Francisco Arévalo, junto a su producto. Foto por Rodrigo Aliaga.

El Tío de los Juanitos

Partieron como alcancías infantiles en los años 60. Hoy, son infaltables en cada concierto de la banda de funk Chancho en Piedra, donde son sacudidos por eufóricos admiradores al beat de sus canciones. Son la imagen más reconocible su séquito de fans, que se hacen llamar Marranos, pero también son el trabajo con el que su actual fabricante, Francisco Arévalo, subsiste hace años.

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5 min readSep 10, 2019

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Por Rodrigo Aliaga

Francisco Arévalo no es un integrante de Chancho en Piedra, ni tampoco un fan. De hecho, hace 20 años atrás no conocía a la banda de rock, cuando fue despedido de su trabajo y debió encontrar un nuevo sustento para su familia. Sin embargo, hoy a sus 53 años, es la persona que probablemente a más conciertos ha ido.

Arévalo es conocido por ser el Tío de los Juanitos — populares alcancías en forma de caricaturescos cerdos color amarillo — , emblema central de la banda desde su primer disco, Peor es mascar lauchas. Él los fabrica y distribuye. Junto a un maletero lleno de Juanitos, se hace presente en cada concierto de la banda, con el fin de venderlos entre los asistentes. “Yo siempre le digo a todo el mundo: estos chanchos son como un hijo más para mí”, bromea.

Luego de que cerrara la aseguradora donde trabajaba y tras una serie de emprendimientos fallidos, la mayoría de los bienes de su hogar estaban embargados. En ese momento decidió gastar los escasos pesos que le quedaban en un remate: una bolsa de 1.200 alcancías plásticas con forma de cerdo, las mismas que él tuvo cuando era chico. Apenas las vio, supo que ahí había una inversión. “La gente va comprar por nostalgia”, pensó, pues sabía que más de una persona tuvo de esas alcancías en su infancia.

Pero Arévalo jamás imaginó el alcance que éstas tendrían. En su desesperación por venderlas, luego que su esposa se mostrara insegura de su decisión, le pidió a su hija que las promocionara con sus conocidos.

Portada del disco “Peor es mascar lauchas”, que en 1995 fue el primer disco de la banda Chancho en Piedra.

“Me dijo: Pero papá, ¿no cachai a los Chancho en Piedra? Yo no tenía idea. Cuando me viene a mostrar la carátula del disco, se me alumbró la ampolleta”, recuerda Arévalo. Hoy el hombre de los chanchitos tiene un montón de ellos en la distribuidora y éstos son repartidos en distinto puntos de la capital por sus selectos vendedores.

Un negocio redondo

Los primeros “Juanitos”, Arévalo los compró en un remate, pensando en atraer clientes por la nostalgia del juguete, después, a través de su hija conoció a los Chancho en Piedra. Foto por Rodrigo Aliaga.

Con la idea de venderle sus juguetes a los marranos, llamó a un popular programa de radio que dejaban espacio para dar avisos. Tan solo unos minutos después de entregar su número y de ofrecer su exclusivo producto, el teléfono empezó a sonar. “La gente me esperaba afuera de mi casa, así que los hacía pasar de a uno. Tenía cerditos de varios colores, pero yo sabía que el amarillo era el de la banda, así que siempre apartaba uno de esos y les decía que era mío”, explica. Con ese truco, podía llegar a cobrar hasta casi el doble por esos, mientras que los de otros colores los vendía a $15.000. Solo debía reponerlo antes de que el siguiente cliente pasara. En solo una tarde Arévalo vendió la mitad de su bolsa.

“El Panchi siempre perseveró. Se ha preocupado de tener todo un sistema para hacer funcionar lo de sus chanchitos”, dice Cristián, uno de los cuatro hermanos que componen el clan Arévalo Navarro, donde Francisco es el mayor. Cristián comenta que su hermano comenzó a trabajar a los trece años en una fábrica de plástico, la misma que años más tarde ayudaría con los moldes de los Juanitos. Luego, estos son pintados y etiquetados por distintos conocidos de Francisco. Finalmente, es él mismo quién se encarga de distribuirlos a vendedores en ferias, esquinas y pequeños comercios de Santiago.

Los fanáticos de Chancho en Piedra decoran sus Juanitos para que sean únicos e irrepetibles.

Todos los sábados, Arévalo llena su camioneta con cerca de 500 Juanitos y emprende rumbo. “A mí me gusta que se vendan en la calle, que mantengan eso medio folclórico”, dice, mientras maneja en dirección a Maipú. Ahí lo recibe Marco, un vendedor ambulante que promociona las figuras en un semáforo. Su recorrido sigue en una esquina en la comuna de San Joaquín, donde lo espera René, otro vendedor ambulante. Juntos posicionan los cerditos con cuidado y orden, del más grande al más chico. “El más grande lo vendo a cinco lucas, pero cuando partí los vendía mucho más caros”, cuenta.

Hace algunos años, Arévalo viajaba por todo Chile siguiendo a Chancho en Piedra, travesía que lo llevó a conocer a los miembros de la banda. “Había veces que ellos mismos se ofrecían a llevarme en el bus de la gira. Siempre han apreciado mi pega”, dice.

El legado de los Juanitos

Originalmente, Arévalo le decía a sus compradores que los chanchos amarillos eran escasos, por lo que podía cobrarles el doble por sobre los de otros colores. Foto por Rodrigo Aliaga.

Claudio Vásquez se autodenomina marrano desde los trece años. Calcula que ha ido a 200 conciertos y tiene un total de diez Juanitos: cinco de los clásicos, dos de la primera venta que realizó Arévalo y tres de los que se comercializan hoy. “El tío de los Juanitos nos ha salvado de varias. Algunas veces nos íbamos amontonados en su van con las bolsas de los Juanitos. Otras, no tenía cómo volver y me llevaba a Santiago. Los fans lo quieren mucho y lo respetan”, dice Vásquez.

El pasado 15 de agosto, en el Teatro Caupolicán, culminó el conjunto de ocho conciertos que celebraron los 25 años de Chancho en Piedra. El tío de los Juanitos se sumó a las celebraciones, pero acepta que ha viajado con menor frecuencia y ha asistido a pocos conciertos durante el último tiempo. Por eso, está considerando legar su trabajo a su hijo de 17 años. “Diego viene a ayudarme con las entregas y las ventas. A lo mejor él va a estar a cargo de esto más adelante. No quiero que muera”, revela apenado. “Para mí esa cuestión es potente y aunque no tenga la necesidad de venderlos igual lo haría por su significado”, agrega.

Sobre el autor: Rodrigo Aliaga es estudiante de Periodismo y escribió este artículo para el curso Taller de Prensa. El reportaje fue editado por Patricia Cifuentes en el Taller de Edición en Prensa, además de Belén Castillo y Sofía Campusano, editoras de Km Cero.

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Periodismo universitario, reporteado y escrito por estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la UC. www.kilometrocero.cl