Carta abierta: Valor humano tras ídolos dorados

Esfera
La Gran Bola
Published in
8 min readJul 2, 2024

Esta vez la cosa va a ser un poco más personal de lo que tiende a ser, ya aviso por si acaso.

Estos últimos años me he sentido vagando como tantos antes con una crisis existencial. Mis estudios no me han dado un empleo, según la sociedad sería un nini de no contar con un empleo de “currela” (por ser algo sin necesidad de formación, repetitivo, sin posibilidad de mejoras, y a menudo explotable por las empresas). Las pocas entrevistas conseguidas suelen acabar en fracaso injustificado (pese a preguntar por feedback acerca de por qué mi candidatura no les pareció la mejor), o condiciones como la de hoy mismo “Ir a un polígono a 2h en coche, sin posibilidad ni de llevarme la comida (por tanto pagar por comer en un bar en el polígono vecino)”. Es decir, dejarme más de medio sueldo en gasolina y comidas, y el resto para pagar las facturas (y ni las cubren). Lo habitual para gente de 20–30 imagino.

Tanto tiempo en esta posición junto a otras circunstancias personales me llevaron a un lugar oscuro que culminó en un desastre de 2023. Y sí, la frustración con la falta de crecimiento del podcast no endulzó estos mazazos. También de ahí mi serie de textos a cuál más deprimente. Este año no pinta a que vaya a salir de allí, pero tampoco es la ecatombe del año pasado. Me gustaría darle algo más de cuatro brochazos, no obstante, no tengo un léxico ni mundo interior profundos. Hay escritoras mucho mejores que yo con facilidad para expresarse que preferiría recomendaros: Bichas

Muchos años atrás, ya me recomendaron acudir a algún psicólogo si veía que necesitaba ayuda. Y entre 2020 y 2023 no dejaba de hablarse de la salud mental. Bueno, craso error en mi caso. Me recomendaron una a la que pagué un año de terapia, total para que me dijese: “Deberías relacionarte con personas de tu edad y abandonar la dependencia que tienes hacia tu familia”. Muchas gracias, señora. Soy un anciano con 15 años de trauma por bullying, incómodo ante las situaciones sociales más estúpidas y que aborrece la interacción social hasta el punto de evitar jugar online como la peste. No me cuesta abrirme en internet en cambio, porque si hablo con alguien a decenas de kilómetros de mí, mi cerebro lo trata como si hablase con una persona famosa o un extraño en la cola del Carrefour. No voy a verle cara a cara en mi día a día, por tanto no me afecta igual. Son extraños que siento menos lejanos gracias a la tecnología. Aun así, en otros aspectos estábamos a años luz. No era merecedor de tener unas palabras con algunas personas así, de tan alta distinción en mi cerebro.

Por hilar con esa escala distorsionada de mi mente, están Deborah Rivas o Juan Salas, dos profesionales a los que respeto; frente a quienes me vería demasiado chiquito de tener una conversación mínimamente seria. Gente como Kerk, Elena Alonso, Romina Morales, Dr Indy, Alberto Corona, Bamf, etc. Con Twitter he podido llegar a leer muchas grandes mentes, pero quizá por mi nula autoestima, pensaba: No merezco hablar con gente así, no valgo ni una centésima parte que ellos. No sabría qué aportar en una conversación con gente así.
A su lado, me veo como un analfabeto más soso que un Toad cuya ropa limpia con lejía. Por mucho que me esfuerce imitándoles haciendo de crítico cultural de chichinabo.

No me di cuenta de esto hasta que me forcé un hueco tratando de hablar de One Piece con Juan Salas. Con la premisa de hacer una conversación basada en la pura deriva, le planteé primero hablar de juegos asociados, y luego solo de la serie (manga y anime). El punto más bajo fue tratando de no ser racista con la palabra “negro” luchando por salir de mis labios, hablando sobre un personaje de One Piece. El bueno de Juan trató de reconducir este barco sin rumbo, sacándolo de esas aguas tormentosas como gran navegante. Al acabar el podcast no dejé de pensar en el ridículo que había hecho. “¡Con razón Juan invita solo a los mejores en sus espacios reflexionando sobre series!” pensé. “Si ya debo parecerle poco más que un bufón en redes sin peso tras sus palabras, ¡Imagina ahora!”. Que Juan es buena gente y jamás le daría vueltas a ese pequeño incidente que me sigue carcomiendo durante ya 2 años… *inserte un Esfera en posición fetal respirando en una bolsa de papel*. Aparte en la grabación se nota mi voz nerviosa.

En estos años de caída al abismo, especialmente el último año, no he parado de hacer ejercicios introspectivos. Una de las conclusiones fue que debía enfrentarme a tres demonios que frenaban mi progreso en ser… Siento si suena estúpido: Una versión de Esfera que se sienta lo bastante orgullosa de si misma, para mirar de tú a tú a esta gente. Quizá por eso aún sigo escribiendo estos amasijos de palabras sin poso, con la misma futilidad que un personaje de tercera practica, tratando de alcanzar la habilidad de los protagonistas sin éxito.
De los tres demonios mencionados, hoy me centro en mi autoestima aderezada con autoflagelación constante. Gracias a este, supongo, mi cerebro ha desarrollado esa escala de valor absurda en las personas de mi entorno virtual. Y curiosamente, otro de mis miedo me impidió reconocer dicho valor a una de mis primeras figuras idolatradas: Dayo.

