Las redes sociales no cuentan historias
Ná más que tontás
Recientemente me tocó contar mi historia en cosa de diez minutos. Me lié un poco más de la cuenta y me tomó quince. ¿Si saben cómo me pongo para qué me invitan? Eso me sirvió, sumado a una conversación apasionante con mi querida Alejandra Lazo, para reflexionar sobre cómo contamos nuestras historias y cómo las redes sociales, creo, han influido en esta dinámica. En esta influencia percibo cierto vuelco hacia una ausencia de tensión. ¿Ya no hay espacio para el conflicto? ¿Sólo cuentan los éxitos? ¿Fallar es sólo para fracasados y parias sociales? Veámoslo.
Definiendo las historias
Para empezar acotemos lo que es una historia. Propongo definirlo de la siguiente forma:
Narración que puede ser oral, escrita, dibujada, o audiovisual, en la que se relata una intriga de desarrollo variable que cuenta con un planteamiento, nudo y desenlace según la estructura clásica.
Y aquí me gustaría añadir que lo importante de las historias es que tengan tensión, y ahora entraremos un poco más en esto, pero justamente es el punto donde las historias se comparan con la comedia. La diferencia entre las historias y la comedia es que en el humor esta tensión no se resuelve y se mantiene para crear ese clímax constante y emprender un baile con un público entregado a la risa. Esta idea será importante un poco más adelante.
Sin tensión no hay historia
Mi profesora de la Escuela de Escritores de Madrid, Magdalena Tirado, siempre dice que sin tensión o conflicto no hay historia. Y tiene razón. Un relato en el cual no pasa nada, ni es historia ni es nada. ¿Quién quiere oír una retahíla de planes exitosos? Eso es lo más aburrido del mundo.
Hay bastante literatura sobre los modelos de historias que contamos. En 2004 Christopher Booker establecía que hay 7 modelos básicos de historias. En 2016 se partió de un análisis similar que Kurt Vonnegut hizo a mano en 1981, y se puso a prueba contrastándolo con el análisis de inteligencia artificial de unas 2000 historias y se llegó a la conclusión de que había 6 estructuras arcos narrativos básicos.
Sean 6 ó 7 ó 1 millón, lo que tienen en común todas las historias son ese modelo de planteamiento, nudo y desenlace o como lo expone Freytag en su pirámide, exposición, complicación, clímax, reversión y desenlace. Por eso siempre nos toca sufrir con nuestros personajes favoritos en las historias que leemos, vemos en películas o escuchamos en podcasts.
Mantener la tensión o resolverla, he aquí la cuestión
Desde mi infancia y a lo largo de toda mi vida me he relacionado con el mundo a través de historias. Y me ha dado por pensar que es algo muy canario y español, el contar estas historias desde el fracaso y no tanto desde el éxito, ¿es así? No lo sé, pero ahondemos un poco más en esta idea y volvamos sobre la comedia y las historias.
En el mundo anglosajón está muy presente la idea del héroe, del sueño americano, de la persona que alcanza el éxito, de ahí surge ese gusto por la épica. La tensión se introduce en pasado, lo que permite enfatizar el éxito obtenido. Por contra en el ámbito hispano nos sentimos muy incómodos con el personaje de mallas y capa, como ejemplo frente a Superman y James Bond, nuestros super héroes son Súper López y Mortadelo y Filemón. Nos regocijamos en el fracaso, lo saboreamos y obviamos cualquier opción de éxito, ¿realismo sucio? Puede ser.
A mí personalmente me cae mucho mejor esta actitud de sentirse reconfortado en el sueño truncado, que la necesidad por esa tendencia al heroísmo. Pero obviamente estoy sesgado por mi desarrollo. Sin embargo no hablemos de mí, hay una explicación para esta tendencia dispar. Los del apéndice de Europa tenemos una tendencia al canallismo, a la comedia, por tanto necesitamos hacer más hincapié en la tensión no resuelta que en la historia con desenlace, porque si la resolvemos nos quedamos sin chiste.
Masificando la épica
Ahora que tenemos claras estas dos tendencias, podemos hablar de la evolución de las historias. Afirmar que el modelo heróico norteamericano es el más extendido no pillará a nadie por sorpresa. Aunque Hollywood empieza a contar historias de antihéroes, de tez más ténue, más crítica, etc., sigue siendo algo minoritario.
Lógicamente a medida que avanzamos en el tiempo tenemos menos presentes los referentes que normalizaban el fracaso y tenemos, simplemente por volumen, una mayor presencia de modelos heróicos en nuestro desarrollo. Esto ha permeado las pantallas de cine y ahora vemos esta misma imagen de súper humanos plasmada en todo lo que consumimos. Actrices que representaban el papel anticuado de mujer perfecta hasta el punto que se convertían en un modelo inalcanzable para el resto de mujeres, actores que parece que nunca se comen un sobao pasiego en su vida para desayunar y así todo. Lo malo de esto es que nos lo hemos creído y nos han mermado la autoestima.
