Mirando a la muerte a los ojos
Relatando en corto
Su marido la estaba empujando cuesta abajo en su silla de ruedas cuando me crucé con ella. A través de sus ojos opacos por las cataratas, la Muerte me miró. Había llegado ese momento. La vida de esa señora, de párpados que colgaban como cortinas sobre su mirada y arrugas que la recorrían de frente a barbilla, lentamente abandonaba su cuerpo. Para asegurar ese tránsito acogía en su alma a eso que representamos como ser con guadaña cuando en realidad es algo etéreo.
Aún sin conocer a la señora supe que esa mirada no podía ser la suya. La madre que ella fue y a la que su hija aún abraza con fuerza, como si tratase de rasgar los últimos pedazos de recuerdo antes de que sea demasiado tarde, ya no está. En los ojos de esa mujer vi por primera vez a la Muerte, que me miró como se mira el abismo, prisionera en un cuerpo que ya no rezuma vida, observando una vez más como otra persona se apaga.
Entendí que la Muerte nunca ha visto el mundo con una mirada limpia, siempre llega cuando la vida empieza a emborronarse. No era diferente en esta ocasión. Aquellos ojos nebulosos me hablaron y sin mediar palabra me relataron el deseo que tiene la Muerte de experimentar la vida. Su existencia efímera en el último suspiro que se torna constante de un ser a otro es su castigo.
A través de su mirada percibí que, viendo la vida en mí, por un instante la Muerte deseó vivir. No porque yo sea especial, sino porque al no haber nada alrededor en aquel momento, a través de aquellos degradados ojos pudo ver sin distracción lo que significa estar vivo y debió preguntarse qué se siente en contraposición a morir una y otra vez.
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