Foto por Susana Hidalgo.

Muchas caras, un movimiento

Un torturado político de dictadura, un primera línea, el joven mapuche protagonista de la foto histórica de “La marcha más grande de Chile”, una estudiante de enfermería voluntaria de primeros auxilios y una estudiante secundaria cuentan sus vivencias dentro del movimiento social que nació el 18 de Octubre.

kmcero
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10 min readDec 28, 2019

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Por Catalina Olate.

La Alameda está repleta, kilómetros de personas cantan, gritan y viven la catarsis colectiva. Lo que comenzó como una evasión al pasaje del Metro de Santiago, se ha transformado en una movilización social que convoca a distintos perfiles de la sociedad. Reunidos en torno a Plaza Italia, mientras los adultos mayores levantan con fuerza sus pancartas, los jóvenes de la primera línea enfrentan a las Fuerzas Especiales. Secundarios cantan los himnos de la marcha y en la zona cero los estudiantes de la salud auxilian a las personas heridas. Todo sucede mientras banderas multicolores del pueblo Mapuche flamean sobre sus cabezas.

Juan Manuel Lanata./ Foto por Catalina Olate.

“Lo más importante es que estamos comenzando a recuperar la dignidad, nuestro pueblo fue pisoteado hace ya 46 años y yo creo que el daño más grande que nos hicieron fue habernos usurpado, violentamente, la dignidad”, afirma Juan Manuel Lanata, quien a sus 74 años, recorre diariamente Plaza Italia sosteniendo en sus manos carteles con consignas que cambian casi a diario. “No nos pidan paz, si primero no hay justicia. ¡Ningún cambio sin nosotros, el pueblo!”, se lee en su cartel aquel día.

— ¿Qué sintió al ver militares en la calle durante el Estado de Emergencia?

— Fue un sentimiento muy fuerte, muy encontrado y, justamente, hicieron lo que saben hacer, matar gente, reprimir, cegar, torturar.

Juan, en los setenta comenzó a estudiar Diseño Industrial en la Universidad de Chile, pero no pudo terminar. El 20 de febrero de 1974 fue secuestrado en el sector del Cajón del Maipo por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y llevado al Regimiento de Ferrocarrileros de Puente Alto. Estuvo ahí solo unas horas, ya que fue trasladado a diferentes centros de detención hasta terminar en el recinto militar de Tejas Verdes ubicado en San Antonio. Le aplicaron descargas eléctricas y golpes en diferentes partes de su cuerpo, sufrió un simulacro de fusilamiento y fue colgado de sus extremidades. Con 29 años de edad, Juan fue torturado durante más de tres semanas.

Tras años de trabajar como visitador médico, dice que recibe una buena jubilación y que además es beneficiario de la pensión otorgada a las víctimas de prisión y tortura política; es una de las 27.255 víctimas de tortura reconocidas en el Informe Rettig. “Yo reclamo precisamente por los que no tienen mis posibilidades. Por ejemplo, mira a estos cabros”, dice Juan y señala a los múltiples jóvenes que a rostro cubierto pican los macizos trozos de cemento y piedras que usarán para enfrentarse al carro lanza-agua de Carabineros.“Son personas que muchas veces no tienen acceso a servicios básicos. No entenderías que ese muchacho esté tirando piedras. Si yo tuviese esa edad, también lo haría”.

Los jóvenes señalados por Juan, con sus famosas capuchas cubriéndoles el rostro y sus cuerpos marcados por las horas bajo el sol a pecho descubierto, son parte de la primera línea o avanzada. En este frente, tanto hombres como mujeres de diferentes edades y ocupaciones, se enfrentan contra la policía. Mario es uno de ellos, tiene 27 años y luego de manifestarse durante días de manera pacífica junto a su madre, decidió unirse al grupo de los “capuchas”. Él considera a este grupo fundamental para que la gente pueda manifestarse tranquilamente en Plaza Italia, también bautizada por el movimiento como la Plaza de la Dignidad.

La primera semana, Mario lanzaba piedras, pero luego ocupó una antena satélital en la cual pintó la frase “Prometemos venganza”, ese fue su escudo casero, con el cual fue primera línea las siguientes semanas. Esta formación protege a los que desde más atrás lanzan piedras y canicas con resorteras, devuelven los artefactos recibidos por Carabineros y desactivan bombas lacrimógenas. El 12 de noviembre, Mario recibió siete perdigones en la parte baja de su cuerpo, desde entonces no ha vuelto a tomar su escudo ni a cubrirse el rostro.

— ¿No te daba miedo estar en primera línea?

No. Porque la injusticia es más grande. Uno ve cómo anda su gente. Somos el único país de toda Latinoamérica con el agua privatizada. La única comuna que la tiene para el pueblo es Maipú. Por hueás como esas no tengo miedo.

