La Isla hueca: una historia bajo las rocas

Juventud Técnica
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11 min readFeb 26, 2020
Cavidad cuya superficie cedió, ubicada en elreparto Camilo Cienfuegos.
(Foto: Claudia Alemañy Castilla)

Por Claudia Alemañy Castilla

El edificio 330 del reparto Camilo Cienfuegos, en La Habana del Este, se encuentra a poco más de 200 metros del mar. La construcción de cuatro pi­sos, ocho viviendas e igual número de familias, es ro­deada por una refrescante brisa en cualquier momento del año. Sin embargo, vivir en ese sitio dista de ser una experiencia paradisiaca. El edificio 330 se hunde.

Ana Duvergell Fabier, vecina del apartamento número dos de la planta baja del inmueble, muestra con pesar las grietas en las columnas y arquitrabes de su casa. Atavia­da con una redecilla negra sobre el pelo, la mujer se dirige al portal y con determinación señala la mancha negra, de metro y medio de largo, que se extiende por el piso.

“¿Ves? El suelo está cediendo”, dice Ana mientras frunce el ceño y vuelve la vista hacia la columna que ahora corona la entrada de su vivienda. “Eso no esta­ba ahí antes. Tuvieron que hacerla para que sirviera de aguante, de soporte. Pero mira, ella misma está llena de rajaduras. Por eso me pregunto ¿la habrán hecho bien? ¿O esto ya no tiene solución?”

La ama de casa recuerda que cinco o seis años atrás la situación era todavía peor. Frente a su baño, los mo­saicos del piso colapsaron y se abrió un agujero. Los hijos y sobrinos buscaron una vara de alrededor de 160 centímetros, no mucho más grande que Ana, y la intro­dujeron en la cata. Cabía entera.

“Tenía fotos en un celular que se me rompió, pero eso salió hasta en Canal Habana porque nosotros en­seguida comenzamos a buscar soluciones”.

Para mitigar la situación, y tras incontables reclamos de los vecinos, la entonces Unidad Municipal Inversio­nista de Vivienda (UMIV) envió un grupo de brigadas que, por turnos, realizaron algunas mejoras paliativas. Sin embargo, menos de un lustro después, las afecta­ciones emergen.

María Caridad, una hermana de Ana, advierte con ve­hemencia que todo es culpa del agua. “Por debajo de no­sotros hay una entrada de mar. Eso es lo que está chu­pando la tierra, se come el cimiento. Fíjese si es así que, cuando hay temporales por frentes fríos o ciclones, el agua sale disparada por un hueco, una boca de mar, que hay escondida en ese yerbazal y que casi nunca se acuer­dan de chapear… ¡Dios quiera que no se caiga nadie!”.

La conjetura no es del todo errada. El océano influye en el fenómeno que hoy viven los vecinos del 330. Al parecer, el inmueble fue construido en las inmediacio­nes de un cenote o dolina. Es decir, una cavidad subte­rránea que aumenta de tamaño en la medida en que ocurren infiltraciones por agua de lluvia o marina.

“Aquello es una caverna, la Cueva de los Camarones la llaman”, relata Silvio Rodríguez Marcovich, otro de los habitantes del conglomerado de apartamentos. “Hace unos años, un vecino que no sabía nada, pero se qui­so hacer el inteligente, volteó varios camiones de are­na para tapar el hueco. Eso no se podía hacer. Conclu­sión: a los cuartos de los apartamentos de la planta baja de nuestro edificio se les hundió el piso; se deteriora­ron los rodapiés y las columnas se cuartearon. Esto es­taba catalogado como en peligro de derrumbe.”

El doctor Efrén Jaimez Salgado ha encabezado un equipo de trabajo integrado por investigadores de diferentes entidades relacionadas con el estudio de la geología nacional. (Foto: Claudia Alemañy Castilla)

Efrén Jaimez Salgado, investigador del Departamen­to de Tecnología Ambiental, Geofísica y Riesgos del Instituto de Geofísica y Astronomía (IGA) de Cuba, certifica que, en efecto, el relleno artificial potenció las afectaciones.

