Cubano, músico y nikkei. Tras el rastro de los Matayoshi en Cuba

La Jeringa
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7 min readDec 25, 2021

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Por: Gisselle Pérez Llanes

La diáspora de un país, cualquiera que este sea, se encuentra en el umbral existente entre “lo nacional” o “lo autóctono” y “lo foráneo”. Esta siempre se localiza en un terreno muy delicioso de confluencias, en un espacio muy enriquecido donde convergen rasgos culturales del país emisor y del país receptor, propiciándose así un marco de interculturación. El migrante y su descendencia son sujetos culturales que producen desde zonas abiertas a la diversidad y la multidireccionalidad cultural.

El artista descendiente produce desde su universo de referentes contextuales –entre otros factores- y no debe constituir una condición inamovible el hecho de que exista un elemento vinculante con el país originario de sus antepasados para ser considerado un creador estimable por los estudios relacionados con dicha cultura.

Japón es uno de esos países con una multiculturalidad asombrosa y un movimiento diaspórico cuyo legado ha tenido alcance aún en la zona del Caribe. Cuba fue uno de los territorios que, al otro lado del mundo, recibieron migración japonesa desde los últimos años del siglo XIX y actualmente la isla promedia un total de 118 familias de origen japonés, siendo una de ellas la Matayoshi.

Ángel Luis González Matayoshi. Foto tomada de Internet

Estudiar e investigar las migraciones es siempre un tema fresco y de importancia para quienes disfrutan seguir la huella de determinada cultura en el mundo, de ahí el interés por realizar la presente entrevista al joven músico Ángel Luis González Matayoshi, quien pertenece a la cuarta generación de su familia en Cuba. Es egresado del Instituto Superior de Arte (ISA), donde cursó la Licenciatura en Música, en la especialidad de percusión. Su quehacer como músico incluye la participación en eventos como el Havana World Music, el certamen para jóvenes jazzistas Jojazz y el reconocido festival de alcance internacional Jazz Plaza. Además de eso formó parte del grupo “Mezcla”, del maestro Pablo Menéndez y, desde 2017, de la banda “La Cruzada”.

¿Qué nos puedes decir sobre la parte de tu familia que te conecta con Japón?

El matrimonio de mis bisabuelos, Kanaishi Matayoshi y Mitsu Arakaki salió de la isla de Okinawa y llegó a Cuba aproximadamente en la década de los años 20 del siglo pasado. Primero tocó suelo tropical el abuelo Kanaishi y luego de 5 años vino Mitsu. El arribo a Cuba supuso un proceso de adaptación a un medio cultural diferente, por lo que asumieron los nombres hispanos Carlos y Catalina. Al cabo de un tiempo en la isla abrieron una tienda-bar de comida a la cual nombraron “Casa Matayoshi”, emplazada en la esquina formada por la calle Maceo y la carretera central, en el municipio de Jatibonico, actual provincia Sancti Spíritus. Tuvieron el establecimiento hasta los años 60, cuando ocurrió el proceso de nacionalización de empresas.

Mis bisabuelos engendraron tres hijos: uno en Japón antes de venir a Cuba, además de Luis y Luisa Matayoshi. Mi abuelo, Luis Matayoshi, se casó con Oria Ríos Suárez, de cuya unión vieron la luz mi mamá Nerina y mi tío Luis. Y luego en los años 90 nacimos mi hermano, Alejandro Ernesto González Matayoshi y yo.

¿Cómo llegaste a la música?

Desde la primaria me llamaba mucho la atención la música. Recuerdo que me gustaban mucho las teleclases que nos daban, en las que básicamente había que vocalizar, cantar y me gustaba mucho la interpretación que hacían las profesoras. Educación artística: esa era mi asignatura preferida.

Viendo mi interés por la música, además de los contactos estudiantiles que en su juventud tuvo junto a mi tío con la escuela de música, mi mamá decidió presentarme a las pruebas de ingreso de la Escuela Vocacional de Arte de Camagüey “Luis Casas Romero” y entré por percusión. Mi mamá insistía mucho en que estudiara y dedicara tiempo a la práctica. Me sentí muy cómodo desde el inicio en la escuela. Muchas veces dejaba del almorzar para alcanzar un piano y practicar, porque en la escuela había pocos. La gente iba a hacer la cola para el comedor y yo me iba a las aulas para ver donde había un piano disponible.

Mi interés en la música siempre estuvo presente, “estaba en mi salsa”, me sentía muy a gusto; mi mamá siempre motivó a que continuara en percusión, porque al principio no me atrapaba del todo.

En esa época me gustaba mucho la trompeta, y hasta hoy es mi instrumento preferido. También tenía inclinación por el piano y el saxofón.

¿Cuáles identificas como tus más puntuales referentes musicales?

Realmente son muchos, porque luego de tantos años de estudio el músico tiene que escuchar muchísimo repertorio para nutrirse, lo mismo intérpretes que compositores.

