Snapchat y la trampa de la fugacidad

Dan Cortés
Laŭ mi
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4 min readMay 30, 2016

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La semana pasada bajé Snapchat. He visto por todos lados que es la nueva red social de moda, que toda la gente famosa ahora te dice que la sigas en Snapchat, que hasta hay tutoriales y recopilaciones de los mejores snaps, y yo apenas agarrándole la onda a Twitter. Así que me dije a mí mismo: “Mí mismo, es hora de que te bajes Snapchat (por segunda vez) y aprendas a usarlo”. Pero nomás no me engancha…

Y es que en mis tiempos, el internet era una cosa permanente. Todo lo que subías podías conservarlo en enlaces permanentes (permalinks) que te daban acceso a todas tus entradas de blog, fotografías, videos, y demás material virtual que decidieras compartir con el ciberespacio. Las historias de Snapchat duran visibles 24 horas y después desaparecen. Te obligan a que, si quieres ver qué está pasando con la gente a la que sigues, tengas que abrir la app al menos una vez al día, o si no, estarás fuera de onda, sin enterarte de lo que hacen o dejan de hacer tus amigxs, o qué tan ridículos se ven con caritas de perro virtuales o vomitando arcoiris.

A mí me parece una trampa. El consumo está cada vez más orientado a lo etéreo, lo fugaz, lo instantáneo. Lo simple y lo universal. El otro día estaba leyendo que los dispositivos de Apple ya sólo tendrán un ciclo de vida de 3 o 4 años. Y qué barbaridad. Antes las cosas te podían durar muchos años, toda la vida si sabías cuidarlas. Así le dábamos su justo valor a las cosas. Ahora, las cosas no valen nada. Pronto se convierten en desperdicio… Y lo mismo pasa con los momentos.

Snapchat obliga que los momentos siempre sean viejos momentos, pasados de moda. No nos permite la idea de capturar un momento y hacerlo trascender. Nos vende la necesidad de estar viviendo constantemente nuevos momentos, inventar cosas, crearlas, y por ende, consumirlas, porque mañana ya no estarán, y habrá que hacer otras nuevas. Y qué pedo con eso.

El mezcal y la aventura del consumo

En mi “nuevo” trabajo (digo “nuevo” porque a pesar de que ya llevo un par de meses en esa agencia, apenas siento que me estoy encarrerando) he tenido la oportunidad de analizar desde distintos ángulos las dinámicas del consumo. Es una agencia de estudios de mercado y el último proyecto en el que colaboré se trató sobre algunas cuestiones respecto al consumo del mezcal entre los jóvenes. Las entrevistas y las etnografías que tuve la oportunidad de hacer me hicieron pensar un par de cosas.

Uno. El consumo se mueve entre dos polos opuestos: el clásico, capitalista, individualista, que busca resolver las necesidades de la persona que consume, y nada más; y el sustentable, informado, responsable, que además considera las implicaciones de este consumo en toda la comunidad. Nuestras actitudes hacia el consumo se mueven generalmente en esos dos polos.

Dos. Las tendencias actuales de consumo, en muchos ámbitos, nos empujan principalmente a la ingesta de historias. Las historias son personas (o animales o cosas humanizadas, da igual), y las personas nos conducen a emociones. Y entre más auténtica es la emoción, más nuestra satisfacción al consumirla. Aún sigo identificando cuáles factores nos llevan más a preferir tal o cual tipo de autenticidad en las emociones (en ocasiones parecieran más agresivas, en ocasiones más pasivas), pero las más evidentes son como ese video de la mamá de Chewbacca, la señora que se muere de la risa al ponerse la máscara del personaje de Star Wars: una persona común, mostrando su personalidad más auténtica, y una coyuntura mediática para que se vuelva viral.

Consumir emociones, en cada vez mayor cantidad y cada vez más auténticas, nos lleva a una aventura constante, en la cual debemos estar mejor preparados para no dejarnos arrastrar por la marea. Es nuestra responsabilidad, como consumidores, estar informados de estas dinámicas, y aprender a consumir de la mejor manera posible, es decir, la más sustentable.

Dos visiones del mundo

Tanto Snapchat como la aventura del mezcal hicieron resurgir en mí mi lado estructuralista y me puse a pensar que en realidad hay dos maneras básicas, opuestas, de ver el mundo: Como una conquista, o como una aventura.

El que conquista no se detiene ante nada para conseguir lo que anhela. Se siente dueño del mundo, y es ferviente admirador de la ley del más fuerte. Cree en el individualismo y las libertades, y prefiere comunidades organizadas en torno al consumo tradicional.

El aventurero ve el mundo como un terreno siempre abierto a la exploración. Busca el aprendizaje y usualmente, el bien común. Es curioso y le interesa, más que trascender, o llegar a un destino, el viaje en sí mismo, y las historias que él mismo está dispuesto a construir.

Otra vez: las cosas no son tan sencillas. La especie humana es contradictoria y nos encantan las contradicciones, así que no debemos esforzarnos mucho por llegar a un polo o al opuesto, y tampoco tenemos que mantenernos ahí para siempre.

Lo realmente valioso sería que encontráramos la manera en que al menos esos dos mundos, pudieran coexistir en un mismo espacio y tiempo. No puede ser tan difícil si nos perdemos el miedo, aceptamos que no tenemos a dónde huir, que todos vamos para el mismo lugar (sea cual sea), y que de nada sirve someter a nuestros semejantes.

Fino.

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