La Guerra Imjin (1592–1598) entre Corea y Japón

“SEÑOR, AÚN POSEO TRECE BARCOS”

La increíble historia del Almirante Yi.

J. Lluch
La Bayoneta
Published in
9 min readJul 23, 2016

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La historia del Almirante Yi Sun-Shin (1545 — 1598) es una de esas biografías de personajes tan espectaculares que resulta difícil creer que fueran reales. Que un solo hombre fuera el responsable de defender a su país frente a una potencia invasora y la ineficacia de sus propios compatriotas es más propio de la fantasía épica que de la realidad, pero este militar coreano y sus hazañas durante la guerra contra los japoneses demuestran que, como dice el tópico, la realidad siempre supera a la ficción.

La historia militar naval está llena de injusticias históricas. Los españoles lo sabemos bien, pues nuestro mejor marino, Don Blas de Lezo, quedó durante siglos en el olvido de incluso su propio pueblo (no así de Colombia, donde es héroe nacional). Puede que sea por eso que la historia del Almirante Yi no sea conocida fuera de Corea. Sin embargo, mientras que otros grandes héroes militares como Napoleón o Gengis Khan afrontaron en algún momento la derrota, éste no fue el caso de Yi, quien incluso ganó su última batalla después de muerto.

Toyotomi Hideyoshi

Sin embargo, el relato de sus hazañas no empieza en Corea, sino en su país vecino, Japón. Cien años antes, el País del Sol Naciente cayó en la anarquía y quedó dividido en decenas de naciones feudales enfrentadas entre sí; un periodo conocido como “Sengoku Jidai”, en el que lo único que quedaba de Japón era la existencia de un emperador sin ningún poder. En esta situación, una familia, el clan Oda, consiguió poco a poco hacerse con el poder y reunificar el país. Pero antes de poder ver su sueño hecho realidad, Oda Nobunaga, el cabeza de la familia, muere traicionado, y su cargo será asumido por uno de sus hombres, Toyotomi Hideyoshi. El problema es que Hideyoshi era plebeyo, y para legitimarse en el poder, decide iniciar la conquista nada más y nada menos que de China. De esa forma no solo se convertiría en un héroe, sino que daría salida a la gran cantidad de guerreros que tantos años de guerra habían producido y que podrían ser un peligro para su posición. Sin embargo, para poder entrar en China primero debería pasar por el pequeño país que se interponía entre los dos: Corea.

Corea era una nación pequeña y relativamente débil. Mientras que cien años de guerra constante en Japón habían hecho de los samurai una de las élites militares del mundo, los coreanos eran vasallos de China, que impedía la llegada de cualquier enemigo importante a la península, por lo que el único peligro al que se enfrentaban eran los nómadas yurchen que de vez en cuando saqueaban el norte y los piratas que infestaban sus costas. Sin embargo, esa aparente debilidad fue al final su mayor fortaleza, puesto que al contrario que los nipones, cuyos enemigos siempre fueron internos, ellos estaban acostumbrados a la guerra en el mar, algo que nuestro protagonista sabría aprovechar para llevar a cabo su defensa. Otra de las consecuencias que esa falta de amenazas tuvo para Corea fue el desprestigio del ejército. Los hijos de los nobles preferían una exitosa carrera en la burocracia estatal a la vida castrense, por lo que solo desempeñaban cargos militares aristócratas frustrados caídos en desgracia, ineptos, o los hijos de las familias más humildes. Es por ese motivo que sorprendió tanto que Yi, de buena cuna, decidiese alistarse por propia voluntad, aunque no se presentó al examen de acceso hasta que cumplió 28 años.

