Otra vez en la compra

Relatando en corto

Juntando letras
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5 min readSep 28, 2018

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Aquí estoy. Otra vez en un jodido supermercado, tachando ingredientes de una lista mientras tengo que ver a las malditas viejas pelearse por ser la primera de la cola. Siempre se hacen las despistadas para colarse, y no puedes decirles nada, porque serías un desalmado por gritarle a una adorable viejecita de pelo cano y aferrada a un andador. Y una leche. Es todo una pantomima. Se aprovechan de que vivimos en una sociedad de blandurrios.

A estas alturas ya me da igual un sabor que otro. Total más o menos es todo lo mismo. Lo único que diferencia a una tortilla de una gelatina es la pastosidad de la patata. Me aburre pensar tan solo en que hay que comer varias veces al día. Por la mañana el desayuno, luego la comida y por la noche la cena. Y los gilipollas de los dietistas intentado que comamos hasta cinco veces. ¿Qué coño les pasa? Ni que no hubiese nada más que hacer en la vida que comer.

Una vez fui a una dietista. Pretendía convertirme en un rumiante. Su idea de una vida sana es un claro síntoma de enajenación mental. Con la última cucharada de potaje de lentejas aún en el esófago pretendía que me metiese un plátano en el gaznate.

Odio estar en cola. Y peor aún si es en el supermercado. Todos esos olores de comida comenzando a pudrirse mezclados con el olor de la gente que también se pudre. Porque no nos engañemos, la vida no es otra cosa que un largo y tedioso camino a la putrefacción. Y la comida es igual. En cuanto se empaqueta está cada vez más cerca de cubrirse de moho. En el fondo comemos pre-moho.

¡Qué horror es hacer la compra! Esos laberintos de estanterías en las que no hay otra cosa que sustancias de engorde. Todo estrecho. Sin sitio para los carros que pretenden que llenes y para las lorzas que acumulas al comerte toda esa bazofia que te venden. Y encima de todo, repleto de viejas y viejos, que ya empiezan a oler a las plantas que crecerán en sus tumbas. Los miro moverse, por los pasillos, con la mirada perdida, a paso lento, estirándose con dificultad, para coger cosas, de las estanterías más altas. Entonces pienso que la primera persona que imaginó un zombie lo hizo después de comprar leche en un supermercado repleto de viejos.

Si lo piensas bien, al final de tu vida habrás invertido por lo menos dos terceras partes de tu tiempo en cosas que tienen que ver con comer. Porque tienes que pensar en el que será tu menú, ir a comprar los ingredientes, guardarlos, cocinar y luego comértelo. Y así todo el tiempo.

Si la vieja que tengo delante tuviese una etiqueta con la fecha de caducidad, sería la misma que la de los muslos de pollo que llevo en mi carro. Con cada golpe de tos pienso que el siguiente será el último de su vida y me atenderán un poco antes porque ella ya no se llevará lo que ha metido en el carro. Imagino el bastón cayendo al suelo a la vez que ella cae muerta, con el tronco y la cabeza sobre la cinta transportadora, amortiguada por la bolsa de mezcla de lechugas. Pero de momento sobrevive. Tiene cara de olor a pedo perenne, tan típica de esa clase de viejas, y tose como si fuera a explotarle el pecho. Pero por lo demás parece tenerlo controlado. Farfulla cosas por lo bajo, sus labios no paran de moverse diciendo vete a saber el qué. Seguro que está cagándose en todo lo que se mueve con algo más de agilidad que ella.

Debe ser horrible llegar a esa edad con todo ese rencor. Es muy divertido observarla. Está intentando poner cara de pena. Pero su gesto es tan forzado que cualquiera debería darse cuenta de la cara de asco que tiene. Nos mira con odio a todos los que estamos en la cola, al dependiente, incluso lo hace con nuestros hijos no natos, con tanto resquemor que tiene.

La chica que tiene delante en la cola está empezando a ceder. ¡Oh, no! ¡¿Cómo puede ser esto?! Es increíble que esa mujer no se dé cuenta de lo falsa que es la señora. Seguro que además la vieja mientras la mira está pensando que por ser joven y llevar una camiseta de tiras que deja los hombros al descubierto es una golfa y una guarra. Por su cabeza pasarán palabras como casquivana y puta. Esta clase de viejas son así, no nos engañemos, son más machistas que los hombres machistas.

¡Pues no me da la gana! No tolero que esta señora se cuele porque la otra tía no sea capaz de ver lo que está pasando. ¡Ya lo tengo! Voy a dejarla en evidencia. Que se descubra todo el pastel, aquí delante de todos. ¿Cómo lo puedo hacer? Decirle algo no va a funcionar, además van a pensar que yo soy un gentuza… ¡Eso es! Mientras hago que voy a coger unos chicles del estante que hay aquí en caja, le voy a dar una patada con el disimulo a su bastón. Cuando vean todos los presentes que no se cae dejarán de sentir pena y sabrán que es todo una farsa. La tipa en cuanto sale del supermercado meterá el bastón en su cesta de la compra con ruedas y no le hará ningún caso. Si es que se ve, que es mentira.

¡Joder! Menudas mierdas tienen en las cajas hoy en día. No me apetece nada de lo que hay. Menuda porquería de chicles, ¿de sandía? ¿En serio? Si la sandía como fruta ya no sabe a nada, ¿cómo se les ocurre meterlo en un chicle? Podrían haber hecho el chicle de nada y sería lo mismo. En fin, todo sea por ver la cara de pánfila que se le queda a la mentirosa ésta. ¡Venga, ahí voy!

[A esto le siguieron unos segundos de sonido de golpe de carne contra metal, de hueso corroído resquebrajándose y de sollozos de dolor.]

¡Su puta madre! Que se ha caído la vieja con toda la boca contra el borde metálico de la cinta transportadora. ¡Menuda hostia! ¡Mierda, que está sangrando a chorros! ¡Joder, joder, joder! ¿Cómo puede haberme tocado la única vieja que realmente está jodida? ¡Menuda liada! Todas las miradas de la gente están clavadas en mí y las siento como dagas que me atraviesan. ¡Hostia puta! Es que lo de disimular no se me da nada bien y fue súper obvio que le dí una patada a propósito al bastón. Si es que le di con tantas ganas que golpeó la barandilla que separa las filas de gente esperando en caja. Ufff, y el cabrón que estaba detrás mía en la cola ha ido a buscar al segurata. A ver cómo coño salgo yo de esta ahora. ¿Cómo se puede ser tan imbécil? ¡Qué cagada! Si es que los supermercados son lo peor. ¿Quién coño me mandaría a mí venir aquí hoy, a estas horas?

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