Un paladar extraño

Relatando en corto

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2 min readSep 19, 2018

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El ritmo rápido de atención provocó que la sala de espera estuviese vacía. En la consulta del otorrinolaringólogo Renato, Jenato para el joven Rodrigo, se abigarraba el olor a desinfectante y bolsas esterilizadas. Solo suavizado por el aroma dulce y anisado de la glicirricina del regaliz, que provenía del tarro de cristal, que ornamenta la mesa del doctor. Mientras Renato le echaba un último repaso al paladar del niño, tenía muy claro cual era el diagnóstico.

–Raimunda, su retoño tiene un evidente caso de paladar gótico.

–¿Qué me dice doctor? ¿Eso qué es? Y lo más importante, ¿es grave?

–Para decirlo en pocas palabras, su hijo ha perdido la erre.

–¡Dios mío!–solloza Raimunda.

–Tranquilícese Raimunda, no es nada que un logopeda no pueda llegar a resolver.

Esa última frase no tranquilizó a Raimunda, que no podía quitarse de la cabeza el paladar con forma de techo de iglesia de su hijo. Se deshacía en sollozos, sorbiendo mocos, mientras se limpiaba las lágrimas con su pashmina violeta remolacha.

Rodrigo, se descomponía al mismo ritmo que se empapaba el pañuelo de su madre. Parecía como si alguien hubiese colgado plomos de pesca de las comisuras de sus labios. Él no era capaz de poner imagen a cómo el otorrinolaringólogo le describía su palar, solamente tomaba conciencia de que algo no estaba bien con el cielo de su boca.

–Jenato, ¡yo solo quiejo sej un niño nojmal!–dijo Rodrigo entre lágrimas

–Y lo serás Rodrigo, no te preocupes.

Aquella noche, de camino a casa Rodrigo se pasaba la lengua por el paladar. Lo hizo tanto tiempo que se quedó tan áspera que no pudo saborear el Nesquick que le preparó Raimunda antes de dormir. Rodrigo no pegó ojo.

Al día siguiente Rodrigo fue a clase cabizbajo, con unas ojeras de mapache y los ojos rojos. Pero esa mañana se incorporó un niño nuevo, la maestra le solicitó que se alzase para presentarse a la clase de Rodrigo.

–Buenosh díash, me llamo Sebashtian y eshpero hacer pronto muchosh amiguitosh nuevosh aquí.

Sentado en su pupitre, Rodrigo se fundió con las carcajadas de su compañeros. Mientras la maestra golpeaba la mesa con su regla de madera de cincuenta centímetros tratando de imponer el orden.

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