Es posible que Yi escogiera la carrera militar debido a que por una mancha en la familia de su padre podría tener complicaciones para llegar a ejercer un cargo público; sin embargo, los actos que protagonizaría hacen que resulte más probable que el motivo de su tardío ingreso en el ejército se debiese más a algún tipo de impedimento familiar que a una falta de vocación. Durante ese examen, Yi cae de un caballo durante una prueba y se parte la pierna. Sin embargo, los miembros del jurado quedaron asombrados al verle cojear hasta un árbol, arrancar una rama, entablillarse su propia pierna y finalizar la prueba, demostrando su carácter inquebrantable. Aun así, decidieron suspenderle, pero cuatro años más tarde volvería a presentarse, logrando el acceso definitivo a la edad de 32. Con todo, la vida militar resultaría ser muy ingrata para el futuro almirante. Fue enviado al norte, el único lugar conflictivo del país y donde acababan los peores soldados a modo de castigo. Pero él consiguió poner a punto a aquellas tropas desmotivadas y logró importantes victorias contra los bandidos yurchen. Curiosamente, esto acabaría siendo un problema para él. En un estado tan pacífico como Corea, el ejército era la mejor forma de lucrarse y ascender sin tener que trabajar demasiado, algo que no encajaba demasiado con la forma de ser de Yi. Si bien su carácter exigente y esforzado le valió la lealtad de sus subordinados, sus colegas y superiores no opinaban lo mismo, ya que les hacía parecer inútiles en comparación; es por eso que fue el blanco de numerosas acusaciones que le valieron la degradación. Yi, a pesar de su edad, se vio obligado a recomenzar su carrera no una vez, sino hasta en cuatro ocasiones, consiguiendo siempre volver a distinguirse por sus excelentes servicios, hasta que, agotado, pidió por fin la jubilación después de una larga lista de logros. Pero entonces la guerra estalló.

“Con una pequeña escuadra de barcos tortuga que él mismo se había encargado de perfeccionar, Yi salió al encuentro de los japoneses, […] logró cortar sus líneas de suministro y salvar numerosas poblaciones de ser arrasadas.”

Los emisarios japoneses llegaron a Seúl para negociar el paso de sus tropas hasta la frontera con China. No sabían que, para los coreanos, la sola sugerencia de traicionar a un aliado era considerada el peor de los insultos, por lo que se negaron rotundamente a aceptarlo y los expulsaron. Cuando un tiempo después cientos de barcos japoneses aparecieron en el horizonte, los dirigentes locales supusieron que venían cargados de presentes para disculparse por su afrenta, y no solo no los detuvieron sino que los invitaron a pasar. Por supuesto, los dirigentes se equivocaban. En menos de un mes, los japoneses habían conquistado la mitad sur del país e incluso habían tomado la capital, mientras el ejercito coreano, cuya superioridad naval podría haber evitado el desastre, no actuaba a tiempo o ni siquiera lo intentaba. Pero el Primer Ministro de Corea, amigo personal de Yi — a quien había salvado en numerosas ocasiones de las intrigas de sus enemigos — , lo había sacado de su retiro meses antes del ataque japonés al temerse lo peor, nombrándolo almirante. Con una pequeña escuadra de barcos tortuga que él mismo se había encargado de perfeccionar, Yi salió al encuentro de los japoneses, y por medio de diversas escaramuzas y sus amplios conocimientos de la costa coreana, logró cortar sus líneas de suministro y salvar numerosas poblaciones de ser arrasadas. Sus victorias fueron terribles para el invasor, que a causa de la rocosa topografía de Corea se veía obligado a comunicarse por mar, por lo que tuvieron que cesar en su avance, dando tiempo a las tropas chinas a acudir en auxilio de sus vasallos. Después de perder la mayor parte de su flota a manos del almirante en solitario, los japoneses pidieron la paz.

Barco tortuga coreano diseñado por el Almirante Yi. Su cubierta de pinchos impedía el abordaje, podía disparar en todas direcciones, las velas se plegaban para no sufrir daños y la cabeza de dragón expulsaba humo, que servía para ocultar la embarcación.

