Luis Enrique Llanes Montesino: cocinando con isótopos

Irenia Gonzalez
Juventud Técnica
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11 min readJul 6, 2021

Por Claudia Alemañy Castilla/Fotos: cortesía del entrevistado

En 1937 Carlo Perrier y Emilio Segré se convirtieron en los descubridores oficiales del Tecnecio (Tc). El nuevo integrante de la Tabla Periódica fue el primero en ser obtenido totalmente de forma sintética. Además, no contaba con isótopos estables.

El hallazgo fue todo un acontecimiento puesto que, desde el siglo XIX, se hacían conjeturas sobre el ocupante del puesto 43 de la herramienta creada por Dmitri Mendeléyev. El elemento resultó extremadamente inestable, razón por la cual es muy escaso en la Tierra.

Con el paso del tiempo, las investigaciones consiguieron profundizar sobre sus propiedades. En particular destacan las indagaciones sobre su isótopo 99mTc (la “m” indica metaestabilidad). Este último es comúnmente empleado en prácticas de medicina nuclear.

La Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) estima que se trata del radioisótopo más utilizado con fines de diagnóstico. Esta agencia de autoridad considera que está presente en el 80 por ciento de los procedimientos para detectar y tratar tumores.

“Puede adherirse a varias moléculas concretas, lo que permite diagnosticar muchas enfermedades, entre ellas determinados tipos de cáncer. Por ejemplo, el 99mTc — DFM (difosfato de metileno) se emplea para detectar la metástasis ósea”, se explica un artículo publicado en la página web de esa entidad global.

Muchos hospitales se valen del Tecnecio para el análisis de afecciones cardiovasculares y otras enfermedades crónicas. No obstante, los límites del uso de este isótopo se expanden cada vez más, en búsqueda de nuevas aplicaciones y resultados científicos.

Ochenta años después del descubrimiento de Pierrer y Segré, un joven cubano obtuvo su título de Licenciatura en Radioquímica con una tesis de investigación relacionada con ese elemento.

Cuando Luis Enrique Llanes Montesino cursaba el segundo año de la carrera, en el Instituto Superior de Tecnologías y Ciencias Aplicadas (InsTEC), comenzó a interesarse por la relación entre el uso de las técnicas nucleares, la industria y el medio ambiente.

Con el objetivo de ampliar su entendimiento de esa temática, poco después se incorporó a un grupo de estudios con más de 25 años de experiencia dentro de su Facultad.

“Mis primeras pesquisas fueron realizadas bajo un Programa Coordinado de Investigaciones (PCI) que mantenía el Grupo de Aplicaciones Industriales y Medioambientales de los Radiotrazadores del InsTEC con la OIEA”, apuntó Llanes Montesino.

Su diplomatura — “Evaluación de la adsorción del 99mTc en la arena sílice y estudio de la estabilidad del radiotrazador sólido en sistemas acuosos” — se entrelazó estrechamente con dos proyectos del organismo internacional. Desde entonces, Llanes Montesino, divide sus días entre investigación y docencia.

Los inicios de un radioquímico

De pequeño Luis Enrique afirmaba — a quien quisiera escucharlo — que deseaba ser médico. Solía frecuentar muchos centros de salud en compañía de su madre, psicóloga de profesión. Mientras ella atendía a sus pacientes, el niño se escapaba a los cuerpos de guardia.

“Me gustaba observar la atención que brindaban los especialistas a los casos que llegaban. No sentía temor cuando se trataba de heridas u otros traumatismos. Nunca sentí fatiga al ver mucha sangre o cuando le ponían a alguien un hueso en su lugar”, reveló.

Él mismo considera que en aquellas instalaciones surgió su apasionamiento por las ciencias biomédicas.

“Mi crianza transcurrió en un ambiente de pacientes, de amistades de mi madre que trabajaban en el sector de la salud, y siempre tuve las libertades por parte de mi familia de investigar o estudiar lo que despertara en mí un mayor interés”.

Durante la Secundaria Básica, sus inclinaciones estudiantiles se centraron en la biología y la química. Esas asignaturas, más las opiniones de disímiles amistades y familiares, lo convencieron de que podía recibir una excelente preparación en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) de la antigua provincia de La Habana (actualmente dividida en Artemisa y Mayabeque).