“Al quedar obstruida la caverna, se produjo un des­plazamiento lateral de los campos de tensión, por de­bajo de los cimientos del edificio. De ahí que la estruc­tura del inmueble cediera”.

Si bien las mejoras evitaron un colapso inminente del edificio 330, el experto asevera que los riesgos to­davía persisten.

“Las reparaciones solo son una mejoría por un tiem­po. El peligro sigue ahí. Quizás no ocurra pronto, pero en el futuro los problemas se incrementarán. Los chorros que se expelen a propulsión durante los tem­porales demuestran que la caverna todavía se comuni­ca con la línea de costa. Aunque esté más o menos re­llena, sigue siendo corroída”.

Del otro lado de la ciudad, en el municipio Playa, otro inmueble sufrió sus propias vicisitudes. Los habitantes del número 4606, ubicado en la calle 39 entre 46 y 48, comenzaron a detectar pequeños microsismos, muy localizados, desde 2013 y hasta 2015.

Los vecinos comenzaron a interpelar a las autoridades municipales en busca de respuestas. Confeccionaron una carta de alerta donde, gracias a la aritmética, se puede calcular que las oscilaciones telúricas llegaron a suceder­se entre siete y 43 días, para una media de 20,6 jornadas de recurrencia. El equipo de investigadores del IGA acu­dió a la construcción para comprobar lo sucedido.

“Bajo el edificio había varias cavidades que recibían aguas albañales producto de la fosa séptica reventada de otras construcciones aledañas. Uno de los túneles no contaba con entradas ni salidas, y por infiltración, los residuales se acumularon en él. Entonces se gene­ró metano en condiciones anaerobias. De ahí los tem­blores que fueron detectados”, explicó Jaimez Salgado.

Por gestión propia, los vecinos abrieron la fosa, limpia­ron los escombros y finalmente consiguieron repararla. Los temblores terminaron, pero el daño ya estaba hecho. Las vibraciones afectaron la estructura del inmueble, en el cual todavía se pueden apreciar severas grietas.

A pesar de las considerables distancias geográficas entre ambas edificaciones — el 330 en La Habana del Este y el 4606 en Playa — , sus rémoras estuvieron es­trechamente relacionadas entre sí. Las formaciones cavernosas bajo sus estructuras están marcadas por una realidad geológica: el desarrollo de suelo cár­sico en la Isla.

Un gruyere, rodeado de un mar de añil

Columna provisional y mancha de humedad en el portal del edificio 330 del Reparto Camilo Cienfuegos, en La Habana del Este (Fotos: Claudia Alemañy Castilla)

Entre el 65 y 66 por ciento de la superfi­cie de Cuba está cubierto por área cársica. Si además se toma en cuenta el litoral coste­ro del archipiélago, la cifra se incrementa casi hasta un 80 por ciento. Este tipo de relieve se origina a partir de la degradación química de rocas como la caliza, el yeso, la dolomía, en­tre otras. Todas ellas son piedras que contie­nen componentes minerales altamente solu­bles en agua.

Las formaciones cársicas se dividen en dos gran­des grupos: de llanura y de montañas. A su vez, estos cuentan con otros numerosos subtipos. El desarrollo de carso en las elevaciones es más fácil de localizar, pues las cavernas se pueden apreciar en las laderas. Sin embargo, no ocurre igual en las planicies.

El libro Cuevas y Carso, del doctor Antonio Núñez Jimé­nez, señala que el terreno cársico epigeo (superficial) de llanuras también es propenso al encavernamiento. Pe­ro no es frecuente poder apreciar las cavidades debido a que muchas son de origen inverso — ceden de adentro hacia afuera — y están cubiertas por suelos rojos.

La cueva del Indio, en Boyeros, preocupa a los expertos por su cercanía al área por donde pasa el tren del recinto ferial Expocuba. (Foto:Cortesía de Efrén Jamez Salgado)

Los escenarios de carso subterráneos, según advier­te la citada bibliografía, son susceptibles a la inestabi­lidad. En otras palabras, es posible que el suelo sobre estos se agriete o colapse fácilmente.

