe por un motivo, y es que cuando nos partimos las piernas, una vez se curan, tenemos que aprender a andar de nuevo. Tomar decisiones es algo que se puede hacer bien, cuando nos acostumbramos a tomarlas, a forzarnos a unir conceptos, a ser críticos, a relacionar ideas. Por contra, cuando no necesitamos tomar decisiones, funcionamos con el piloto automático.
La necesidad al sometimiento
Someterse a las normas también implica un alto grado de delegación de la responsabilidad, y esto para la mente humana es un gran alivio. La responsabilidad mal gestionada es un lastre que nos acorrala y que nos persigue en nuestros sueños. Cuando actuamos según las normas no hay responsabilidad, la responsabilidad es de otros, de quienes han creado la norma, pero nosotros solo actuamos en consecuencia. Esto también hace que vivamos en un estado de calma y tranquilidad con nosotros mismos, incluso cuando cometemos una atrocidad, si ésta está dictaminada por otro, no es culpa nuestra, no somos responsables. Es una forma muy hábil de engañarnos a nosotros mismos, pero funciona.
Esto también radica a que vivimos en la sociedad del aplauso o el abucheo, por tanto el miedo al error aumenta, de modo que todo lo que nos evite caer en el potencial abucheo es bienvenido. Por esta razón, delegar el responsabilidad en otros y evitarnos así una potencial crítica a nuestras acciones nos conviene y mucho, es el paracaídas que nos evita estamparnos contra el suelo. Lo gracioso es que si ahondamos un poco más y somos totalmente honestos con nosotros mismos, aún cuando las reglas las crean otros, somos responsables de nuestros actos y de acatar normas que igual no nos parecen bien. Por lo tanto, este mundo de fantasía no es más que eso, una gran mentira que nos hemos creado para sentirnos mejor con nosotros mismos.
La incómoda libertad
Las normas son también una renuncia a nuestra libertad, con el fin de hacer más cómoda la conviviencia, lo sé, pero no dejan de ser una renuncia a nuestra libertad. A la vez, como ya hemos ido exponiendo la libertad es incómoda porque por un lado implica que tengamos que tomar decisiones nosotros y para ello debemos manejar una serie de informaciones y luego implica que somos responsables de dichas decisiones. ¿Quién quiere ser libre con todo esto sobre la mesa? Y en buena medida es en este aspecto en el que radica esta espiral hacia la imbecilidad. Nos hemos acostumbrado a continuar con lo que nos funcionó de niños en la edad adulta, asistimos a la eterna infantilización.
De niños nos dicen lo que tenemos que hacer y en vez de darnos poco a poco acceso a las herramientas que nos permitan gestionar la libertad, nos hacen dependientes de estas normas, siendo sinceros es mucho más sencillo de gestionar, pero también más débil y mucho más limitado. Es verdad que dejar que cada uno gestione su libertad de la mejor forma implica confiar mucho en las personas y en las capacidades que se les ha dado, pero justamente de eso se trata, deberíamos de esforzarnos mucho más en dar las herramientas para una gestión adecuada de la libertad que en crear normas tan rígidas que se tornan imposibles de seguir.
¿Anarquía o ke ase?
No propongo la anarquía absoluta, porque entre otras cosas sí creo que necesitamos un acuerdo sobre ciertas normas que nos permiten convivir. Aunque yo también entiendo la anarquía como un sistema de valores tan elevado que ciertas normas están interiorizadas hasta tal punto que no se requieren como normas porque ya se dan por sentado, pero este es otro tema que no es el foco de esta reflexión. Lo que sí considero es que las normas no deben ahogarnos, no deben constreñir hasta el punto de inmovilizarnos.
Las normas deben ser lo suficientemente amplias para que, incluso, podamos actuar en contra de las mismas cuando sea necesario. Por ejemplo, no debemos cruzar en rojo, tiene sentido, salva vidas y ayuda a la convivencia entre peatones, bicicletas y vehículos a motor, pero si son las tres de la mañana, yo soy un peatón y puedo ver a más de un kilómetro que no viene nadie en ninguna de las dos direcciones, no hace falta que me quede parado como un idiota esperando a que se ponga el semáforo en verde.
La flexibilidad nos hace humanos
La flexibilidad es lo que nos diferencia de las máquinas, al menos de momento. Y esto es lo bonito a mi juicio. Esta flexibilidad es la que denota que tienes la capacidad de manejar de una manera hábil y adecuada las herramientas que te brinda tu capacidad mental para tomar decisiones apropaidas a cada circunstancia. La flexibilidad es la que denota inteligencia, la rigidez mental denota una necesidad de acotar tu marco de acción por la falta de confianza en el resultado.
Cada vez que establecemos una norma es porque de algún modo no confiamos en la capacidad de los humanos para gestionar y tomar buenas decisiones en el caso de darles total libertad. Es cierto que la libertad puede implicar que ante una misma situación adoptemos opciones diferentes, igualmente válidas, pero diferentes y esto pueda generar ciertas discrepancias, por esta razón, en algunos aspectos, como puede ser la seguridad vial, tiene sentido que establezcamos ciertos acuerdos.
¿Eliminamos las normas entonces o no?
Obviamente no, lamento que siquiera me hagan esta pregunta, ¿no han entendido nada de lo que he expuesto hasta ahora? ¡Qué mal me explico! No propongo eliminar las normas, pero sí que no nos pasemos, que no le pongamos normas a todo y sobre todo, que las normas que creemos sean flexibles y consideren la opción de saltárselas siempre que tenga sentido, pero sobre todo por lo que abogo es por entrenar la mente, por hacer más esfuerzo en dar las herramientas a la sociedad para que seamos personas libres, inteligentes y con herramientas para tomar decisiones, y menos esfuerzo en subrayar y hacer que repitamos normas y normas sin pensar, como robots que se aprenden palabras para repetirlas de por vida sin saber cuál es su significado.
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