En noveno grado aprobó los exámenes y, en septiembre de 2008, comenzó a asistir a Mártires de Humboldt 7. Era la primera vez que estaba becado, que vivía lejos de su natal Nueva Vereda, en el municipio de Caimito.

“Fue un periodo esencial de mi formación. Ahí se forjaron mis hábitos de estudio, mis maneras de esforzar- me, de enfrentar un problema, mi disciplina en el ámbito académico y la rigurosidad en el desempeño como estudiante. Todo eso se lo debo a mi escuela”.

El IPVCE aportó un cúmulo de experiencias y gratos recuerdos. También le ayudó a establecer algunas de las amistades más perdurables que sostiene. Y fue también el primer encuentro de Luis Enrique con un laboratorio.

Desde el momento en que se vio rodeado de pipetas y tubos de ensayo, el joven sintió una gran atracción por la actividad experimental. Gracias a la orientación profesional recibida, en cuanto al dilema Biología y Química, Luis Enrique terminó decantándose por esta última. Atrás quedaba la idea de dedicarse a la medicina.

“Tras escuchar por primera vez acerca de las carreras nucleares, me animé a asistir a las ‘puertas abiertas’ del InsTEC y quedé atrapado en su mundo. Debido a mi creciente interés, la Radioquímica parecía una elección perfecta, pues combinaba: Química + Nuclear”.

No obstante, confiesa que la decisión final conllevó un serio autoanálisis. A fin de cuentas, elegir una carrera universitaria determina, en gran medida, el futuro de las personas. “Es complejo, se tienen dudas porque falta madurez. Yo seguía teniendo interés en la Bioquímica también, incluso, sentía una particular motivación por otras áreas como Periodismo, Comunicación Social o Relaciones Internacionales. No se me daba mal expresarme o comunicar cosas”. Finalmente, Luis Enrique consiguió dejar atrás su incertidumbre. Se presentó a las pruebas de aptitud nacionales que en aquel momento tenían las carreras nucleares y alcanzó una plaza para estudiar Radioquímica.

La vida universitaria

El InSTEC está ubicado en un punto sumamente céntrico de la capital cubana. En pocos minutos se consigue acceder a varios municipios. El bullicio del tráfico de los habitantes de la ciudad se esparcen con celeridad por aquellas parcelas.

Muy cerca de la institución, la historia abandona los libros de textos y se convierte en objetos palpables. La Quinta de los Molinos, además de ser la sede del primer Jardín Botánico de la Isla, acogió a líderes nacionales como Máximo Gómez. El Alma Mater, sus salones, sus anécdotas, también extienden su sombra hasta las aulas de ciencias nucleares.

Las características del ambiente universitario logran contagiar a casi cualquier estudiante. El entorno citadino es otro aliciente. La experiencia de seguro también llegó hasta Luis Enrique, quien nuevamente expandía sus horizontes más allá del hogar.

“El InSTEC significa para mí mucho más de lo que podría describir con palabras. Allí me convertí en el profesional que soy. Recibí herramientas y conocimientos sólidos para transitar por los caminos del área de la ciencia que escogí.

“Ese pedacito habanero de la Quinta de los Molinos me acogió para mostrarme el valor del tiempo, del esfuerzo personal, de una buena investigación y de las virtudes. José Martí escribió una vez `lo que pocos hombres lo- gran es: administrar su pensamiento, reservar sus fuer- zas y dirigir su cariño´. Yo creo que el InSTEC me enseñó un poquito de cada cosa”.

Al mismo tiempo, el investigador reconoce que no todos los momentos fueron idílicos. A pesar de la buena preparación recibida en el IPVCE, la asignatura de Análisis Matemático le resultó muy fuerte en los dos primeros años de la carrera.

“El hecho es que requiere una nueva forma de pensar la Matemática, bastante alejada de la que nos enseñan en el preuniversitario”, comenta Luis Enrique. “Requiere de nuevas estrategias de estudio, basada en la dedicación, constancia y esfuerzo personal. Fue todo un reto”.

