Cristiano no se acaba nunca

David Álvarez
La bota de Panenka
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2 min readNov 20, 2016
Foto: Reuters

Si no se supiera que todas sus luchas son estrictamente internas, podría pensarse que Cristiano Ronaldo jugó el último derbi liguero de la historia en el Calderón para ayudar al Calderón a entender algo. El partido se disputaba en un estadio a punto de acabarse y él era, esa noche otra vez, un jugador acabado. En un escenario sumergido en la nostalgia preventiva, su declinar de este sábado pareció más bien un principio. Como sus otros finales. Desde bien pronto se aplicó a martillear a Oblak, en lugar de retirarse a firmar en la última página del libro de visitas.

El portero se encontró enseguida con un cabezazo que tonteó sobre la línea, y unos minutos más tarde tuvo que recoger la pelota de la red. Había llegado hasta allí después de un lanzamiento de falta directa, uno de los aspectos más señalados del inevitable declinar de Cristiano. Su partido parecía diseñado para provocar la duda de si se había presentado allí a jugarlo o a donar al museo una colección de fotos viejas. Ya con el 0–1, y después de años en los que su decadencia le ha impedido irse de un solo defensa, dejó atrás a Godín dentro del área con un control-regate vagamente cruyffiano. Con la noche ya como para recordar hazañas antiguas, hasta Isco volvió a tirar sombreros. El Calderón se despedía del mundo y Florentino podría estar volviéndose a enamorar de Isco.

No había sido todo: a Cristiano aún le faltaba por hacer algo más de todo eso que ya no podía hacer. Se lanzó a perseguir una rara asistencia de cabeza que al principio pareció un despeje, y ya dentro el área se encontró con que le había ganado una carrera a un central. Era Savic, que acabó en el suelo y le hizo penalti. Como todo era un revival, Cristiano se lo tiró a Oblak al mismo punto donde le había dejado ya otro en mayo, en la final de la Champions. Con aquél había terminado todo en Milán, pero en el Calderón le quedaba aún una estampida con Bale, el tercer tanto. Aunque vistas las celebraciones, quedó sobre todo la duda de cuántos goles se había imaginado marcando la noche anterior.

Pese a todo, es cierto que Cristiano ya no hace nada como antes. No es el que era. Ni volverá a serlo (tampoco el Calderón). Ahora es exactamente el que es ahora: un tipo propulsado por la convicción ilusoria de que el final no podrá alcanzarle. El encuentro de eso con un equipo al que Simeone ha acostumbrado a jugar las noches grandes como si todas fueran la última produjo un partido que tiene algo de memorable. Cristiano siempre juega, declina y se acaba convencido de que tendrá que regresar otra vez.

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