Ante tal escollo, el estudio de ese tipo de relieve en nuestro país ha sido prioritario. Sin embargo, la deta­llada localización y caracterización de esas áreas era todavía un nicho novel de investigaciones, casi virgen, cuando el profesor Jaimez Salgado y su equipo deci­dieron asumir la tarea.

“En el año 2009 comenzamos un trabajo en la pro­vincia de Artemisa para poder analizar el carso en zo­nas como la Sierra del Rosario y en Las Cañas. Después, de manera experimental, Mayabeque implementó un estudio de reordenamiento ambiental y desde allá se impulsó un proyecto de tipificación de las regiones cár­sicas en una escala cartográfica grande, de uno en 25 mil”, apuntó el especialista del IGA.

Poco a poco, la máxima del equipo de investigación se convirtió en conseguir elaborar un mapa de los peligros geológicos asociado al desarrollo de carso en regiones de importancia turística, económica y social del país.

“Si no identificamos dónde están las formaciones cársicas más inestables, corremos el riesgo de em­prender obras arquitectónicas, ya sea con fines do­mésticos o industriales, que luego carezcan de la estabilidad necesaria, o en las cuales haya que invertir el doble del presupuesto previs­to. Los ejemplos están ahí, son pal­pables”, puntualizó el también doctor en ciencias.

Jaimez Salgado relata que uno de los casos más antiguos que demuestran la nece­sidad de este tipo de estudios es la construcción del Hotel Habana Libre. Al parecer, cuando se inició su fa­bricación, los ingenieros norteamericanos a cargo del proyecto se toparon con una furnia de 60 metros de profundidad.

La solución fue inyectar toneladas de hormigón pa­ra sellar la cavidad cársica. Esto prácticamente triplicó los costos de fabricación del inmueble.

El equipo del IGA tuvo constancia de otras proble­máticas similares en la Isla; como lo ocurrido en la construcción de la ronera de Santa Cruz (Mayabeque) o, más recientemente en el tiempo, respecto a la Cen­tral Electronuclear de Juraguá, en Cienfuegos.

En el Escambray cienfuegueros prevalecen las formaciones cársicas de montaña, tal es el caso de la caverna que se observa en la Loma La Ventana.(Foto: Cortesía de Efrén Jamez Salgado)

“Nosotros pudimos acceder a documentos en los cuales se recogen datos de fabricación de la planta nu­clear que nunca se puso en funcionamiento. Los exper­tos a cargo de esos trabajos realizaron calas en el te­rreno y también se toparon con profundas cavidades bajo la superficie”, cerciora Jaimez Salgado.

De acuerdo con el informe comprobado por los es­pecialistas del IGA, el procedimiento en Juraguá fue el mismo que en el Habana Libre. Se inocularon balsas de hormigón armado con balines de acero para rellenar el agujero subterráneo.

Según aseveran los investigadores del Departa­mento de Tecnología Ambiental, Geofísica y Riesgos, predecir cuándo ocurrirá el colapso de una grieta en terreno cársico es muy complicado, pues depende, en gran medida, del grado de infiltración de los suelos.

“No obstante, los humanos también influyen. Por ejemplo, al verter aguas negras o residuales sobre áreas de carso estable, los ácidos — en particular el carbónico — aceleran el proceso y comienzan a disol­ver la roca. Un fenómeno natural que quizás tardaría varios años se activa, y provoca los derrumbes impre­vistos”, apuntó Jaimez Salgado.

En todo el globo terráqueo se han producido ca­tástrofes asociadas a los ritmos apresurados que imponen las personas a la naturaleza. Tal es el caso del gigantesco pozo abierto en Guatemala en 2013, y otro similar en China, en febrero de 2018.

Entre el Capitolio y la perla

Luego de terminar el mapeo de los escenarios de peligro cársico en Artemisa y Mayabeque, el equipo de investigadores del IGA presentó los resultados de sus pesquisas ante el Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil.

Según Jaimez Salgado, las autoridades “quedaron satisfechas y, a recomendación del general Ramón Par­do Guerra, solicitaron que continuáramos hacia otras provincias del país.”

En 2014 comenzaron a tipificar las áreas con forma­ción de carso en La Habana, lo cual se extendió has­ta 2017. Ese mismo año, comenzaron las exploraciones de Cienfuegos. Según consta en los informes de inves­tigación, el territorio fue seleccionado por el creciente desarrollo industrial de esa provincia. Las conclusiones fueron alcanzadas a mediados de 2018.

