Léon-Augustin Lhermitte “Les Halles”

VIDOCQ

De Ladrón a Policía.

J. Lluch
La Bayoneta
Published in
6 min readDec 17, 2015

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Hay personajes cuyas vidas parecen más ficción que realidad, para quienes la historia tiene reservado un sitio especial en su memoria. Éste es el caso de Eugène-François Vidocq, fundador de la Sûreté Nationale de Francia, padre de la criminología moderna, y hasta entonces, famoso malhechor, que vivió entre los años 1775 y 1857.

Qué es realidad y qué es leyenda en su extensa vida es difícil de decir. Sus aventuras las conocemos por algunos relatos que él mismo escribió sobre sus experiencias, por los testimonios de quienes le llegaron a conocer y por una biografía escrita por un autor anónimo, probablemente su amigo Honoré de Balzac. Todas estas fuentes coinciden en destacar lo inaudito de su existencia: el hombre que para redimir sus pecados consagró su vida a la lucha contra el crimen. El propio Víctor Hugo reconocería que se inspiró en él a la hora de dar vida a dos de los personajes centrales de su novela Los Miserables: el inspector Javert y el protagonista, Jean Valjean. Qué mejor ejemplo sobre la capacidad del hombre para cambiar, tema central de esta obra, que aquél que se enorgullecía de haber salido de un pozo de miseria para convertirse en paladín de la ley y el orden.

Eugène-François Vidocq

Vidocq nació en Arrás, una ciudad del norte de Francia. Su padre, panadero, podía pagarle estudios, pero él no tenía madera alguna de estudiante. Se dice que, aún joven, robó 2000 francos para huir a las américas a causa de un duelo en el que había participado. De todas formas perdió el dinero, por lo que decidió, después de pasar algunas penurias, alistarse en el ejército, en la convulsa época de la Revolución Francesa. Todo esto apenas superados los 15 años. Sin embargo, su naturaleza impulsiva lo condujo a no encajar en la vida castrense. El escritor Néstor Luján contaba que en solo dos años participó en 20 duelos, en los que mató al menos a dos compañeros. Tras agredir a un oficial se vio obligado a desertar. La Francia incierta que siguió a la Revolución, la del Terror de Robespierre, no era el lugar idóneo para él, tan dado a correr riesgos, por lo que en un arrebato de sensatez escapó a Bélgica, donde se relacionó con bandidos y se hizo delincuente, aprendiendo todo lo necesario sobre ese mundo y logrando reunir un cierto colchón económico. Pero una vez más, esta vez al llegar a París, el dinero voló en fiestas y prostitutas, por lo que tuvo que volver a dedicarse al crimen. Estafa, robo, atraco, contrabando, seducción de mujeres adineradas… nada se le resistía.

“Condenado a galeras por ocho años, es incapaz de aguantar aquello y se acaba escabullendo, comenzando la gesta por la que se haría famoso en Francia: ser el fugitivo más escurridizo de la Justicia.”

Sin embargo, esta vida no era lo que él buscaba, por lo que un tiempo después decidió entregarse para poder limpiar su nombre. Pero no, éste no es el momento en que su vida se endereza. Condenado a galeras por ocho años, es incapaz de aguantar aquello y se acaba escabullendo, comenzando la gesta por la que se haría famoso en Francia: ser el fugitivo más escurridizo de la Justicia. Cada vez que lo atrapaban él volvía a escapar, y cada vez más rápido. Mientras tanto, no paró de buscar su camino en la vida. Prueba suerte como pirata, e incluso trata de hacerse comerciante, y finge ser en varias ocasiones noble austríaco, marino, campesino, banquero, o incluso monja. En nada de esto tiene tanto éxito como a la hora de escapar. Los franceses apostaban a cuánto tiempo tardaría en volver a huir de prisión, puesto que su habilidad le había hecho muy popular. De hecho, al parecer protagonizo una surrealista evasión del presidio de Tolón, una de las prisiones más seguras de Francia.

A la edad de 34 años, la leyenda en torno a su persona cuenta que, apresado de nuevo, pide entrevistarse con el jefe de policía de Lyon, el comisario Dubais. Allí solicita unirse a la policía como informante. El comisario no accede, pero él insiste en su propuesta, retándolo a que se lo lleve preso de vuelta a la cárcel, y que si logra escabullirse y volver voluntariamente, lo considere de nuevo. No hace falta decir que Vidocq ganó la apuesta.

Sus primeras experiencias en el bando de la Ley son poco brillantes: escuchaba en la cárcel y actuaba como soplón. Pero pronto es puesto en la calle para seguir haciendo esa misma labor con todos los criminales de la ciudad, que comienzan a conocerlo y a odiarlo, por lo que debe usar su magnífica habilidad con el disfraz para acercarse a ellos. Dicen que en una ocasión llegó a ser contratado para realizar su propio asesinato.

Su conocimiento del mundo del crimen no basta para explicar la ingente cantidad de delincuentes con cuyas detenciones fue relacionado en esta época, por lo que entra a formar parte oficial de la Policía. Allí sugiere la formación de un cuerpo especial de seguridad centrado en la investigación criminal, que se llamaría “Brigada de Seguridad” y de la cual sería el encargado, con doce hombres a sus órdenes. En París, su cuerpo tiene un enorme éxito, ya que trata de actuar antes incluso de que se realice el delito, siendo el primer cuerpo policial moderno de la historia. Por eso, pronto se convertiría en un cuerpo oficial del Estado, pasándose a llamar Seguridad Nacional (Sûreté Nationale), al frente de la cual estaría él. Ahora los franceses hacían apuestas sobre a cuántos criminales detendría en un mes. Incluso realizaba investigaciones criminales privadas de forma gratuita para sus amigos.

Mientras estuvo al frente de la Sûreté, Vidocq aplicó algunos descubrimientos científicos de su época a sus investigaciones, por lo que se le considera el padre de la criminología. Utilizó también la balística, e incluso inventó el sistema de registro de delincuentes, sin el cual no se entendería actualmente el ejercicio policial. Por si esto fuera poco, se esforzó por mejorar la situación de los detenidos en las prisiones, y empleó a ex convictos reformados en su brigada.

Después de casi treinta años de labor policial, fue expulsado del cuerpo por razones políticas al acusársele de ser bonapartista, por lo que trató de regentar una imprenta en la que empleaba antiguos delincuentes como él. Llegó a imprimir dos ediciones de su propia biografía antes de que el negocio fracasara y tuviera que cerrar. Por ello decidió volver a dedicarse a la investigación, así que creó la primera agencia de detectives privada de la historia: la «Oficina de Inteligencia» (Le bureau des renseignements). Por culpa de esto, tuvo varios roces con la policía nacional, que nunca antes había tenido que hacer frente a competencia. Aún así, salió airoso de todos sus desencuentros, y siguió cosechando éxitos hasta que se retiró en 1847, tras la muerte de su tercera mujer, cuando cerró su agencia. Casi hasta el final de sus días, dedicado a escribir sus memorias, siguió colaborando con la policía cuando ésta solicitaba sus servicios.

Vidocq murió a los 82 años, muy por encima de la media de su época, habiendo encontrado su camino en la vida después de mucho buscar, a pesar de que el mundo que lo rodeaba nunca le puso las cosas demasiado fáciles. Sin embargo, la historia no sería la misma si este hombre extraordinario no hubiese sido tan valiente como para cambiar de rumbo cada vez que fue necesario, en pos de aquello para lo que había nacido y que aún no conocía. El mejor cambio, sin duda, es el que sale de uno mismo.

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