El día que la ciencia cubana tocó el cielo

Juventud Técnica
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3 min readSep 18, 2020
Ilustración: Ricardo Valdivia Matos

Cuarenta años después de haber sido el primer cubano que viajó al cosmos, el hoy general de brigada (r) Arnaldo Tamayo Méndez no pierde el sueño de volar nuevamente a “el jardín de la noche” “en un pájaro de fuego”, como le cantara Silvio Rodríguez.

Era impensable, hasta aquel 18 de septiembre de 1980, que un ciudadano de la Isla, incluso de América Latina, se hiciera de un lugar en la vasta bóveda celeste, reservada entonces solo para un puñado de hombres y mujeres de dos potencias cósmicas terrícolas y, quizás, para escurridizos e ignotos extraterrestres.

Sin embargo, al entrar en la nave espacial Soyuz-38 que le llevaría a lo desconocido desde el cosmódromo de Baikonur, no pensó en cuán afortunado era, sino en su infancia humilde, en su vida reivindicada en las Fuerzas Armadas, en la familia, la natal Guantánamo Luego de varias horas de etéreo vuelo en dirección a la estación orbital Saliut-6/Soyuz-37 suerte de laboratorio sideral con el que la cápsula se acoplaría para ejecutar sus misiones científicas junto a otros cosmonautas soviéticos–, Tamayo tuvo el privilegio, esquivo aún para cualquier coterráneo, de ver su Patria desde más de 300 kilómetros de altura.

El guantanamero, sabemos, viajaba con Yuri Romanenko, comandante de la nave que ostentaba por nombre la nada fortuita palabra rusa unión. Impuso el destino, o los pueblos, que ambos cosmonautas presidieran en el futuro, en sus respectivos países, sendas asociaciones de amistad entre las dos naciones.

Es que el viaje respondía a un proyecto de colaboración espacial surgido para los miembros del otrora campo socialista. Cuba, país que se nutrió con la solidaridad de cada cosmonauta que la visitó a partir de Yuri Gagarin, formaba parte del programa Intercosmos desde los años sesenta del siglo XX, sus inicios.

Sin embargo, el aviador nacido en Baracoa, en 1942, no fue un viajero invitado amablemente, sin otro rigor de selección que sobresalir entre decenas de excelentes pilotos por sus aptitudes físicas y exquisitas cualidades intelectuales. Ni siquiera determinó su condición de afrodescendiente, aunque hubiera sido suficiente razón social por esos días en que ningún humano semejante había visto todavía la Tierra desde la ingravidez tras una escotilla.

La exclusividad de Tamayo residió, eso sí, en ser la persona ideal para ejecutar una gran cantidad de estudios en materias diversas, diseñados por cientos de científicos cubanos. En pocas palabras: el Elegido hizo parte de su tripulación a la ciencia del país y con su mano la alzó más allá de las acolchadas nubes.

La Academia de Ciencias de Cuba dirigió el proceso de preparación de 21 investigaciones seleccionadas entre múltiples propuestas realizadas; algunas, por la imposibilidad logística de desarrollarse en aquel momento, fueron realizadas después por otras misiones. De otros seis proyectos del programa interespacial, también se encargó la dotación cubano-soviética.

De manera que esta tuvo que sortear profundos y difíciles ensayos, entre ellos el cultivo de los primeros monocristales orgánicos en microgravedad utilizando azúcar cubana, así como otros experimentos médico-biológicos y la exploración desde el espacio del territorio del archipiélago nacional y su plataforma continental, en busca de minerales y posibles yacimientos petrolíferos.

El viaje fue todo un éxito científico y simbólico. Muchos resultados fueron útiles para el futuro desarrollo de la cosmonáutica y la ciencia espacial. Otros se pusieron en función de las diferentes economías que participaban en el programa.

Tras años de crecimiento, la ciencia cubana logró entonces ponerse a prueba en un inédito escenario. Únicamente quien no supo apreciar ese asalto al cielo, aquel que solo vio a un caribeño en el cosmos, con toda seguridad quedó atónito con la cadena de éxitos científicos que el país siguió acumulando tras ese vuelo.

Por todo lo anterior, y no solo por el riesgo en que puso su vida, fue Tamayo el primer Héroe de la República de Cuba y recibió altas distinciones de la extinta Unión Soviética y otras naciones.

Oficialmente, aquel vuelo duró 159 horas, 49 minutos y nueve segundos. Pero no, sigue aún. En estos tiempos de amenazas de privatización y militarización del espacio, ya alcanzó sus primeros 40 años de trascendencia, con la ciencia cubana a cuestas y el sueño del navegante sideral, recurrente en sus compatriotas.

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