Giraldo Alayón: un conservacionista a la medida.

Iramis Alonso Porro
Juventud Técnica
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7 min readMar 19, 2019

Por Daniela Alejandra Gutiérrez Pérez// Fotos: Alba León Infante

Para dicha de los aracnofóbicos, los frascos que conforman la colección de arañas más grande de Cuba están ocultos dentro de dos pequeños armarios fijados a la pared.

Los cristales de las puertecitas están cubiertos con una tela oscura que esconde el trabajo de una vida. Son unas vitrinas antiquísimas, las mismas que sirvieron al Padre Pelegrín Franganillo y Balboa, importante aracnólogo cubano, para albergar su muestrario y que fueron rescatadas de la basura por el Doctor en Ciencias Biológicas y curador del Museo Nacional de Historia Natural de Cuba, Giraldo Alayón García.

Cuenta Alayón sus historias y cada una de ellas deja entrever que es un conservador nato: de los animales, del conocimiento, del pasado. Son tantos los tesoros acumulados en la oficina de su casa que le sería imposible mudarse de allí, si es que algún día pensara en semejante idea, porque cada uno de ellos, incluyendo a su guardián, han echado raíces y no sobrevivirían en otra tierra que no fuera la de San Antonio de los Baños.

Su biblioteca no es la excepción: posee algunos de los libros de biología más importantes escritos en siglos pasados, erróneamente obsoletos para algunos.

“En los inicios de mi carrera el Instituto de Biología tenía un gran archivo de textos que yo solía consultar, hasta que recibieron la donación británica de una nueva colección. Un día llegué a la escuela y bajo las escaleras de la entrada encontré todos los viejos libros amontonados, le pregunté al bibliotecario y este, casi llorando, me dijo que todo aquel conocimiento se llevaría como basura para hacer pulpa de papel, porque ahora solo cabía lo nuevo. Llamé a mi padre para que me ayudara a cargar en el carro unos 40 volúmenes que había recogido”, cuenta Alayón.

Hoy se lamenta no haber tenido un camión o un poquito más de conciencia para habérselos llevados todos. Esa fue, quizás, su primera experiencia como “rescatista”.

Entre los textos recuperados, guarda celosamente un tomo de los 63 que posee la Biología Centrali-Americana, escrita por Osbert Salvin y Frederick Du Cane Godman, y es precisamente el dedicado al estudio de las arañas.

El libro, de carátula azul con jaspeados blancos y las hojas amarillas por el tiempo,a simple vista solo parecería magnífico por el gran tamaño que tiene. Las ilustraciones son obras de arte irrepetibles, conseguidas por las manos de litógrafos fallecidos durante la Primera Guerra Mundial.

El científico trata de explicar su valor, señala que es un volumen que no le gusta tocar mucho por temor a estropearlo. Cree que, a pesar de ser yo una de las privilegiadas que lo ven, no estoy captando la idea como debería. Confiado de las palabras de El Principito, sabe que las personas mayores aman las cifras, yen un intento desesperado pone sobre la mesa el argumento final:

“Estando en Nueva York averigüé que solo uno de esos tomos vale 17 mil libras esterlinas.”

Pienso que, la verdad, es que tiene que ser una obra de arte, pero no por el precio desorbitado, sino porque al abrir al azar algunas de sus páginas, aparecen un montón de dibujos de arañas listas para saltar del papel, atadas a sus hilitos invisibles.

“Estas son las más feas”, me comenta, refiriéndose a una plana que muestra un grupo de animalitos marrones. Sigue buscando hasta que llega, encuentra lo que buscaba y casi grita con orgullo:

“¡Mira eso, mira esto, mira los tonos, mira los pelos! ¡Mira, mira, ellas son así! ¡Mira eso! ¡Belleza! ¡Mira este, es un macho! ¡Y esta es una hembra! ¡Mira ese animal, esos son sus colores! ¡Y pensar que son imágenes de 1905! ¿Te das cuenta?”.

Él tiene la idea de hacer sus propios aportes. Además de haber descrito un sinfín de especies de arañas y de ser el autor de numerosos artículos sobre ciencias, hoy tiene sobre la mesa otro proyecto: publicar un compendio actualizado de las arañas de las Antillas, algo que no se hace desde cien años atrás.

