Ilustración por Paulo Oñate/Km Cero.

Ficción

Supernostalgia

Los partidos importantes no se juegan solo en grandes coliseos deportivos, también tienen sus historias en la calle. Lee esta ficción sobre un superclásico chileno jugado por figuras del ayer y hoy, que quedó para los anales en un barrio del centro de Santiago.

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5 min readMay 17, 2018

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Por Vicente Vásquez

Dicen que antaño los superclásicos eran diferentes. En la esquina de Santa Isabel con Maimónides se ubica una cancha de baby fútbol, la que daba lugar a los mejores encuentros del barrio. Dos equipos se dividían la fanaticada: Cacique F.C. y A.C. León. Cuentan don Rigo y don Carlos, dueños de la pastelería y ferretería, respectivamente, que la rivalidad nació en los pleitos callejeros posteriores a las apuestas futboleras de los años 60.

Hace 17 años que no se juega un partido entre ambos elencos. “Se perdió la magia”, dicen unos. “No vale la pena después de lo que pasó”, explican otros. Lo cierto es que algún domingo de agosto de 2001, se produjo el último superclásico en el barrio.

El “Flaco Tito”, administrador de la cancha, había preparado como nunca las inmediaciones del recinto. Con un compadre se consiguió varias butacas, con un tío los sillones “vip” y se dice que la municipalidad se puso con una galería en la que cabían 150 personas.

Globos, banderas, lienzos y petardos. La humilde superficie de cemento lucía más que el mismo Wembley. Esos tiempos no estaban dominados por los edificios gigantes ni los autos estrafalarios, sino por una identidad comunitaria que vivían los vecinos. Cacique F.C. y A.C. León construían ese sentimiento.

Si alguien hubiera anotado año por año la historia de ambos clubes de barrio, probablemente aseguraría que eran los mejores planteles nunca antes vistos en la comunidad.

Cacique F.C. formaba con un portero que volaba como Roberto “Cóndor” Rojas, una defensa compuesta por históricos al estilo de Humberto “Chita” Cruz y Luis Mena, el crack enganchaba a lo “Matigol” Fernández, y había quien las embocaba todas: un tal Esteban Efraín. Los entrenaba el “Tano”, un viejo zorro nacido y criado en la calle Raulí, un baúl de los recuerdos urbanísticos del centro de Santiago.

Por el otro lado, A.C. León tenía a una especie de héroe bajo los tres tubos, él se autodenominó Sergio “Superman” Vargas. Alberto Quintano, la sazón de experiencia, y Luis Musrri, el fiel capitán, conformaban la zaga posterior. Rubén Marcos daba clases de técnica en el medio terreno para acompañar a un goleador de raza. Quizás les suene conocido: José Marcelo “Matador” Salas. Dicen que su director técnico padecía esquizofrenia y bipolaridad, por lo que era conocido como el “Moneda” Vilches.

La fe de los 10 jugadores era así. Aunque no fueran aquellos cracks, te decían lo contrario, te lo negaban hasta admitir de forma implícita su locura. Todos seguían la corriente pues era entretenido, alegre y gracioso. El barrio construyó y creyó su propio cuento por años.

La noche anterior, ambos equipos se concentraron en la casa de sus respectivos mentores, bajo una amplia capa de vino tinto ingerido y derramado. “Curao’ juego mejor”, decía siempre Lucho Musrri. “Pero profe, si es la cábala”, argumentaba “Matigol”.

Nadie sabía si habría árbitro, reglas o una duración determinada. Todos los años la cosa cambiaba, pero ese no era el punto. La gente no se iba hasta que todos los jugadores abandonaran la cancha, con o sin dientes. Solía ser un partido peleado, muchos garabatos, goles y patadas. Las barras competían entre ellas y se ofrecían combos al término del pitazo, gol o porrazo final, hasta que don Rigo y don Carlos calmaran los ánimos.

