Un día en el Museo del Estallido

A poco de celebrar su segundo aniversario, el Museo del Estallido Social es un espacio de memoria colaborativo y autogestionado. Sin director ni una forma de recorrido único, en sus piezas se asoma un debate público: los límites entre lo artístico y lo vandálico.

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9 min readOct 19, 2022

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Museo del Estallido Social, ubicado en Dardignac 0106 (Providencia).

Por José Arriagada M.

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Un vestido con el diseño de la bandera de Chile se sostiene en un colgador. Está ensangrentado y en el cuello le cuelga una especie de mascarilla hecha a mano, donde se puede leer “Constitución Política de la República de Chile”, teñida de rojo también.

Es sangre falsa. Pero el color de la pintura impacta por su parecido a la que recorre nuestro cuerpo. Este vestido, usado y donado por la artista Paula Barouh (integrante de @descargoymaleficio, proyecto de arte musical que nació como crítica hacia el entorno artístico y social chileno), es una de las 570 piezas que se pueden ver en el Museo del Estallido social, un espacio que abrió sus puertas con horario a público en noviembre de 2020 para reunir distintos objetos y expresiones artísticas que documentan los acontecimientos sucedidos tras el 18 de octubre de 2019. Funciona en un galpón en la calle Dardignac 0106, en el barrio Bellavista, y fue creado por un grupo variado de personas que se conocieron en las manifestaciones de la crisis social. Surgió como una plataforma web, con el objetivo de generar un espacio de memoria que permitiera recopilar testimonios y creaciones estéticas de la revuelta. Pero luego pasó a ser un espacio físico.

Mediante autogestión, el museo abrió sus puertas en un espacio que antes se llamaba “El Gran Refugio”. Ahí se realizaban diversas actividades culturales, desde actos teatrales hasta combates de hip hop.

Para su primera semana de apertura, no todos los asistentes pudieron entrar por los aforos: 200 personas ocuparon la cuadra, ante lo que vecinos y personal municipal reclamaron por el poco distanciamiento en la fila. El equipo del museo había cumplido con lo suyo: pegaron 10 stickers cada un metro de distancia. Pero no imaginaron que llegarían tantos visitantes.

“De ahí en adelante ha sido como un flujo sostenido, ni muy fuerte ni una baja (de público)”, dice Marcel Solá, museólogo y curador del Museo del Estallido.

En una visita por el día es normal ver a 5 o 6 personas en el lugar que están en promedio 30 minutos aproximados. La entrada al museo es mediante aporte voluntario. El financiamiento recae en esos aportes, y también en un sector de ventas donde el visitante puede comprar principalmente productos gráficos: imágenes tipo postal de la revuelta, y otras creaciones gráficas en papel. El equipo va rotando según el tiempo que tengan en su semana.

Las piezas, que van desde una escultura adornada con casquillos de lacrimógenas hasta sartenes y cacerolas colgando de cuerdas, le dan identidad al espacio.

Son de diversos autores. Algunas están creadas en base a desechos de las marchas, otras figuran en papel: sobre una especie de rejilla blanca se despliegan una serie de cómics. En uno de ellos se lee “La presidencia no es un juego”, con una ilustración de la cara del expresidente Sebastián Piñera sosteniendo figuras, como si fueran piezas de juguete.

Pero desde el lugar emana algo más: una convergencia de mensajes y consignas presentes en una misma área.

En el techo, cuelga un lienzo morado: “La creación textil y la colaboración entre mujeres son un acto político”. En una de las paredes: “Resistencia marica” escrito con los colores de un arcoíris. Más allá, una enorme bandera mapuche tejida por la Agrupación de Hombres Tejedores que desde 2016 busca combatir los roles de género promoviendo nuevas formas de masculinidad mediante tejidos creados colectivamente. Suma y sigue.

“Nosotros hemos querido incorporar esa perspectiva donde todas las voces, todas las consignas de lucha, tengan un espacio acá. Y en ese diálogo, se entrecruzan y se encuentran. (…) Aquí, en el museo, no hay una consigna que prevalezca más que la otra”, dice Solá.

Luego agrega: “Evidentemente todo lo que hay acá (en el museo) tiene una carga de arte político. Lo digo con todas sus letras (…) Son expresiones artísticas que nacen de un contexto situacional ya de máxima tensión. De esta pugna. Pero también porque en su relato, en su imaginería, evidencian una carga política muy potente”.

