Quinta Compañía de Bomberos de Santiago: La cruzada por la salud mental de sus voluntarios

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8 min readOct 20, 2022

Son la institución mejor evaluada del país en un contexto donde las emergencias aumentaron en un 18% durante el estallido social. Pero la realidad que vivieron fue dura, y tuvo repercusiones psicológicas en los voluntarios. La Quinta Compañía de Bomberos de Santiago tomó medidas inéditas para apoyar a sus miembros y superar el estigma de la salud mental que existe en la institución.

Por: Pilar Gutiérrez @piligutierrezz_

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Eduardo Soto (22), voluntario de la Quinta Compañía de Bomberos de Santiago, ingresó a la bomba en 2018, cuando recién salía del colegio. Menos de un año después, le tocaría enfrentarse a lo que nunca había visto la institución: los continuos incendios del estallido social, que ocurrieron muy cerca de su cuartel, ubicado en Nataniel Cox 85, a tres cuadras de La Moneda.

Fue allí, dice Soto, que todo cambió.

“Antes no tratábamos el tema de la salud mental, ni siquiera cuando nos tocaban incendios crudos, accidentes violentos, nada. Siempre teníamos una mentalidad un poco reservada con ese tema, y fue después del estallido social (…) que empezamos a tomar en cuenta todo lo que es la salud mental de los voluntarios, porque al final nos expusimos a mucho”, cuenta.

La institución mejor evaluada del país (con un 99% de aprobación, según Cadem, seguida por el Colegio Médico y el Registro Civil), ha sido también una de las más afectadas durante las revueltas sociales. Hace dos días, cuando se cumplieron tres años desde el estallido social, el Cuartel General de Bomberos en Santiago centro fue vandalizado y asaltado. La institución, por medio de sus redes sociales, condenó lo sucedido y dijo que “actos repudiables (como aquel) no nos amedrentarán y debiesen ser rechazados por toda la comunidad, la misma a la que servimos”.

En 2019, en el caso de la Quinta Compañía, a la que pertenece Soto y la más cercana a La Alameda –donde se concentraron las marchas–, se registró un aumento explosivo en el número de llamados. Si generalmente recibían dos llamados a diario, llegaron a asistir 17 emergencias en un día. Las barricadas afuera del cuartel dificultaron la salida de los carros a las urgencias. A veces se sumaron las agresiones de manifestantes, que en una ocasión quebraron una ventana del coche bomba –de color verde– por pensar que era de Carabineros.

El clima de incertidumbre llevó a los altos mandos a pensar en algo que no se había contemplado antes en la Quinta: la salud mental de sus voluntarios.

Este año se inauguró la primera academia para combatir el estrés y proteger la salud mental en la compañía, algo que no habían tratado antes formalmente y que se había postergado por el COVID-19. Al momento, han realizado un encuentro el 9 de junio pasado, y contemplan el próximo.

Más que una academia con consejos técnicos, se convirtió en algo que los voluntarios sentían que faltaba: un espacio de conversación organizado y liderado por un especialista, el voluntario y psiquiatra Rodrigo Figueroa, quien ingresó a la compañía a finales de los 90, cuando estudiaba medicina en la Universidad Católica.

Figueroa, más que solo un especialista, se convirtió, a ojos del equipo, en algo así como un amigo que los impulsó a compartir sus experiencias.

El voluntario y psiquiatra cree que es difícil instalar la preocupación por la salud mental en una institución que no lo ha hecho antes. “A veces no se visibiliza como tan urgente”, dice. “Todavía existe mucho estigma, mucha ignorancia, mucho analfabetismo de salud mental, en toda la población. (…) En grupos como bomberos, como los militares, como la policía, existe todavía culturalmente cierta resistencia a los temas que tienen que ver con lo emocional, lo conductual, hay todavía cierto estigma. Esta persona, si tiene un problema de salud mental es frágil o débil”.

