En la UNA se juega el futuro

Jazmín Acuña
Kurtú… ral

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Las comparaciones me parecen incómodas, pero hay casos donde creo que pueden ser ilustrativas y vale hacerlas.

El «shock» cultural más significativo que tuve, de los imborrables, ocurrió cuando rendí mi primer examen en un colegio de EE.UU. Antropología. El profesor entró al aula, repartió los exámenes y nos entregó unos cuadernitos azules para poner ahí nuestras respuestas. Nos deseó un «buena suerte» sincero y se retiró del salón, visiblemente relajado. Pensé que volvería.

Jamás lo hizo.

Nadie en esa aula atinó a faltar a la verdad. Absolutamente nadie sacó beneficio de la sonora ausencia del profesor. Hacerlo habría corrompido un delicado pero sumamente poderoso pacto de confianza.

Así poníamos en ejercicio el sentido del honor.

En un gran número de centros académicos de EE.UU., particularmente los que se rigen por el sistema denominado «artes liberales», el honor es un valor que define las relaciones humanas. Se aplica virtualmente a todos los aspectos de la vida universitaria. En el caso particular que describo, se construye bilateralmente y va más o menos así: los profesores presumen la honorabilidad de todos los estudiantes, y los estudiantes presumen que de ellos no se espera nada menos que honorabilidad.

Esta dialéctica da lugar a una dinámica interesante, en la que la conciencia propia y no una autoridad externa se convierte en el más implacable juez. El profesor, al no dudar de la integridad, honestidad y capacidad de uno como estudiante, hace que al menos se sienta muy — pero muy— extraño no ser íntegro, honesto y capaz. Su ausencia en las aulas de examen es expectativa de honradez y coherencia. Deshonrarla se vuelve intolerable para uno mismo.

Que no queden dudas. No hay ADN cultural que explique esto. La cultura es un campo de disputa que se afirma y modifica constantemente entre decisiones, eventos y acuerdos, con el trasfondo del poder. Por tanto, para que prime el honor y no la cobardía en la universidad — y en todos los espacios — se toman decisiones esencialmente políticas.

Toma del rectorado de la UNA (Foto de Cigarrapy)

La debacle de la UNA tiene responsables, con nombres y apellidos que suenan a stronismo. Son los mismos que se encuentran y resguardan en partidos políticos tradicionales, en empresas evasoras, en el agro-negocio, a los que los diarios le dan tapa y la tele un buen horario. Son mafiosos de cuello blanco.

La decadencia que vemos hoy es un resultado meticulosamente calculado por parte de esta élite depredadora. Una clase dirigente que ha apostado a la mediocridad para utilizar a la universidad de antro de satisfacción para sus intereses personales. El estatuto no es un accidente. Es el arma de un proyecto político de mentes autoritarias que se vinculan y reproducen en todos lados y promueven un orden insostenible de las cosas en el país.

El futuro que no quiere repetir el pasado (Foto del Fotociclo)

Por esto, lo que ocurre hoy en la UNA trasciende a la UNA y las demandas que allí se construyen deben trasladarse gradual y urgentemente a todos los niveles de la sociedad. La memoria, el sentido de justicia y la búsqueda del honor que movilizan a estudiantes, maestros, funcionarios y ciudadanos deben aplicarse más allá del perímetro de la universidad. La consigna «Fuera Froilán» necesita traducirse y profundizarse. Es momento de apuntar a toda la élite parasitaria que tiene secuestrado nuestro futuro.

Esta élite no hace honor a nuestras ambiciones. Esta élite no está ni remotamente cerca de la altura de la democracia que queremos erigir, menos aún de nuestros sueños. Esta élite, con su autoritarismo, su prebendarismo y desfachatez pertenecen al pasado. De una buena vez, deben hacerse a un lado para dar lugar a la refundación de otro país, el que ellos sobradamente han demostrado que no están preparados para construir.

Sueltame pasado

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Jazmín Acuña
Kurtú… ral

Polisémica. Interesada en las relaciones internacionales, los derechos humanos, el periodismo y el buen café. Fan y parte de TEDIC