De acuerdo con las pesquisas del grupo investigati­vo, la capital cubana posee un área cársica de 327,9 ki­lómetros cuadrados. De ellos, solo el 2,01 por ciento se corresponde con carso de montañas. Es decir, la mayor proporción de ese tipo de relieve se encuentra en las planicies de la ciudad.

Sin embargo, no todo el territorio enmarcado como cársico cuenta con escenarios potencialmente peligro­sos. Aproximadamente, solo un cuarto de este tipo de formación rocosa es propensa a posibles hundimien­tos. Las principales dificultades de encuentran en las zonas costeras, en municipios como Playa, Habana del Este y Centro Habana. Pero también hay afectaciones en una parte de Plaza de la Revolución y serios casos en Boyeros y Marianao.

Por otro lado, un total de mil 559,4 kilómetros cua­drados de la geografía cienfueguera — la superficie de esa provincia es cuatro veces mayor que esa cifra — es cársica. De esta cifra, solo el 19,6 por ciento parece ser potencialmente peligroso y las áreas más propensas se focalizan en las montañas del Escambray que se ubi­can en la mencionada provincia central, zonas coste­ras como Pasacaballos, Medialuna y hasta el límite con Sancti Spíritus, y Juraguá.

Además, las pesquisas dirigidas por Jaimez Salga­do han determinado que el ascenso del nivel del mar, debido al cambio climático, impacta negativamente en las áreas de formación de carso. Este fenómeno poten­cia el crecimiento de las aguas subterráneas hacia las superficies lo cual acelera los procesos de infiltración y degradación de las rocas.

“Ahora estamos empezando con Guantánamo, pa­ra luego completar las tres provincias del sur oriental. Esa área es compleja por el acto índice de sismos que se producen ahí y, probablemente, nuestros resultados estarán enmarcados por esa realidad”, afirma el espe­cialista del IGA.

Tareas pendientes

Si bien más del 60 por ciento del territorio nacional cuenta con formaciones cársicas, parece haber algunas incomprensiones sobre la necesidad de analizar los fe­nómenos asociados a este tipo de relieve.

Durante el transcurso de esta investigación, Juven­tud Técnica tuvo conocimiento de que la asignatura que aborda las características del carso había sido retirada del compendio de materias obligatorias de la carrera de Geografía.

Al respecto, Nancy Pérez Rodríguez, decana de la Facultad que imparte esa carrera en la Universidad de La Habana, explicó que esta decisión formó parte del reordenamiento que implementó el país para la puesta en marcha del Plan E de la Educación Superior.

“Este ha sido un gran debate en el cual hemos traba­jado a lo largo de la conformación del nuevo sistema de estudios. Incluso, nosotros mismos no estábamos muy conformes precisamente porque es muy impor­tante estudiar todas las formas cársicas, debido a su prevalencia y a que son muy complejas y diversas en el caso cubano. No obstante, el Plan E da la posibilidad de que todos los estudiantes den esa asignatura, aunque sea optativa. No está limitada”.

Por su parte, el doctor Efrén Jaimez Salgado consi­dera que todavía son pocas las acciones para mitigar la acción humana que acelera el desarrollo de forma­ciones cársicas.

“Hay casos muy particulares. En el municipio Playa, por ejemplo, prácticamente no existen alcantarillas, todas las aguas residuales van al carso. En los territo­rios estudiados, donde identificamos problemáticas similares, nosotros hemos alertados a las respectivas delegaciones provinciales del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.

“Supongo que ellos a su vez notifiquen a las entida­des del Instituto de Planificación Física. Pero lo cierto es que todas las medidas que he visto son solo paliati­vas, como es el caso del edificio 330 en el reparto Ca­milo Cienfuegos”.

La preocupación del experto se suma a la de Ana, su hermana María Caridad y los demás vecinos del in­mueble ubicado en La Habana del Este. Si la realidad es inamovible, y el terreno cársico es parte de la geografía cubana, ¿cómo aprender a vivir con él?

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