“Siempre se han guardado sus emociones”

A finales de 2019, los oficiales de la Quinta Compañía decidieron pedirle ayuda al voluntario y psiquiatra Rodrigo Figueroa, reincorporado a la entidad este año, porque los bomberos estaban cada vez más agotados física y mentalmente. Muchas veces, apenas terminaban de apagar un incendio tenían que acudir inmediatamente a otra emergencia.

Volver al cuartel no era un descanso: los gritos y las revueltas estaban a las afueras de su dependencia. “Nos llegaban lacrimógenas que una vez entraron a las piezas, estaban las ventanas abiertas. Más de una vez tuvimos que correr para sacar una lacrimógena que quedó enganchada en los portones. Entraba la nube de humo al cuartel y la teníamos que intentar sacar”, recuerda Soto.

Figueroa vivió mucho tiempo en el cuartel cuando ingresó en los noventa, le quedaba más cerca la universidad, y ahí descubrió su pasión por la medicina prehospitalaria de rescate. Así supo que quería ser psiquiatra. “Echaba demasiado de menos la dimensión humanista de la medicina. Poder entender un poco los problemas sociales detrás de cada paciente”, comenta.

Actualmente el voluntario y psiquiatra se encuentra en Europa como profesor visitante en la Universidad de Ámsterdam, ya que se dedica a la investigación, particularmente, en el área del estrés traumático. En el pasado, Figueroa apoyó al Cuerpo de Bomberos de Santiago, al SAMU Metropolitano, a la Fuerza Aérea de Chile y al gobierno en el rescate de 33 mineros en la mina San José.

En la academia de salud mental, Figueroa contó su experiencia con las emergencias, y cómo se fue interesando por la salud mental de quienes se exponen a situaciones críticas. Figueroa recuerda que hubo muchas preguntas de los voluntarios, y viceversa. Se abrió un espacio para compartir lo que hasta el momento muchos se habían guardado.

La preocupación por la salud mental en un ambiente hostil como el de Bomberos debió haber estado siempre presente, pero a juicio de expertos existe un estigma sobre la sensibilidad en estos grupos. “Ellos son la primera línea siempre, son los que apoyan a otros, pero siempre se han guardado sus emociones. Como que los hombres no lloran, ese es el estilo. Lo del estallido social los superó a todos”, comenta la psicoterapeuta y Magíster en Psicología Clínica Ruth Weinstein, quien se ha dedicado a los primeros auxilios psicológicos.

Weinstein cree que la iniciativa de esta compañía debería instalarse en otras. Si en cada cuartel se fomentaran estos encuentros, con personas que los bomberos validen en sus respectivas organizaciones, el cambio sería más efectivo que realizando charlas masivas. Así, de a poco, agrega la experta, la cultura bomberil a nivel institucional puede evolucionar y considerar más la salud mental de sus voluntarios.

“Es muy importante replicarlo. Estas instancias ayudan mucho a promover salud mental (…) a pesar de que ha pasado muy poco tiempo, ha pasado demasiado en términos emocionales y psicológicos. Entonces, es un buen momento y va a ser más aceptado. Además, si los bomberos trabajan su salud mental, también ayudan a la salud mental de otros”, concluye Weinstein.

Nicolás Mckay (22), bombero de la Quinta Compañía, recuerda con claridad el incendio de la Universidad Pedro de Valdivia, el 8 de noviembre de 2019. Estaba parado en el techo apagando el fuego cuando las latas debajo de él se hundieron y quedó con un pie colgando. “Que me pasara algo así por primera vez, y más encima en el estallido social fue demasiado. Ahí me acuerdo que dije: ‘Ya, no más’. Le pasé el pitón a otro bombero, pedí a alguien más para reemplazarme (…). Me bajó el cansancio emocional. Me acuerdo que me quedé en la escalera parado 5 minutos porque no tenía fuerza como para seguir bajando”, cuenta Mckay.

Previamente, el Cuerpo de Bomberos había ofrecido una charla online para voluntarios sobre la salud mental después del estallido. En la Quinta nadie participó.