Mario estudiaba Gestión y Técnico en Redes en el Instituto Tecnológico de Chile (ITC), hasta que ni él ni sus padres pudieron seguir costeando sus estudios superiores.

— ¿Qué te parece que tilden a los encapuchados de delincuentes?

Están mal enfocados, aquí los únicos que no traicionan son la primera línea, la segunda línea, los que estamos ahí cachai, ahí está la lealtad. Yo estoy acá por mi hija, por mis papás que son jubilados, no estoy acá por privilegios, estoy acá por derechos.

El joven camina por Parque Bustamante hacia Plaza Italia, es un día con poca afluencia de manifestantes, Mario no ha faltado a las convocatorias, salvo cuando estaba herido y no podía pararse de su cama.

Mario escala la estatua del General Baquedano, la bandera chilena de más de metro y medio de ancho que carga a su espalda, ondea con el viento. En aquel mismo lugar, el 25 de octubre la actriz Susana Hidalgo tomó una foto que pasaría a la historia y que se convertiría en una de las fotos más viralizadas de La marcha más grande Chile. Se convocaron en el centro de la capital más de 1.200.000 chilenos a cacerolear y a gritar en pos de las diferentes demandas sociales que enmarcan el movimiento.

Mauricio Lepin./ Foto por Catalina Olate.

Mauricio Lepin Aniñir (27) es el protagonista en esa instantánea. Nació en Galvarino, ciudad de la Araucanía que, además de tener el español como idioma oficial, también tiene el mapudungún. Ese día, Lepin se subió a la estatua del General Baquedano, con sus cuatro tatuajes -entre ellos su abuela machi y dos kultrun- y ocho perdigones incrustados en su cuerpo. Él es quien aparece en la cima, en la fotografía tomada por Susana Hidalgo, en ella se ve con sus brazos abiertos extendiendo la bandera Mapuche que ondea sobre su cabeza. “Yo me subí más que nada por el tema de la cultura Mapuche, para representarla y demostrarle a la gente que aún tras 500 años que estamos en guerra, el mapuche todavía está vigente”.

Lepin vivió toda su infancia en la comunidad de Pelantaro a un lado del fundo Santa Luisa, junto a su abuelo que era lonko y a su abuela que era machi. Allí fue testigo y víctima de años de discriminación y represión policial. “Siempre se metían a las casas sin ninguna orden derivada de un juez, sin piedad, teniendo a los ancianos y niños afuera en el suelo, tirando lacrimógenas. Nosotros no podíamos tener nada en la casa, porque siempre nos decían que lo que teníamos era fruto del robo que habíamos hecho en el fundo”, relata Lepin.

La enseñanza media la vivió en el Internado Indígena de Temuco, institución en la que junto a otros compañeros fundó la agrupación Wechenewen (fuerza joven) que se dedicaba a rescatar la cultura Mapuche. “Había mucha gente que era de apellido indígena y la mayoría se avergonzaba… como estábamos en el pueblo. Había veces en la que a los niños se les salía una palabra en mapudungún y los miraban mal”, recuerda.

Antes de emigrar a Santiago, Mauricio fue partícipe de las distintas ceremonias y manifestaciones en conmemoración del joven mapuche Jaime Mendoza Collio (24), que fue asesinado el 12 de agosto de 2009 al recibir un disparo por la espalda de parte de Carabineros en medio de la recuperación territorial productiva del Fundo San Sebastián de Angol.

— Si se aprueba la nueva Constitución, cómo crees que deberían ser incluidos los pueblos indígenas.

Buscar un representante y respetar el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), al que Chile suscribió. Darle poder político al mapuche, porque él tiene harto que decir, harto territorio que abarcar. Los demás pueblos también tienen que tener una concesión política. Quizás un dirigente de cada etnia que participe en la Constitución, para que tengan el poder de dar a conocer lo que nunca se les ha preguntado.

El 14 de noviembre, durante el aniversario del asesinato del comunero Camilo Catrillanca, Lepin recibió un perdigón en su cabeza y gas pimienta directo en sus ojos por parte de un efectivo de Carabineros, por lo que debió recibir asistencia médica. Pese a esto, Mauricio continúa manifestándose los días que su trabajo se lo permite: “Yo el miedo lo perdí hace tiempo, cuando teníamos represión desde pequeños en el sur. Esta es una revolución en la que los jóvenes tenemos la oportunidad de cambiar el país”.

Catalina Cuevas (16) es una de las escolares que comenzó todo. El 11 de octubre saltó los torniquetes de las estaciones de metro junto a sus compañeras del Liceo 7 y gritaron la consigna: “Evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Ella lo había escuchado antes, pero dice que era algo individual que luego se transformó en una forma de manifestación.