El joven refiere que hoy, cuando alguien le pregunta si le sirvieron esas materias, siempre responde que sí. Está convencido de que a pesar de no tener que usar todo lo aprendido en su rama de investigación, esos conocimientos le ayudaron a potenciar muchas capacidades.

“Gracias a ellas adquirí nuevas maneras de pensar, de resolver un problema científico, de enfocar una investigación. Constituyeron motores desarrolladores”, aseveró.

El acercamiento de Luis Enrique con el Grupo de Aplicaciones Industriales y Medioambientales de los Radiotrazadores ocurrió de forma temprana. A través de esta relación de trabajo concretó el tema de investigación de su tesis de licenciatura. También se concretaron los proyectos con la OIEA.

Uno de ellos estuvo vinculado a cómo utilizar productos radiológicos en procesos industriales en la Isla de forma general. Por su parte, el segundo centraba esfuerzos en estudiar las potencialidades del 99mTc con respecto al Níquel.

El mismo sitio, una nueva experiencia

En 2017 Luis Enrique cruzó los umbrales del InSTEC con una nueva misión: ahora se convertía en profesor. Se incorporó al Departamento de Radioquímica y, asegura, tuvo la suerte de contar con una estupenda acogida.

“Ya los conocía un poco desde la perspectiva de estudiante porque muchos me habían impartido clases. Pero supieron darme las herramientas necesarias para desenvolverme en esta nueva etapa. No puedo dejar de mencionar a los profesores José A. Corona, Zalua Rodríguez y Clara M. Melián, que me han inculcado, con mucho cariño, las formas en que me desenvuelvo hoy frente a las aulas”.

Pero “cambiar los papeles” de alumno a profesor siempre es difícil. Sobre todo, enfrentarse al aula, más cuando los estudiantes son jóvenes que solo tienen unos pocos años menos que el maestro.

“Siempre he intentado llevar al aula una clase de calidad. Es imprescindible el lenguaje asequible, sin descuidar el uso de palabras técnicas y el vocabulario propio de cada asignatura. Para ello no basta todo lo que aprendes en la carrera; es necesaria la preparación constante, el estudio consciente”, reflexionó Luis Enrique.

Para llevar contenidos actualizados, motivar a los estudiantes y propiciar una comunicación entre ambas partes de forma entretenida y creativa, asegura que es imprescindible leer mucho, escuchar los criterios de sus propios alumnos, discutir sus dudas con docentes de más experiencia e, incluso, pedir la evaluación a quienes lo instruyeron.

“He preferido siempre reconocer una equivocación a ocultar mi error detrás del orgullo o la autosuficiencia. Con respecto a la formación de futuros radioquímicos, siempre me parece poco lo que les comparto o explico. Cada alumno es un mundo diferente y tengo presente que más adelante quizás no recuerden un contenido, una explicación, pero jamás olvidarán cómo fuiste con ellos”.

En los tres años — casi cuatro — en que se ha desempeñado como profesor, Luis Enrique opina que ha crecido como profesional y persona. Está convencido de que fue una excelente elección el haberse incorporado al claustro. A la par, ha continuado con la línea investigativa con que consiguió su tesis de licenciatura. En esta nueva etapa, consiguió involucrarse con la industria nacional, en este caso del níquel.

“Estuve marcando lateritas (el mineral principal de donde se extrae en Cuba) con 99mTecnecio, producido por el Centro de Isótopos (CENTIS) de la Isla. De ese modo, terminé mi Maestría a finales de 2019”.

La novedad científica de este trabajo fue que “por primera vez se estudió la naturaleza del proceso de absorción del 99mTc en la laterita y se evaluó la estabilidad de este en diferentes condiciones físico-químicas para futuras aplicaciones en la industria cubana del níquel”.

Entre las posibles aplicaciones de estos estudios se destacan el procesamiento de minerales y del petróleo, el tratamiento de aguas residuales, así como el transporte de sólidos y sedimentos.

Cuando la bata queda en el laboratorio

Luis Enrique confiesa que podría mejorar sus hábitos de lectura. “Asumo que leo pocas veces, no sé si es algo de mi generación”. En realidad, se refiere a la ficción porque en verdad lee constantemente mientras estudia. Busca con avidez artículos científicos de la temática nacionales que encuentra en revistas de temáticas nacionales como Nucleus y otras internacionales.

