El sol sale para todos

Sobre la homofobia y la sociedad

Dan Cortés
Laŭ mi
Published in
3 min readJun 18, 2016

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Me preguntaba Orsnulfo la otra noche si yo sentía que a mí, en lo personal, me afectaba la masacre de Orlando en el Pulse (considerada la peor en la historia de los Estados Unidos). Decía que ya uno estaba tan acostumbrado a escuchar sobre atentados y ataques terroristas en ese país, que nada le sorprendía. Pero para mí el hecho que desde el inicio el ataque (terrorista o no) hubiese ocurrido en un bar gay, ya me hacía pensar en homofobia…

Y la homofobia, seamos como seamos, nos afecta a todas y todos como sociedad. Como siempre, múltiples personalidades han aprovechado los hechos para establecer una postura política ante el tema. Líderes mundiales, de opinión, y hasta marcas y compañías transnacionales (que son los poderes de facto) se han pronunciado al respecto de la masacre de Orlando.

Según yo, no es bueno, ni sano, ni justo, para ninguna persona, que vivamos en una sociedad donde alguien pueda matar a otra persona (o a cincuenta) por el simple hecho de ser y pensar diferente. Pensar que lo ocurrido no nos afecta porque no somos homosexuales (o no somos gringos, o no vivimos en Orlando… o lo que sea), es solo ver una parte del problema. Porque una sociedad que discrimina así a la comunidad gay, el día de mañana puede discriminar igual a los adultos mayores, a las mujeres, a los morenos, a los calvos… Nadie estamos exentos.

Sobre la discriminación y la petulancia

No suelo usar mucho la palabra “petulante”, porque usualmente no convivo con personas así. En ocasiones yo me considero un poco soberbio, pero de eso a creer, auténticamente, que alguien que no comparte los mismos gustos musicales que yo, por ejemplo, es una persona pendeja e incapaz de pensar por sí misma, hay un enorme abismo de diferencia.

Lo crea usted o no, la soberbia y la petulancia están muy emparentadas con la discriminación. Desdeñar las experiencias de alguien más solo porque no comparte mi visión del mundo equivale a encerrarnos en una prisión de altivez que es el principio de toda exclusión social.

Si a tu vecina le gusta Jennifer Lopez, o el microbusero pone al Julión a todo volumen, no te vuelve mejor ni peor que ella o él. Solo diferente.

¿Soy un fracaso en la vida?

A veces yo mismo me he sentido excluido de ciertos círculos o grupos porque no comparto los mismos intereses que mis interlocutores, pero en ocasiones no solo son los intereses, sino el acceso a experiencias. Por ejemplo, no puedo hablar con nadie sobre los beneficios y problemas de tener un coche, de ganar mucho dinero o de viajar a Europa, porque nunca lo he hecho. Y luego de haber cumplido, al fin, 30 años, me puse a pensar si todo esto no quería decir que soy un maldito fracasado.

Me voy volviendo viejo y estoy casi seguro que, a este ritmo, nunca podré comprarme una casa, o hacer un video bailando en todas las partes del mundo que visito como este cabrón, ni siquiera estoy seguro de cuándo podré cambiar de teléfono o tener una nueva computadora. Pero francamente, todo eso me importa muy poco…

Porque, al menos para mí, la vida no se trata de eso: no me gusta medir mi éxito personal en base a las cosas que puedo tener (empiezo a creer que es todo lo contrario), ni a comparar mi experiencia en el universo con las de otras personas. Prefiero enfocarme en mi estado de ánimo, en los recuerdos que me dibujan una sonrisa en el rostro, y en las personas que se parecen a mí y que sueñan con un mundo como en el que me gustaría vivir…

Fino.

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