Prólogo al fin del mundo

O de cómo inicia la serie de cuentos que estaré publicando en los siguientes días.

Susana Zavala
La esquina feliz

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Debí haberlo sabido, con las pesadillas comenzaba el desastre como si fueran sueños premonitorios. La lluvia no ayudó.

El primer sueño que tuve fue el de los niños muriendo. Acribillados por un verdugo sin identidad, en la terraza de esa casa extraña que en el sueño era mía pero que, en realidad, no conozco. Soñar la segunda parte, en donde contaba a mi madre ese sueño que resultaba ser premonitorio de este nuevo sueño, no fue la mejor idea. Que mi madre, en el segundo sueño, confirmara que esos niños habían sido secuestrados debió haberme dado un indicio del desastre que ocurrió unas horas después.

El servicio meteorológico había pronosticado 36 horas continuas de lluvia y lo único que pensé fue en cancelar mis compromisos para no salir de casa. La lluvia me gusta pero mojarme no es exactamente mi deporte favorito. Cuando llueve, me gusta estar bajo techo y tomar bebidas calientes. Justo antes de que comenzara a llover soñé que caía de la ventana del comedor del apartamento del piso 14 luego de romperla accidentalmente por haber tropezado con la alfombra. Recuerdo a la perfección la caída y por fortuna no recuerdo el golpe, pero con eso tengo. Cuando los vecinos analizaban el porqué de mi caída y el ángulo de mi cuerpo roto, comenzó a llover.

Luego, las fotos comenzaron a borrarse lentamente, como acuarelas deslavadas por la interminable lluvia. En realidad no hubiese notado este detalle de no haber sido por la mancha, pero esa tarde me di cuenta de que se habían deslavado y habían dejado un manchón grisáceo escurrido en la mesa, en el piso y en algunas paredes. Manchas imprecisas e informes formadas por un revoltijo de fragmentos de imagen. El desastre había comenzado a formarse y yo me la pasaba soñando cosas extrañas y tomando café.

Cuando me convencí de que las manchas no se borrarían pues estaban secas y hechas parte de los objetos, decidí dejarlas por la paz. Al final tenía que ocuparme de otras cosas más importantes como lavar los trastes que se acumulaban a pasos agigantados, lavar la ropa en partes y sacar la basura. Comencé juntando todos los desperdicios que pude encontrar en la casa, incluso las cosas que ya no me servían como papeles viejos, un cargador de pilas inservible, ropa que no había usado en más de seis meses y otras cosas similares. Cuando tuve las bolsas listas salí a depositarlas a la calle y fue cuando el perro decidió escapar. Intenté atraparle pero lo único que conseguí fue que corriera desesperadamente escapando de mí varias cuadras. Me detuve sofocada, lejos de casa, me quedé mirando como escapaba el perro frenético que pareció alejarse instintivamente del inminente desastre. Ahora sé que debí seguirle en lugar de volver sobre mis pasos.

Regresé a casa cansada de correr. Decidí que si el perro quería o tenía intenciones de volver lo haría en algún momento de la noche, hambriento. Cerré las cortinas y me acosté en la cama sin taparme. Fue durante ese sueño frío y sin fondo donde me precipité, como de cabeza cayendo al vacío, al inminente desastre…

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