El problema de las expectativas, sobre todo cuando éstas son inalcanzables, es que nos abocan a una vida de frustración. Ésto nos llevará a comernos otro donut y un tarro de medio litro de helado, alejándonos otros dos kilos de nuestra aspiración de alcanzar la ansiada ausencia total de materia grasa en el cuerpo.
Las redes sociales y la épica sin conflicto
A diferencia de cuando contábamos historias a nuestros amigos y amigas, regocijándonos en la comedia, o sea, por ejemplo de cómo fracasamos de modo estrepitoso tratando de hacer una entrada magistral en nuestro nuevo trabajo y darnos cuenta tarde de haber pisado una mierda de camino. Ahora replicamos aquello con lo que nos hemos nutrido. Nuestros modelos a seguir lucen perfectos en cada acto al que asisten, no van al baño y si alguna vez lo hacen nunca tienen diarrea, son perfectos incluso plantando un pino. Ya decíamos que tenemos una autoestima mermada por nuestra existencia basta y mundana.
En un intento de reconstruir nuestra autoestima y alcanzar el Olimpo de los ricos y famosos, o modelos a seguir, tratamos de exponer una imagen igualmente impoluta, y para ello obviamos la historia. Así publicamos únicamente una foto de un plato de comida perfecto. Cocina de autor. No vamos a decir que para pagarlo nos hemos estado comiendo de menú un mes entero. Y en nuestro feed nunca verás una foto de los san jacobos congelados que nos metemos entre pecho y espalda.
En nuestros perfiles de internet todo es perfecto, nadie se ha encontrado un pelo en su sopa, ni ha pisado una mierda, ni está oliendo su propia mierda mientras se hace una story con un filtro de perrito en el espejo del baño. Y así, de pronto, hemos dejado de contar historias, ya sean del lado de la comedia o de la épica, da igual, ya no hay conflicto, y por lo tanto no hay historia.
Con la historia muerta ya no hay épica
Lo que no nos damos cuenta es de lo que ya apuntaba al comienzo, en el mundo anglosajón la épica funciona porque en su historia hay conflicto. La vida es dialéctica, es la definición por la oposición, es decir, hay una palabra para definir a las personas rubias porque hay personas morenas, si todos fuésemos rubios no necesitaríamos una palabra para definirlo. Del mismo modo, si todo es épico, y no hay conflicto, en realidad no hay épica.
Las redes sociales por tanto se convierten en una sucesión de galardones, un expositorio de éxitos que no cuentan ninguna historia, son meros recortes de una vida que se torna justo en lo que no pretende ser, mediocre.
Pero la peor parte no es la carencia de historias, que si bien grave y para mí una pérdida irremplazable, la peor parte se la lleva el hecho de que nos hace sumamente vulnerables al fracaso, a la tensión. Cualquier cosa que no sea enmarcable en un filtro para publicar en redes se torna en drama. La pena es que de nuevo, sin drama tampoco hay alegría, y así la vida se convierte en un amasijo imperfecto de una perfecta monotonía.
En la falta de glamour está la épica de la vida
En este punto y como cierre regreso a mi manera particular de ver el mundo. Creo que la vida es mucho más alegre cuando la enfrentamos con la capacidad de no venirnos abajo porque algo sale mal, cuando no se termina nuestro acotado mundo cuando algo no funciona como esperamos. Las expectativas son uno de nuestros peores enemigos. Por otra parte, construye mucho más nuestra autoestima el fallar, reconocerlo y vivir con ello con dignidad que depender del éxito constante para no sentirnos mal.
Pero el punto que quiero resaltar aquí es que en la falta de glamour de la vida está su épica, es en las caídas, en los tropiezos donde está al sal de la vida, y donde construímos nuestra historia. Vivir con cosas imperfectas supone que tu autoestima, hasta cierto punto, es lo bastante fuerte como para no extraer tu seguridad de proyectar una imagen de perfección. Sin embargo da la sensación de que ya no sabemos hacer eso, no tenemos una autoestima sana, por ende debemos cubrir sus carencias proyectando una falsa perfección. Pero lo peor de todo es que al hacer eso nos hundimos aún más, porque nos imponemos una meta inalcanzable en la cual fracasaremos más que los éxitos que obtendremos y por tanto nuestra autoestima se verá aún más mermada.
Si me lo permiten, abogaría por divertirnos más, por contar historias, por seguir disfrutando de la tensión que es muy sana y que nos permite vivir en un mundo mucho más real del que estamos pretendiendo dibujar.
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