Dos años después, una vez reposado el tema y cuando los abordó alguien cercano como Figueroa, la disposición de los bomberos fue distinta. “El hecho de que sea de nuestra compañía, es como tener un hermano haciéndote de psicólogo. Eso nos hizo querer optar por esta academia”, sostiene Soto.

“Producto del estallido y del Covid, los bomberos más jóvenes han tenido que ser bomberos muy operativos”, dice el voluntario y psiquiatra Rodrigo Figueroa. “Ser quintino (como se denominan los miembros de la Quinta) no es una dimensión que penda de lo operativo, ni de lo técnico, sino que depende mucho de la amistad, las tradiciones, y de la identidad que tenemos como grupo humano. Muchas veces ese aspecto de ser bombero puede ser muy protector, en términos del estrés al que habían estado sometidos”.

Hubo muchas preguntas, aunque antes el voluntario y psiquiatra Rodrigo Figueroa tuvo que romper el hielo. Les preguntó si alguna vez habían sentido que les afectaba una emergencia, cómo lo solucionaban, y qué pensaban en esas situaciones. “Al principio igual hubo harto silencio por parte de nosotros. Con el paso del rato y con algunos compañeros poniéndose los pantalones para contestar, se empezó a hacer más dinámica. Es un tema que no se acostumbra a hablar”, dice Soto. Las preguntas de los voluntarios eran sobre la experiencia de Figueroa, pero también hubo consultas sobre cómo tratar situaciones estresantes. No tantas, pero hubo. Figueroa reforzó la importancia de ayudarse entre los amigos cercanos, pero aclaró que él también estaba disponible.

Los voluntarios quedaron encantados con Figueroa. “Todos lo encuentran una persona genial”, cree Soto.

Para el voluntario y psiquiatra, los espacios de alfabetización en salud mental, el conocer los problemas que enfrentan los bomberos, los síntomas de alarma y los canales para pedir ayuda son importantes en su capacitación.

Pero, además, considera indispensable la instancia informal.

“Premios como el ‘Besoain’ (competencia entre compañías, donde gana quien derribe más blancos con el pitón en menos tiempo), son actividades súper relevantes para la salud mental de la compañía y su gente”, sostiene. Según Figueroa, esos espacios potencian la sensación de pertenencia social. Aquellas personas que se sienten menos integradas a un grupo cohesionado de amigos, corren más riesgos de desarrollar secuelas frente a situaciones críticas.

Señales de cambio

Hacía tiempo que muchos voluntarios venían callando las cosas, sin tomarle el peso a cómo les estaba afectando en el humor, por ejemplo. Según el voluntario Eduardo Soto, esta primera academia “nos hizo abrir los ojos, nos dimos cuenta que podemos conversar las cosas. Al final a todos nos afectan en algún nivel las emergencias”.

Él se ha dado cuenta que ahora es menos incómodo hablar de temas emocionales con los tenientes si lo necesita. Se puede descargar más con sus amigos. Ellos entienden lo que le pasa, porque también lo viven. Esto generó algo muy positivo: una mayor sensación de apoyo entre compañeros. “Nos percatamos más si a alguien le afecta algo, preferimos comentárselo. ‘¿Estás bien?’, más que simplemente dejarlo en silencio”, explica Soto.

Hoy, dice, es más fácil contar si quedan mal después de una emergencia y pedir ayuda.

Durante el estallido social, hubo días que jugaron a las escondidas en el cuartel para distraerse de lo que estaba pasando afuera. Poco más de mil días después del estallido, siguen compartiendo juntos, jugando Playstation y hasta viendo películas, pero porque es una forma de relajarse.

Los voluntarios esperan que el compromiso de la compañía con estas instancias no se abandone, y que sigan la conversación.

“Si no, volvemos a la misma mentalidad fría que siempre hemos tenido”, concluye Soto.

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Periodismo universitario, reporteado y escrito por estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la UC. www.kilometrocero.cl