La frontera entre arte y vandalismo

La discusión sobre los límites del arte no es nueva y ha suscitado interés tanto para quienes realizan arte como para sus espectadores. En Chile, la vinculación que el estallido ha tenido en la producción de arte ha despertado acalorados debates: Las miradas enfrentadas han cuestionado si se está frente a arte político o actos de vandalismo.

Pero, ¿es arte político toda expresión que nació en el estallido social como forma de resistencia? ¿Dónde están los límites entre lo artístico y lo vandálico?

En julio de este año, una exposición de la feria invernal del Museo Interactivo Mirador (MIM) debió ser cancelada. Recibió amenazas de hostigamiento -llamados a “quemar y a funar la exposición” por usuarios en redes sociales- a la par que parlamentarios de Renovación Nacional solicitaban a la Defensoría de la Niñez “frenar” la muestra. Decían que su contenido llamaba “al odio”. El partido exigió a la defensoría pronunciarse sobre el material que podrían haber visto niños, niñas y adolescentes.

Era la exhibición del colectivo “Kontrabando” (proyecto colaborativo que busca visibilizar las artes gráficas) que anteriormente había hecho publicaciones vía Instagram con mensajes como “Boicot al Estado” y trabajos que incluían imágenes de Carabineros con las manos manchadas de sangre y la figura del “Negro Matapacos”, el perro símbolo de las manifestaciones.

En un comunicado el MIM condenó las amenazas que recibió virtualmente y acusó que medios de comunicación y actores sociales -que no detalló- tergiversaron la participación de Kontrabando en la feria, “realizando un intento de censura al museo y poniendo en duda su labor editorial y curatorial en un encuentro orientado a reflexionar sobre el rol del arte y la ciencia en la regeneración del medio ambiente y de la sociedad”.

Un mes después, el debate volvió al ojo público. Dos jóvenes subieron a la cúpula del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) y dejaron un rayado que hizo noticia en redes sociales y medios de comunicación. Con graffiti de color amarillo y negro, se podía leer “Josefo” y al lado “Vepe”. La letra “V” parecía más un corazón.

A raíz del suceso ya hay un proceso judicial en curso: El gobernador de la Región Metropolitana, Claudio Orrego, interpuso una querella criminal contra quienes resulten responsables por daños a un Monumento Nacional. Tras la querella y posterior investigación, no se han encontrado mayores detalles sobre la identidad de los autores ni sus valoraciones frente a lo que hicieron.

“Se trata de una situación lamentable, dados los esfuerzos que se han hecho por mantener en orden el edificio y fachadas de este Monumento Nacional. Además, es una situación muy peligrosa. Estamos tomando todas las medidas necesarias para evitar que esto se repita, por múltiples y comprensibles razones”, dijo en un comunicado Fernando Pérez, director del MNBA.

Marcel Solá no ve la acción de hacer arte político como algo vandálico: “Estas expresiones (las con tono político y presentes en la vía pública) bajo ningún punto de vista vienen a ser una acción per se criminal (…) lo único que podría decir que puede objetarse es el hecho de que, por su cualidad de instalarse en un espacio de alta visibilidad, no pide permiso. Llega y se instala”, dice el curador.

Paula Honorato, licenciada en Estética UC y curadora del MNBA, percibe que en este ámbito “no todo acto estético en la ciudad es artístico (…) Lo que hicieron (en la cúpula) es un delito, que tiene además un costo enorme para todos los chilenos, porque este es un museo público, es un edificio patrimonial y como tal, hay que restaurarlo (…) y es un daño que va a costar muchísimo. Hay que hacer una licitación para poder limpiar eso”.

A lo que agrega: “Es autodestructivo destruir los bienes que son de todos”.

Sobre los graffitis que hoy se pueden encontrar en el centro de Santiago, Honorato dice que no todas las manifestaciones pueden inscribirse como artísticas.

“Esa frontera es bien delicada. Pero no todo lo que se pone en un muro puede ser artístico. Por mucho que opere con ciertos recursos”, explica. “Aquí hay discusiones muy largas. Un arte tiene que ser efectivo, un arte tiene que construir la realidad, no puede ser solo una cosa de representación de algo (ni) las determinadas propuestas de distintos grupos”.

Según ella muchos de los rayados se “podrían leer como actos vandálicos”.