Al Giraldo niño siempre le gustaron los temas de superhéroes del espacio, de ciencia ficción, en especial la serie Flash Gordon y los platillos voladores. Una vez su padre le regaló un volumende Historia Natural que sin dudas acentuó su interés por lo científico.

Pero no fue hasta que vio en el cine la película Viaje al centro de la Tierra, adaptación de la obra homónima de Julio Verne, que se sintió totalmente imbuido. Poco después compró el libro, lo leyó y lo conservó para toda la vida. Para salvarlo del deterioro lo encuadernó, en rojo y con su nombre grabado, tachó algo que escribió en una página para una novia de la adolescencia y hasta le puso dentro un recorte de periódico con una reseña de la película. Ese es el comienzo de toda la historia. Es otra de sus reliquias.

En cuanto a la vida animal, el título de conservacionista le queda a la medida. El estudio de las conductas de las arañas le hizo comprender que la realidad es muy lejana a la filosofía cartesiana, que asumea los animales como máquinas que responden a estímulos, pues las investigaciones han comprobadoque ellos son capaces de tomar decisiones, resolver problemas, construir herramientas o establecer estructuras sociales.

“Los animales piensan”, asegura Giraldo, apoyándose en las teorías de Charles Darwin, que promueven la continuidad evolutiva entre el sistema emocional del hombre y de los animales. Defiende la necesidad de una Ley de Protección Animal para Cuba y se atreve a asegurar que, si tuviera todos los recursos, dejaría de comer carnes por el resto de su vida.

Hace muchos años tuvo la oportunidad de conocer y estudiar el mundo de las aves, mientras trabajaba en la Empresa de Protección de Flora y Fauna. “Cierto día”, rememora el también ornitólogo, “vinieron a Cuba unos estudiosos norteamericanos en busca del pájaro Carpintero Real. De casualidad, quien los iba a acompañar en las expediciones se ausentó y yo lo sustituí, teniendo así la posibilidad de profundizar en la vida de este animalito dentro de su entorno”.

Los científicos foráneos partieron de la Isla con las manos vacías, pero lo que no sabían era que Giraldo Alayón no es de los que se quedan a las puertas del asunto.

“Yo lo seguí buscando hasta que, en 1986, luego de casi 50 años sin verse, encontré al Carpintero Real, un ave considerada prácticamente extinta”, anuncia con ese orgullo sano que solo tienen las personas modestas.

Hay otro proyecto que lleva cerca de diez años rogando los favores de la comunidad de San Antonio y del que Alayón, con la sempiterna ayuda de su esposa Aimee, se ha apropiado cual un hijo. Por el medio del pueblo corre agonizante el río Ariguanabo y el científico se ha propuesto la tarea de devolverle la lozanía. Después de serpentear el largo camino de la burocracia, que aún no termina, han logrado constituir oficialmente el proyecto Amigos del Río como una de las pocas fundaciones existentes en nuestro país.

Ya tienen una casa que servirá de sede, sin sillas ni mesas ni ningún otro mobiliario, pero con una bandeja de plata que alguien ha donado y que Aimee, directora de la fundación, ha logrado abrillantar. “Hay gente que no tiene interés, pero hay muchos que sí porque queremos que la fundación ayude tanto al río como a los ariguanabenses” dice ella, confiada en algo que sí poseen: el ímpetu de este matrimonio.

El haber recorrido medio mundo, participar en estudios en Harvard o ser curador permanente del Museo Nacional de Historia Natural de Cuba no lo amedrentan. No pretende salir de su pedacito de tierra en San Antonio, pues su vida y su labor están ahí. Se siente incapaz de dejar el verdor de la naturaleza que le rodea por el ruido de la ciudad.

Giraldo Alayón ahora se preocupa de qué pasaría si él no pudiera seguir con sus propósitos, si no hubiera quien lo sustituyera en sus tareas. Sabe que tiene mucho trabajo por hacer aún, con la fundación, con sus expediciones, con las descripciones de especies de arácnidos que tiene pendientes sobre su mesita de cirujano y con tantas otras cosas, ansiosas por trascender el presente a través de la mano de este científico.

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Iramis Alonso Porro
Juventud Técnica

Periodista cubana especializada en temas de ciencia, tecnología y medio ambiente. Directora de la revista Juventud Técnica y profesora de periodismo científico.