¿Quién hace ruido por las mañanas?
Sábado, Coyoacán
Mientras voy redactando esta pequeña entrada, Are está haciendo ejercicio en su habitación, de hecho, puedo escuchar la voz agitada, rasposa e intensa de su nuevo entrenador; estos cantan.
Lo primero que escucho es algún ruido que no puedo identificar, sé que no es de mi cuarto, estoy casi seguro que viene de afuera, no podría asegurarlo porque me voy despertando, además, curiosamente solo abro un ojo al levantarme; es real, es el ojo derecho el que mantengo cerrado, se siente pesado, carga las noches de insomnio, las pláticas apocalípticas y las risas efímeras del Instagram antes de dormir, y junto con el ojo, en una sintonía casi perfecta, una expresión facial, tal vez podría decir que, la relación más larga que tengo, en común acuerdo, es la de mi ceño matutino, que ahora que escribo esto me recuerda mucho a la que mi mamá hace cuando se levanta, (suspiro, la extraño)…
Generalmente todos los días en la noche cierro mi puerta antes de dormir, cuando no lo hago entra Thiago o Lua muy temprano y se recuestan junto a mi, de hecho, en el mínimo espacio que hay entre la pared blanca, que es algo cálida, y mi cabeza, que es bastante más cálida. No es que me moleste pero hace mucho tiempo que no tengo mascotas en mi casa, viven en Puebla donde mis padres y hermanos hacen también cuarentena.
Pues bien, el ruido es cada día distinto, a veces estrepitoso, otras veces no sé si existe o son parte de mi sueño; lo que nunca ha faltado, (y en verdad deseo que seamos afortunados todos de tenerlo) es el trinar de los pájaros en la mañana. ¿No te parecen esperanzadores? son para mí un alivio, son mi desayuno y en verdad que no había visto tantos colibríes como en este lugar. Are les pone néctar en un recipiente tubular, justo debajo de un pequeño techo de plástico enseguida de su puerta, esa puerta que da al jardín, que además es un jardín particular, y digo particular porque está en su cuarto, cosa que nunca había visto, y mira que es un jardín modesto de no más de 15 mts2, pero que hoy vale lo que los jardines de Versalles coño, donde además recién plantamos bambú, entonces vale más, ¡qué cosa!…. Siempre he pensado que el cuarto de una mujer es algo tan personal, ya sabes, de eso que entras y procuras no robar ni el aire porque es ajeno, aunque sabes que cada cuarto guarda el aroma de esa persona y lo respiras de apoco, o de malas, te lo consumes. Pero el cuarto de Are es todo un espacio de recreación, que como en las buenas películas de aventuras, sólo los de buen corazón gozan.
Hay gente que mira los zapatos para tratar de predecir la personalidad de los demás, lo cual me parece bastante atinado (excepto por la necesidad de precipitarse), pero si puedo decirles otra cosa, creo que lo que hacemos antes de dormir y lo primero al levantarnos por la mañana habla mucho de nosotros. En mi caso, dejar que la matinée suceda, que mi frente, ojo, nariz y boca me arrebaten. — ¿qué haces tú? — . Are todas las noches cruza un pasillo que va de su cuarto hasta la entrada de la casa, camina con la poca luz que apenas se cuela de una lámpara en forma de piedra que destella un color anaranjado, como el color qué veo desde el interior de mi párpado derecho todas las mañanas cuando me pega el sol. La lámpara está en un mueble de niveles, de esos modernos que descansan inclinados hacia la pared, diferentes cosas adornan el mueble pero lo más curiosos son las 10 piedras que tiene, no te apresures, no parecen piedras de bazar, son tan comunes como cualquier flor seca que guardas en tus libros, de hecho no más grandes que un sacapuntas tradicional, cada una separada de otra, alineadas y de formas y colores distintos, — son historias — me dice, — aquí está la tuya — me percaté que era de un viaje reciente que hicimos a la playa…, descalza, como casi siempre, pasa derecho por mi cuarto, mientras Thiago la sigue, apresurado, pero no anda rápido solo se le nota emocionado por seguir a su madre, supongo que sabe que es hora de descansar junto a ella. Are revisa puertas y ventanas, se asegura que todo esté en orden, regresa con el mismo ritmo con el que anda Thiago. En algunas ocasiones Lua está en la puerta sentada muy juiciosa esperando a que sea ella quien entra primero, como cualquier guardia esperando a que entre su celebridad.
A Are no se le olvida despedir el día con un “que descanses” y lo último que escucho es el rechinar de su puerta blanca de madera al cerrar.
Del ruido de la mañana, sigo sin saberlo, son cerca de las 11 de la noche y estoy pensando que probablemente dejaré por fin entrar a Lua a mi cama.