Como artista visual, Solá cree que “es difícil ponerle una nomenclatura, una catalogación a esa acción (el rayado). Sin duda abrió el debate, y eso ya es interesante. (…) Creo que se perdió la oportunidad, del punto de vista del ejercicio creativo, de poder hacer algo más interesante accediendo a ese nivel de altura”.

El rayado en la cúpula del MNBA parecía ser una firma. Algo que en arte se podría llamar “tag”, como la marca de quien raya. Para Solá, “el tag, sobre todo hecho así, como simplemente toma y pugna de territorialidad, no le veo tanto componente de discurso de arte. Tiene otra orientación. Pero sí siento que (…) hizo a muchas personas reflexionar en torno a qué sentido le damos a esos espacios”.

Para Honorato no aporta: “No abre experiencia a nada, tampoco es atribuible a nadie en particular, y es un daño que va a costar muchísimo”, dice. “No todo acto estético es artístico. Aun cuando lo político tiene que ver mucho con la estética”.

La experiencia sonora y la nueva museología

Mientras la enorme estatua del “Negro Matapacos” se impone en el centro del Museo del Estallido, emana ruido desde unos enormes tubos plásticos que bajan del techo intervenidos con pintura y diseños. Es el rumor de manifestaciones y cánticos, mezclados con música ambiente de tensión que le da suspenso al lugar.

Cerca de la entrada del museo también el sonido toma protagonismo, pero de manera más tímida: cuelgan cables con pequeños parlantes a los que hay que acercar la oreja. Se trata de testimonios de personas en manifestaciones.

Esta “sonoridad” es solo una parte de lo que Marcel Solá busca como curador del Museo del Estallido. Una “nueva museología” es a lo que aspira, donde no exista distancia entre obra-visitante y se pueda encontrar cierto sentido de pertenencia.

A juicio del curador “la museología es una institución, muchas veces, muy descomprometida de su audiencia. Muy distante, muy vertical, muy patriarcal. (…) Yo he cultivado todo lo contrario”, dice.

Su búsqueda por un cambio de paradigma hace a Solá esperar “que finalmente concibamos que los elementos que se exhiben en el museo, no son del museo, sino que son de las personas que habitan dentro de una comunidad, región. Y los museos de la nación, por ende, deberían ser percibidos por nosotros como un espacio que nos pertenece”.

Agrega: “Nosotros acá no lo hemos hecho muy explícito, pero cuando se nos da la instancia de mediación con quienes nos visitan, les decimos ‘si usted siente la necesidad de abrazar algo, hágalo, conéctese’. Y a veces ni siquiera se lo tenemos que decir, lo hacen de forma espontánea”.

Ese es uno de los objetivos que el equipo del museo espera que se cumpla con una visita al lugar: “Esperamos que las personas toquen, respiren, que se acerquen, que miren, que quieran impregnarse”, sostiene el curador.

Héctor Ponce, doctor en Semiótica y académico de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, ha escrito sobre el estallido desde su dimensión filosófica y estética. Según él, dado que cualquier movilización de “pobladores deviene en actos de presencia”, es esperable la formación de creaciones artísticas que nacen de una coyuntura.

El académico percibe que “las personas hoy en día buscan un posicionamiento en el espacio público. Eso, que no es nuevo, adquiere una dimensión novedosa. El hecho de que las personas sienten que pueden ser agentes de cambio”, dice Ponce.

El arte no sería ajeno a esos procesos de cambio.

En el Museo del Estallido Social aún faltan piezas por ver la luz. Pero algo que no va a exhibirse en el lugar son creaciones artísticas que hagan propaganda al actual Gobierno. Marcel Solá dice que como museo no tienen correspondencia con esos procesos.

“Estamos siempre desde la vereda de esa resistencia, de esa contracultura, vamos a estar siempre al margen”, explica.

Al terminar el recorrido, la música cambia a un ritmo más constante, como el de un tambor. Sobre una animita grande se posa una urna blanca, como las electorales. Pero acá no hay votos: “Deposita tus sueños colectivos”, dice.

Los cientos de mensajes que se han escrito cuelgan de una lana gruesa. “Que se acabe Chile y empiece otro”, escribe alguien de forma anónima.

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Periodismo universitario, reporteado y escrito por estudiantes de la Facultad de Comunicaciones de la UC. www.kilometrocero.cl