Peter Paul Rubens “La Caída de los Titanes”

PARRICIDIO A LA GRIEGA

Todo lo que siempre quiso saber sobre Mitología Griega y nunca se atrevió a preguntar.

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5 min readNov 26, 2015

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Para quien no esté familiarizado con la Mitología Griega es posible que la guerra entre los Dioses y los Titanes no le diga nada, por no hablar de la diferencia entre unos y otros. Por ello, antes de poder entrar en explicaciones sobre qué hace tan especiales a los mitos griegos, es necesario conocer, al menos de pasada, la leyenda más importante del Panteón griego:

Al principio existía el Caos, una masa informe con toda la materia del Universo mezclada. De él nacieron la noche, el día, el éter (una sustancia invisible que los griegos creían que ocupaba el vacío, algo así como la atmósfera), la oscuridad, y la tierra, llamada Gea, que engendró a su vez a Urano, el cielo. Urano se nombró a sí mismo rey, y tuvo con Gea (sí, con su propia madre) numerosos hijos, como los cíclopes, los gigantes, y sobre todo, los doce titanes, los más poderosos de todos.

El rey comenzó a temer que sus hijos le arrebataran el trono del Universo, por lo que los encerró en el Inframundo. Gea estaba furiosa por el comportamiento de su marido, así que fabricó una guadaña y animó a sus hijos a castrar con ella a su padre para privarle de su poder. Pero ninguno de ellos tuvo valor para hacerlo excepto Cronos, el más joven de los doce, que ambicionaba ser rey.

El titán esperó a que Urano acudiera al encuentro de Gea, y armado con la hoz, lo sorprendió indefenso, mutilándolo. Cronos destronó así a su padre y los titanes se apoderaron del Universo, gobernándolo con sabiduría. Tomó por esposa a su hermana Rea y juntos tuvieron a una nueva generación de dioses. Pero entonces Gea vaticinó a Cronos que correría a manos de su hijo la misma suerte que su padre, por lo que éste, aterrado, comenzó a devorar a su descendencia. Pero Rea logró ocultarle a Zeus, el menor de ellos, y cuando éste se hizo mayor, sacó a sus hermanos Hades, Deméter, Hestia, Poseidón y Hera del vientre de su padre. Los dioses se enfrentaron entonces en una guerra que duró diez años a los titanes, ayudados por los gigantes y los cíclopes, quienes forjaron rayos para Zeus, un tridente para Poseidón y un yelmo de invisibilidad para Hades, hasta que finalmente se hicieron con la victoria y los arrojaron al Tártaro, el lugar más profundo del Inframundo. Zeus se convirtió en el nuevo soberano de los dioses, y se repartió el Universo con sus hermanos: Poseidón gobernaría los mares, Hades el Inframundo y él se reservó los cielos. Junto a su descendencia construyeron su morada sobre el Monte Olimpo, desde donde gobernaron el mundo.

Una genealogía simplificada de los dioses. Existen múltiples versiones de su origen, y ésta es solo una más de ellas.

Este mito es conocido como la Titanomaquia, la guerra de los titanes, y explica no solo cómo se crea el mundo, sino cómo funciona y quién lo gobierna. Y es que para los antiguos griegos su religión tenía que ver más con la ciencia que con la religión. Al contrario que el Dios judeo-cristiano, los dioses griegos no representaban el máximo bien. Eran infieles a sus parejas, caprichosos, crueles con los mortales y con su familia… representaban a la naturaleza, y como ella, se comportaban de manera violenta, amoral y explosiva. Los dioses no estaban para juzgar las obras de los mortales cuando morían (de hecho los responsables de ello eran los reyes humanos Minos, Éaco y Radamantis), sino para asegurarse de que el mundo siguiera girando. Los dioses hacían que siguiera habiendo estaciones y cosechas, que lloviera y que la medicina curase. Los dioses garantizaban que hubiera mareas, ríos, y embarazos sanos. Por eso, los griegos no rezaban a los dioses para que sus almas descansaran tranquilas al morir, sino para que no decidieran descargar su ira sobre ellos.

El día a día griego transcurría en un mundo mitológico, donde los monstruos abundaban allá donde los héroes humanos aún no habían llegado para poder matarlos, y una raza de seres poderosos gobernaban los elementos desde el Monte Olimpo, una montaña a poco más de 100 kilómetros de la ciudad de Tesalónica. Ellos contemplaban cómo Zeus se enfrentaba a sus enemigos cuando caía una tormenta eléctrica, y si una fiesta era especialmente divertida era porque Dionisio había asistido disfrazado. Si Tetis, señora de los ríos, era esposa de Océano era porque los ríos se unen al mar, y la cosecha de Cronos dependía de la fertilidad de la tierra, que gobernaba su esposa Rea. Nada en la mitología griega ocurría porque a algún escritor le sobrara imaginación, sino porque realmente lo habían presenciado. Y eso incluye la Titanomaquia. Los titanes fueron deidades anteriores a la aparición de los dioses “olímpicos”, propias de pueblos primitivos que adoraban a los elementos, con los que los titanes se identifican. Conforme estos pueblos se fueron civilizando y agrupando en estados, los dioses de cada sociedad se fueron homogeneizando, y muchos cayeron en el olvido. Ahora los dioses no eran los elementos, sino seres que gobernaban sobre ellos como un rey gobierna una ciudad. A ojos de los griegos, el culto a los titanes se había abandonado porque los nuevos dioses los habían derrotado. Ellos eran ahora los reyes del Universo y los mortales les debían obediencia.

Pero la historia no acaba aquí. Las diosas del destino predijeron que Zeus correría la misma suerte que su padre y su abuelo. Si bien los dioses de los que era padre parecían estar bastante contentos con su reinado, Zeus tuvo muchísimos hijos con mujeres mortales. Curiosamente, la mitología griega dejaba así una puerta abierta a la caída de sus dioses, y en los tiempos en que aún se los adoraba, no faltaron nunca humanos singulares que clamaron ser hijos del señor de los dioses, como el propio Alejandro Magno. Quién sabe si en el fondo de su corazón aspiraba a ser él quien algún día acabase con el reinado divino de los olímpicos.

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