Aún recuerdo como a un mes de declarar la pandemia oficialmente, Dayo vino al salón de mi tierra, junto a Fandogamia. Conforme me acerqué al stand mi mano temblaba; expulsando tal cantidad de sudor por los dedos, que aún no sé como no solté tal torrente de agua que los stands necesitarían acomodarse en góndolas por el salón del cómic. En el último momento, cambie de dirección por saludar a un dibujante en Fandogamia que, aunque compartimos algunas palabras en twitter (además de pasión por el mejor spokon del mundo, lo siento fans de Slam Dunk) era evidente que no congeniábamos lo suficiente para una satisfactoria desvirtualización. En su defensa, trataba de ser educado con un random de internet, mientras gestionaba un stand de un salón con un deficit de horas de sueño importante.
Dayo vio mi cambio de rumbo; tan pronto como se levantó, volvió a sentarse. ¿Qué le iba a decir ahora? “Hola Dayo, soy otro de esos señoros a los que les encanta tu cantinela de youtube y te ve desde antes de tu vídeo de “top 10 tetas de los videojuegos””. Jamás le dirigí la palabra a Dayo tras saludar al chico de Fandogamia, que considerando lo que me sucedió con Juan Salas… Creo que hice lo correcto. Supongo que por eso he empujado siempre esa faceta bromista en internet. Un juglar sin gracia, del que no quieres saber más al acabar la función.

Pese a vomitar mis pensamientos en un blog, o en un podcast, o en cualquier otra herramienta gratuita, en el fondo sabía qué trataba de ser: Un quiero-y-no-puedo como decía arriba. Un aspirante a copia barata de esos constructos idolatrados, buscando una autovalidación personal inalcanzable. Por mucho que busque escalar hasta esos podios que mi mente ha erigido a esas personas. Ese distanciamiento reside en mi cabeza; por tanto, inalcanzable. Algo que he aprendido a combatir recientemente, que me castigó durante los últimos meses del podcast.
Producía buscando validarme a mi mismo. O al menos sentirme validado por estas personas. Recuerdo cuando Marta Trivi me siguió en Twitter. Aquél acto que para ella fue el final de una confusión ocasionada por servidor (acto que presumo consistió en considerarme un no-señoro reparte carnets), en relación a un artículo sobre isekais; para mí fue una chispa de esa sensación que buscaba. Efímera, pero agradable.
Este tipo de reacciones de autoengaño, son habituales para alguien con cero confianza en si mismo para entablar conversación con otros seres humanos, hasta el punto de usar “cínico” como estado emocional predeterminado, seguido de paranoia obsesiva que eviten cimentar relaciones sociables sanas. Y por estas razones considero que no hay ser en la galaxia capaz de soportar mi… “intensidad”.

Gritos desesperados de ayuda sin hacer nada salvo lamer heridas de hace más de una década. Tal es la estampa que dibujo siempre al hablar de mi “fascinante historia”. En parte por eso quise alejarme de todo un año. Soy de les que piensa que los demás no solucionan tus problemas, ni te ayudan, ni debes fiarte de elles. La solución nace de une misme. Recuerdo una persona en Twitter con quién perdí relación al enfadarme con ella por esta diferencia de enfoques, luego quise disculparme al entender que procesamos las cosas con mecanismos diferentes; pero era tarde. En parte lo comprendo, puedo tener un punto de persona tóxica. De modo que mi falta de socialización también lo veo como virtud; salva a la gente de mis peores facetas. Supongo que las cosas varían dependiendo el cristal con el cuál se miren.
Tremenda redflag todo esto también he de decírlo. Lamerse las heridas sin hacer esfuerzos reales por ser mejor versión de une misme, o cambiar por apreciarse, valorarse, o el cambio que consideres necesario en tu vida. Una cosa es estar dispueste a mejorar sin lograrlo (aún); otra lamentarse, explotando esa situación para que el mundo te compadezca, te traten mejor sin querer salir de esa infelicidad nunca. Así me veo yo en varios aspectos de mi vida, desde el emocional al laboral como he empezado en el texto. Cuando fui a la psicóloga varias veces le hablé de ese bucle en el que me sentía, sintiendo asco de mi mismo por mi incapacidad, que me llevó a sentir apatía e irremediablemente toma el rol de cadenas atándome firmemente al bucle de insatisfacción que vivo estos años.

Si algo detesta el poco orgullo que me queda, es despertar lastima en la gente. Ello supone para mi lo diametralmente opuesto a ese ensalzamiento mental de gente en internet que decido seguir en rrss, o hablar, por parecerme gente de interés. Como tantas cosas; mi mente emponzoñada gracias a años de paranoia y castillo mentales de arena, percibe la realidad de formas extrañas. Una de ellas es esa lastima. Das valor a una persona por ser una víctima, por su sufrimiento, su dolor… No por quienes son (rostros que recuerdan ocasionalmente los problemas de nuestro mundo). Quizá por eso no me suele gustar pensar o reconocer actrices, cantantes, directores, dibujantes, influencers, escritoras, periodistas, etc. Son caras, ídolos reconocibles con los cuáles no vamos a conversar. Yo opino que tu mundo es tan grande como la cantidad de gente con la que puedas conversar (con más o menos asiduidad), aquella en tu “zona” o “red de contactos”. No tendrás a Taylor Swift o Henry Cavill a un whatsapp o MD de distancia, sin embargo; los ídolos no son personas que debamos valorar del mismo modo que gente cercana. Sí, la gente famosa aparentemente son seres humanos; pero es imposible llegar a elles. En su lugar, es mejor apreciar lo que tienes cerca. Nunca sabes el día que al perseguir ídolos, te dejen atrás a esas personas cercanas a ti. Quienes aprecian tu verdadero valor.

--

--

Esfera
La Gran Bola

Un tipo que se dedica a escribir sobre su hobby porque no hay humano capaz de aguantar su turra en la vida real.