La realidad ficcionada, o la ficción de nuestra nueva realidad

Armando David Ortigosa
Krônicas
Published in
3 min readJul 15, 2020

En la ciencia ficción y la fantasía los portales son un elemento recurrente para acceder a nuevas realidades: mundos lejanos, universos paralelos, futuros distópicos y otras miles de posibilidades. A veces es un armario; otras, un hoyo negro, una cueva, polvo, una nave que viaja a velocidades superiores a c, el hoyo de un conejo, un túnel o alguna ciencia oculta (y los rituales que la acompañan) los que permiten que dos realidades distintas se crucen para dar vida a estas increíbles historias.

Yo quisiera proponer al coronavirus como nuevo candidato a esta codiciada lista de “llaves a alter-realidades”. Mi regreso a la normalidad, tras meses de confinamiento provocados por este peculiar microorganismo, bien podría ser el regreso a una auténtica realidad alterada, a un mundo paralelo, como si la evolución hubiese tomado otro camino — muy similar pero diferente — que el que hasta ahora conocía.

Creator: DeoTree | Credit: Getty Images

La oficina, ruidosa y activa como siempre la he vivido, es ahora un galerón silencioso con algunas personas deambulando tímidamente por sus pasillos. Naturalmente, todos usan cubre-bocas y caminan sobándose las manos tras haberse aplicado gel antibacterial por quinta ocasión en la mañana. Indicaciones en el piso muestran en qué sentido y por dónde debemos movernos, las estaciones de trabajo son ahora un curioso tablero de damas chinas compuesto por “islotes” de escritorios individuales; lo que anteriormente era una sala juntas a un costado de la recepción ahora porta una vistosa señal que lee “Sala de confinamiento” y así otras cosas que me hacen sentir como un perfecto extraño en lo que debiera ser mi entorno por default.

¿Habrá un Partido, una Corporación Wallace, un Ministerio o un Imperio Maligno que esté detrás de este nuevo mundo al que he emergido?

Sin embargo, el aspecto que verdaderamente confirma la teletransportación a esta realidad alternativa está más en la gente misma que en el espacio físico que me rodea. Por ahí va Karina, de Sistemas. Es la misma, claramente, pero algo está fuera de lugar. Su mirada es otra y parece más retraída de lo que yo la recordaba. No logro identificar qué es. Carlos, de Marketing, sin embargo, sigue igual de bromista y alburero, solo que me cuesta trabajo reconocerlo. Digamos que, “el audio no hace match con el video”. Desde que subió seis kilos, se dejó el pelo largo y dejó de usar camisas de botón, siento que estoy conviviendo con un alter ego metalero. Adrián, de mi equipo, es otro fenómeno curioso. Su conversación ahora solo gira en torno al café. Tipos de molido, variedades, tostados, certificaciones, comercio justo, métodos de extracción y preparación, presión, historia del café, recetas y un larga lista de elementos que acompañan a esta cultura. Por si fuera poco, me lo platica todo mientras retira de su mochila lo que parece una jeringa gigante, acompañada de un molino de mano y tres bolsas con granos de café obtenidos, dice, con dificultad de productores veracruzanos. “Son microlotes”, dice. Sandra, también de mi equipo, siempre alegre — el alma del grupo — , ahora dice que no logra conciliar el sueño, no come bien y la acecha un miedo constante que nunca antes había experimentado.

¿Habrá un Partido, una Corporación Wallace, un Ministerio o un Imperio Maligno que esté detrás de este nuevo mundo al que he emergido? Y, si fue el virus quien me trajo hasta aquí, ¿cuál será el virus que me regrese a esa otra realidad?

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