No hubo registros de lo que pasó en aquellas cinco horas de juego. Ninguno permitía que el clásico rival lo pasara por arriba y la gente tampoco se aburría. Entre sudor y jadeo, el “Flaco Tito”, quien hacía un digno debut como árbitro, designó la modalidad de desempate. La versión más repetida por los vecinos es que el marcador iba 20 iguales, cuando en un lapso de 10 minutos seguidos, la pelota no entraba. No quería, después de tanto rato se había vuelto caprichosa.

“¡Último gol gana todo!”, gritó fuerte y claro el “Flaco”. De inmediato, Musrri reunió a sus muchachos y Mena a los suyos. Se trataba de vida o muerte. Como nunca, el “Tano” y el “Moneda” Vilches estaban nerviosos. Cada elenco exclamó el cántico más reconocible, levantaron la cabeza y el balón tomó su curso natural.

Saque de fondo para el “León”. Vargas se la pasa a Quintano, éste toca con Marcos, Rubén rebobina con Musrri. Luis levanta la cabeza y mira a Marcelo, quien se la pide por arriba. El capitán envía un bombazo que el “Matador” conecta en el travesaño.

“¡¡Uuuuuuuhhh!!”, gritaba la parcialidad felina. No lo podían creer, una maravillosa jugada dejaba temblando el tubo superior custodiado por el “Cóndor”. Antes de cualquier rebote, éste la juega con Mena, “Lucho” la cambia al “Chita” que de taco se la pasa al Mati. Rabona por aquí, bicicleta por allá y una asistencia magnífica para Esteban que recibe de espaldas al arco.

El tiempo pareció detenerse. Un religioso etílico relató el partido aquellas cinco horas y los únicos 15 segundos que recuerda son los de aquella conexión ofensiva de Cacique F.C. “Controla Esteban, lucha cuerpo a cuerpo con Quintano, aguanta Esteban, saca ventajas el goleador. Se acomoda para su zurda, péguele péguele mijo, remataaaaa… ¡GOOOOOOOL!¡GOOOOOL de Esteeeeebaaaaan Efraín! ¡Lo ganó Cacique F.C.!” Los hinchas saltaron a la cancha rompiendo en llanto de algarabía, mientras A.C. León estaba derrumbado en el piso, todos excepto uno.

Sigue el relato deportivo de esta ficción realizado por la locutora Rocío Ayala Espejo.

“¡Fue por afuera ‘Flaco’, fue por afuera!”, chillaba Vargas. Ni los fanáticos ni el principiante juez se habían dado cuenta del agujero que tenía la red del arco norte. Legalmente, el gol era inválido. Sin embargo, la juerga de Cacique F.C. era tal, que no hubo espacio para reclamar. Todo había terminado.

Además de “Superman”, el otro personaje consciente de la situación era Esteban Efraín. Él sabía bien, como alguna vez lo hizo Luis Chavarría, del vicio de su pepa.

Ambos se retiraron ese día del fútbol local. Vargas por la injusticia a la que nadie dio crédito y Esteban por su vergüenza interna disfrazada de orgullo.

A.C. León nunca pudo reemplazar a su mejor portero, y Cacique F.C. no logró encontrar a un goleador de raza como el que se había llevado todos los aplausos y alabanzas aquel domingo de agosto de 2001.

Ya no era lo mismo. Los fantasmas pesaban demasiado. Poco tiempo después, el “Flaco Tito” perdió la cancha en una apuesta, el “Tano” y el “Moneda” fallecieron en la nostalgia y el barrio fue perdiendo el interés en el fútbol que tantos recuerdos les había dado.

Rigoberto y Carlos coinciden en el destino de ambos retirados. “Superman” Vargas se sumergió en el negocio de las parrilladas argentinas. Esteban Efraín decidió emprender su microempresa vendedora de televisores.

Entre lágrimas, ambos viejos oriundos del barrio que hoy se mira hacia el cielo, darían lo que fuera por volver a ver algo así de impresionante. De vez en cuando, algunos niños y niñas juegan fútbol en la cancha, que le pertenece a un empresario fanático, pero del lucro.

La reliquia del recuerdo fue vencida por la máquina del progreso.

Sobre el autor: Vicente Vásquez es estudiante de Periodismo.

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Periodismo universitario, reporteado y escrito por estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la UC. www.kilometrocero.cl