Sin embargo, a pesar de la retirada, Hideyoshi no había renunciado a su sueño de conquistar China. Retrasó las negociaciones de paz para ganar tiempo y reforzar su marina, al tiempo que enviaba agentes dobles a la corte coreana para tratar de socavar al enemigo desde dentro. Yi había sido promovido a Comandante General de los Ejércitos, y se convirtió en víctima de esas actividades. Un falso informador trató de conducir a las tropas coreanas a un punto donde serían destruidas, y el trabajo le fue encargado a Yi Sun-Shin, quien temiendo una trampa se negó a obedecer, lo que aprovecharon sus rivales para detenerle y despojarle de su rango. Encerrado por “traición”, fue torturado y casi condenado a muerte hasta que sus amigos lograron su liberación. Pero Yi, nada más salir de la cárcel, volvió a alistarse en el ejército (por quinta vez) como un simple soldado raso. En el tiempo en que estuvo apartado del gran juego, los japoneses lograron que sus sucesores mordieran el anzuelo, y la flota coreana fue barrida del mapa, incluidos todos sus valiosos barcos tortuga.

Con los altos cargos del ejército desbandados y sin una flota capaz de enfrentar al enemigo, Corea estaba perdida. No había un mando claro, y Hideyoshi aprovechó para retomar la conquista del país. El rey decidió entonces devolverle a Yi su antiguo cargo, con la esperanza de que una vez más salvara la situación. En una carta, el almirante escribió lo siguiente a su monarca:

“Señor, aún poseo 13 barcos, y mientras esté vivo, los enemigos nunca lograran el control del mar occidental.”

Después de que con esa pequeña flota Yi se enfrentara a la gran armada japonesa sin sufrir una sola baja, muchos barcos de guerra coreanos que habían quedado dispersos durante el desastre se reunieron con el genio militar para ponerse a sus órdenes. Con la ayuda de los chinos, Corea reconstruyó parte de su flota, y se preparó para atacar a los japoneses que trataban de retirarse. Y es que en Japón, Toyotomi Hideyoshi había muerto, y sus sucesores no deseaban continuar una guerra que no daba más que dolores de cabeza. Pero Yi no iba a permitir que se marcharan sin más después de arrasar su país y casi destruirlo, así que con su habitual astucia logró cortar la retirada de sus enemigos, obligándolos a enfrentarse de nuevo a él para poder escapar. Durante esa batalla, él mismo tocó el tambor para animar a sus tropas, sabiendo que ese último esfuerzo decidiría el final de todo el conflicto. Una vez más, Corea bajo su mando volvía a resultar victoriosa. Los japoneses se marcharon, y a partir de ese momento su nación comenzó una era de aislamiento exterior que duraría hasta finales del siglo XIX. En cuanto a Yi, solo tras la celebración de la victoria se supo la verdad: durante la batalla, una bala lo había herido mortalmente, algo que tan solo su hijo y su sobrino habían presenciado. Pidió expresamente que el tambor no dejara de sonar y que escondieran su cadáver para no destruir la moral del ejército en el momento en que más la necesitaban. Su sobrino, muy parecido físicamente a él, se vistió con su uniforme y continuó aporreando el tambor hasta que la flota japonesa fue completamente derrotada.

Tabla comparativa entre las mayores batallas que libraron los almirantes Togo, Nelson y Yi. Extraído de la web dedicada a este último: http://www.koreanhero.net/en/NationalHeroOfKorea.htm

Así acabó la vida de uno de los mayores prodigios militares de todos los tiempos, escondido bajo un escudo a cambio de una nueva victoria. Un hombre tan maltratado por sus contemporáneos en vida, no fue olvidado en la muerte, y le fue concedido el título póstumo de Señor Marcial de la Lealtad, así como Príncipe de Corea y Primer Ministro, convirtiéndose en héroe nacional. Solo su actuación salvó a Corea de la desaparición, frente a un ejército japonés numeroso y completamente preparado para la guerra en tierra, que fácilmente podría haber sumado a una China en hora bajas a su hipotético imperio. Sin Yi Sun-Shin, la historia sería muy diferente. El analista militar británico George Alexander Ballard escribió de él que “[…] es lamentable que su memoria no trascienda más allá de su tierra natal, puesto que ningún juez imparcial le puede negar el derecho de ser contado entre los nacidos como caudillos de hombres”.

Estatua del Almirante Yi Sun-Shin en Seúl. Fotografía de Román Emin.

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