Amor tras el microscopio
Muchos pueden pensar que la ciencia y el romance están reñidos. Sin embargo, numerosas parejas de investigadores se han formado a lo largo de la historia. Juventud Técnica te presenta algunas de ellas.
Joliot-Curie: Herederos de un nombre
Nadie podría decir con seguridad cuándo se enamoró Irene de Frederic. La hija mayor de los esposos Curie conoció al joven ayudante de su madre siendo todavía una adolescente. Sin embargo, la pasión entre ambos demoró en llegar.
Marie Curie, que por entonces ya contaba con dos premios Nobel (Física en 1903 y Química en 1911), deseaba un flamante futuro profesional para su descendencia. Irene solo tenía 17 años cuando su madre la dejó a cargo de una instalación radiológica en plena Primera Guerra Mundial. Por ello, la descubridora del radio y el polonio puso resistencia a la boda de la pareja.
A pesar de todo, los jóvenes se dieron el “sí, quiero” en 1926. La matriarca de la familia continuó pensando que su yerno estaba más interesado en el apellido de su hija que en su propia carrera académica.
El matrimonio Joliot-Curie estrechó sus lazos en los laboratorios. De conjunto, estudiaron las emisiones radiactivas y llegaron a reproducir algunos elementos de formar artificial. Gracias a sus esfuerzos, ambos obtuvieron el Nobel de Química en 1935. Marie había fallecido un año antes. No pudo reconocer los méritos del “hombre que se casó con Irene”.
Sally Ride y Tam O´Shaughessy: Unidas por el cosmos
Sally Ride fue la primera mujer norteamericana que traspasó la atmósfera terrestre. Los expertos de la Agencia Espacial de los Estados Unidos (NASA, por sus siglas en inglés) la seleccionaron por su formación doctoral como física y sus vastos conocimientos de mecánica.
En 1983, formó parte de la misión STS-7 en el trasbordador Challenger. Las obligaciones de la astronauta estuvieron relacionadas con manipular un brazo robótico en ingravidez. La científica cumplió su cometido y, al regresar a la Tierra, fue aclamada por sus compatriotas como una heroína. Un año después repitió la hazaña.
La joven dejó de trabajar para la NASA en 1987. A partir de ese momento centró sus esfuerzos en ayudar a niñas y adolescentes interesadas por la tecnología, ingenierías o las matemáticas.
En aquella época conoció a Tam O´Shaughessy, profesora de la Universidad de California, quien se especializaba en la divulgación de la ciencia. Juntas publicaron libros y crearon una fundación destinada a empoderar a las mujeres del mundo académico.
Sally falleció en 2012, tras sufrir cáncer de páncreas. Durante el funeral, Tam fue reconocida por primera vez en público como pareja romántica de la astronauta. Aunque los prejuicios sociales no permitieron a las científicas vivir libremente su amor, nadie pudo impedirles que entrecruzaran sus vidas para ayudar a las generaciones futuras.
Britt-Moser: Un cerebro entre dos
May-Britt y Edvard Moser se conocieron en la Universidad de Oslo poco antes de cumplir 20 años. Ambos estudiaban en la facultad de medicina y pronto descubrieron que compartían intereses acerca de la neurofisiología. Antes de la graduación, tuvo lugar la modesta boda donde los galenos sellaron su unión sentimental.
Algunos años después, los esposos Moser se vincularon a los estudios realizados por el neurólogo John O´Keefe. El experto norteamericano había descubierto unas células de hipocampo encargadas de la orientación y la memoria espacial en el cerebro humano. Tres décadas después, la pareja noruega detectó componentes nerviosos capaces de generar un sistema coordinado y facilitar la capacidad de las personas de situarse en un punto determinado.
Por sus aportes, el matrimonio fue considerado, junto a O´Keefe, para el Premio Nobel de Medicina. En 2014 recibieron el galardón de la Academia Sueca y, posteriormente, distanciaron un poco sus recorridos profesionales. May-Britt se convirtió en directora del Centro de Computación Neuronal en la Universidad Tecnológica de Trondheim. Mientras, Edvard inició su labor en el Instituto Kavli de Sistemas de Neurociencias en la propia ciudad.
Los sabios del patio
En una pequeña casa, ubicada en el habanero reparto de Nuevo Vedado, dos científicos cubanos conviven. La cotidianidad, como en tantos otros hogares, entraña dificultades. Una mañana el auto doméstico no arranca o la comunicación con el centro de trabajo se dificulta por problemas de conexión. A pesar de ello, la constancia y el esfuerzo reinan en aquel sitio.
Los profesores Lila Castellanos y Agustín Lage son miembros de mérito de la Academia de Ciencias de Cuba. Durante años, los expertos han dedicado sus desvelos al desarrollo de la biotecnología de la Mayor de las Antillas.
Ambos han apoyado recíprocamente sus carreras y formaron una familia a la cual también inculcaron la pasión por la vida académica.
En una parte distinta de la ciudad, al interior de la casa del Alma Máter, otra pareja de investigadores cubanos comparte avatares laborales y personales.
En 2016, ella, como presidenta de la Sociedad Cubana de Física, tuvo una curiosa experiencia. María Sánchez Colina debió entregar el Premio Nacional de esa especialidad al profesor Osvaldo de Melo, su esposo.
“Creo que nuestra relación se basa en la admiración mutua y en lo mucho que él se divierte conmigo”, aseguró la pedagoga en una entrevista concedida a Juventud Técnica.
El matrimonio se conoció en la Universidad de La Habana, un lugar muy especial para ellos; en particular su Facultad de Física a la que han dedicado décadas de trabajo.