Hace poco quedó prendado de La energía nuclear salvará al mundo, un libro del ingeniero nuclear español Alfredo García, publicado en 2020. El joven científico lo admira por sus acciones como divulgador y porque las páginas del texto se le fueron casi volando.

“Nada más terminarlo se los envié y dediqué a todos mis alumnos”, comentó con entusiasmo.

Para su labor constante de estudiar, prefiere los ambientes tranquilos y naturales. Algunas veces lo hace escuchando música instrumental moderna, pero también es un amante del pop latino, las baladas en inglés o la trova. En su tiempo libre consume una gran diversidad de materiales audiovisuales. Los guiones con alguna historia de corte científico le atraen más.

Además, tiene dos grandes fascinaciones. La primera de ellas es la cocina. “Me encanta, así como innovar nuevas recetas”, reveló con evidente satisfacción. Su segunda debilidad es la locución.

“De no haber estudiado Radioquímica creo que hubiese sido locutor o presentador de programas”, aseveró mientras le brota la risa. Luis Enrique siempre ha contado con su familia como un importante pilar de apoyo.

“Toda mi vida académica ha estado acompañada por el sacrificio, los consejos y las maneras de educar de mi madre y abuela. Agradezco mucho que haya podido graduarme y defender mi maestría cuando todavía vivían porque me reconfortó ver en sus ojos el brillo del orgullo que sentían por mí. Estoy hecho de pedacitos de ellas”.

Un proyecto en pleno desarrollo

Los expertos cubanos percibían la necesidad de contar con un espacio de intercambio de conocimientos para la divulgación y desarrollo de las ciencias y tecnologías nucleares con fines pacíficos. Así comenzó la génesis de la Red de Jóvenes Nucleares de Cuba (JovNuC).

En julio de 2018, Luis Enrique participó del Segundo Taller Nacional sobre Herramientas de Gestión del Conocimiento Nuclear. Acudió al evento a solicitud de especialistas de la Agencia de Energía Nuclear y Tecnologías de Avanzada (AENTA) y el InSTEC. En ese escenario se pactaron los primeros pasos para la materialización de la iniciativa.

Más tarde, en enero de 2019, se aprobó la constitución de este grupo y se realizó una votación para constituir su Junta Directiva. En ese momento fue electo como su presidente.

“Ha sido un reto en muchos sentidos. No fue sencillo unir a jóvenes del sector de diferentes edades y que trabajan en disímiles centros de investigación del país. Sus intereses también son diversos. Por fortuna, he contado con la ayuda infinita y la vasta experiencia de Berta García y Arnaldo López, dos profesionales magníficos”.

Hasta ahora, el trabajo de la novel organización se ha centrado en crear espacios para que estudiantes y profesionales menores de 35 años puedan crecer en el campo de las aplicaciones nucleares. La agrupación tiene perspectivas de seguir apoyando la divulgación científica y el debate crítico sobre los temas que involucran a su área de conocimiento.

Luis Enrique y sus colegas han realizado diversas acciones para potenciar la visibilidad de estas tareas. La creación de círculos de interés y el apoyo constante al Proyecto Grado 12 son algunos de sus méritos. Además, tienen fuertes aliados en los estudiantes del InSTEC, quienes colaboran activamente con ellos en las sesiones de puertas abiertas.

Es frecuente verlos implicados, a pie de calle, en acciones de divulgación. JovNuC comparte con jóvenes estudiantes en improvisadas mesas de experimentos que operan en diversas oportunidades para entusiasmar a niños y adolescentes por las ciencias.

Durante el 2020, replantearon sus estrategias incrementando su participación en el entorno online. Concursos de divulgación, congresos y otras tareas han mantenido en activo a los miembros y directivos de la Red. Luis Enrique Llanes Montesino, consciente de los retos, es una presencia inamovible en todas las actividades que organiza la iniciativa.

Todavía es pronto para imaginar que deparará el futuro para este investigador nuclear. No obstante, debido a sus constantes desvelos, es posible al menos deducir que su historia científica no ha hecho más que comenzar.

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