Foto por Florencia Schultz.

Desde hace cinco semanas que el Liceo 7 se encuentra en toma. Según Catalina, la idea es ayudar a la gente que no puede llegar al establecimiento por problemas de transporte y para hacer entender que no existe un ambiente apto para hacer clases.

Tras el inicio de la toma de su colegio el 5 de noviembre, compañeras de Catalina y alumnos del Liceo Lastarria cortaron el tránsito en Avenida Pedro de Valdivia. Los estudiantes se manifestaban en contra de la agresión que habría recibido un joven del Liceo Lastarria en manos de Carabineros. “En los Consejos de Delegados de Curso (CODECU), la gente está mucho más participativa, hay personas que proponen hacer un corta calle y los hacemos o hacemos asambleas en el colegio. Encuentro que está bien que los estudiantes demos los primeros pasos, porque no tenemos nada que perder y hay que aprovechar ese privilegio de no perder nada, es lo correcto”.

Catalina vive cerca de la estación Escuela Militar en Las Condes y asegura que las únicas veces que vio a los militares en las calles fue cuando se devolvieron a la institución. “Allá es súper pacífico, pero siento que en Escuela Militar la gente se manifestaba no tanto por las diferencias sociales, sino porque estaban los milicos en la calle. Desde que se fueron no ha vuelto a haber marcha”.

Tanto Mario como Mauricio fueron atendidos en primera instancia por brigadistas de primeros auxilios, voluntarios que han salido a las calles desde el inicio de las manifestaciones ayudando a las personas que son heridas en este contexto. Ubicados en la llamada zona cero y sus alrededores, brigadistas de Cruz Roja, estudiantes y profesionales de diferentes universidades se han organizado ante la imposibilidad de abordar el número de heridos que se producen cada día y que colapsan el sistema de salud tradicional.

Macarena Araya (23) es estudiante de cuarto año de Enfermería en la Universidad de Chile. Desde el lunes 20 de octubre ha salido a las calles junto a sus compañeros a ayudar a los manifestantes heridos a través de una organización llamada Operativos de Salud en Catástrofe (OSCA), voluntariado formado por estudiantes de salud de su universidad. Macarena forma parte de la directiva como encargada de logística en brigada.

Macarena Araya./ Fotografía por Liliana Soto.

A inicios de la crisis social, Macarena y los demás voluntarios de OSCA salían a dar vueltas a las calles en busca de heridos, protegidos con cascos marcados con una cruz roja y escudos con la misma señal. Sin embargo, su seguridad se vio comprometida más de una vez, por lo que hoy en día tienen un punto fijo al que llegan los afectados en la calle Eulogia Sánchez 64, perpendicular al Parque Bustamante. “Una vez nos llegó el zorrillo directamente cuando estábamos en Vicuña Mackenna, el zorrillo apuntó hacia nuestro sector. Hemos estado en medio de todo; detrás de un kiosko en el que adelante teníamos a Carabineros disparando perdigones y a los chiquillos atrás lanzando piedras”, menciona la joven.

Macarena comenta que el voluntariado ha sido gratificante y agotador, tanto física como mentalmente. También ha significado frustración. “Hay harto enojo, porque uno ve a chiquillos lastimados y es la impotencia de verlos así- ¿Por qué si vas a manifestarte tienes que llegar con un perdigón a tu casa?”, reflexiona Araya.

Los pacientes más frecuentes son personas heridas por perdigones, cuenta Macarena. “Me ha tomado 20 minutos calmar a una persona, que está desesperada, para aplicar curaciones. Yo, como estudiante de Salud, me pregunto si las autoridades se van a hacer cargo de estas cosas. El sistema público está colapsado, esto significa que hay más discapacitados. ¿Quién va a cubrir esos ojos?”.

Macarena dice que como estudiante de una universidad pública se ve totalmente identificada con el movimiento. “Hago mi práctica en sectores públicos, he visto hospitalizaciones en sillas, he visto las listas de espera. O sea, si una persona quiere operarse tiene que esperar un año o más para que lo llamen del hospital público. Lamentablemente hoy en Chile si tienes plata vives. Si no, te sigue doliendo, te sigue enfermando y al final te terminas muriendo”, comenta.

Son las cuatro de la tarde, hay 34 grados en el centro de Santiago y los voluntarios continúan llegando. Macarena debe comenzar a atender a personas, pero antes sentencia: “me da mucho miedo que la gente se canse y deje de salir a las calles”.

Sobre las autoras: Catalina Olate es estudiante de Periodismo y escribió este artículo como parte de su práctica interna en Km Cero. Fue editado por Karime Tobar en el Taller de Edición en Prensa y Belén Castillo como editora de Km Cero .

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Periodismo universitario, reporteado y escrito por estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la UC. www.kilometrocero.cl