Mi mayor inspiración es Keith Jarrett, un pianista norteamericano, el músico que más he escuchado en mi vida. Me motiva mucho escuchar sus improvisaciones, su técnica a la hora de tocar y su manera de interpretar.

Otro pianista norteamericano muy importante en mi universo sonoro es Brad Mehldau, un jazzista más contemporáneo. De la actualidad musical me siento muy influenciado por jazzistas noveles como el armenio Tigran Hamasyan.

Tengo una fuerte conexión con la música de concierto. Recuerdo que cuando estaba en el nivel medio siempre que llegaba a casa ponía en el DVD los conciertos de Branderburgo de J. S. Bach, un coloso de la música. Algunos de mis compositores favoritos son Ludwig Van Bethoveen, del Clasicismo; Frederich Chopin, del Romanticismo y Claude Debussy, del Impresionismo.

¿En algún momento has pensado en explorar la música de otras latitudes y su acervo expresivo?

En mi subconsciente siempre tengo incorporados los ritmos y modos de hacer que he aprendido de la percusión africana, sobre todo del caso particular de los tambores batá.

Como se sabe, en Cuba tenemos una tremenda herencia musical que debemos a África, a causa de la trata continua de esclavos durante el periodo colonial. Ello ha dado al traste con una riqueza rítmica signada por acentos típicos y melodías incorporadas al acervo musical de mi subconsciente. Eso me sale casi por defecto a la hora de crear. África está muy presente en lo que hago porque me resulta muy interesante y porque soy percusionista de formación.

En el caso del continente asiático, de donde proviene mi familia materna, existen escalas que son muy interesantes cuando uno está buscando una sonoridad un poco exótica. Podemos encontrar escalas del propio Japón como la sakura, la akebono y otras. Estas no son muy empleadas en Occidente, pero sin dudas otorgan otros colores a la pieza compuesta y lo ajusto a mi propia manera de ver esa música y a esa cultura en general. Ocasionalmente he empleado estas escalas pentáfonas de la música oriental de manera implícita en lo que hago, pues son muy ricas para un recurso que me gusta mucho: la improvisación.

Busco que mi música no sea mera copia reproductiva de esas sonoridades, escalas y colores musicales, de manera que realizo una aprehensión analítica de los mismos, pasados por mis filtros de gusto estético, repertorio y modo de hacer y lo incorporo a mi quehacer como músico. A la hora de usar recursos musicales de otras latitudes no suelo ser tan explícito, sino que opto por sugerirlos, incorporándolos dentro del entramado de la pieza que este componiendo. De alguna forma están presentes en mis obras esas melodías, esos ritmos y esos cantos.

Considero que no adolezco de prejuicios para explorar, asimilar e incorporar las bondades de culturas no occidentales. Por el contrario, opto por nutrirme de todas.

¿Cómo defines tu música? ¿Qué derroteros ha ido tomando tu producción musical en los últimos meses?

Mi discurso versa sobre la reinvención constante e inevitable de la realidad, sin atender a distinciones fronterizas y territoriales. Lo que he estado haciendo propone una reflexión globalizada de imágenes mentales traducidas en música, con la consciente intención de fungir como arquetipos de una realidad humana universal.

Nuestra realidad se elabora y reelabora bajo los límites del pensamiento humano, algunas veces de cara a la sapiencia atribuida a lo divino. Me he planteado entonces el reconocer que, tras la apariencia corpórea de lo real, la idea de una fuerza superior acompaña indisolublemente a todo acto de creación, sea de naturaleza artística o no.

La improvisación, recurso al que acudo constantemente, apoya mi idea de la reinvención y del repensar lo que hacemos, vivimos y sentimos con el paso del tiempo.

Los últimos meses de mi producción musical han coincidido con el tiempo de confinamiento y realmente ha sido un periodo, aunque difícil, bastante enriquecedor para mí como músico. Todo este tiempo me ha sido muy útil para comenzar a prestar especial atención a la composición como tal. Creo que he madurado bastante en ese sentido.

De manera inconsciente hacer música me lleva a pensar en imágenes relacionadas con lo que estoy componiendo en ese momento. Las imágenes me llevan a los sonidos y eso contribuye mucho a darle sinceridad, claridad y sentido a lo que compongo.

Compuse varias obras para diversos formatos: quinteto de jazz, dúo de piano y batería, trío tradicional de jazz y para piano solo. Tengo otras que ya había creado desde antes del confinamiento y los últimos meses fueron muy provechosos para retroalimentar, volver a ellas y enriquecerlas.

Este tiempo me ha servido para indagar sobre nuestra relación con la religión y Dios, investigación a partir de la cual surgió la pieza “La Fuerza de DIOS”, para piano y drum. Compuse otra obra basándome en la reflexión acerca de lo que como humanos podríamos hacer y los límites de la acción creadora del hombre en su contexto. En varias de ellas está contenido un pedido por el bien que hago desde la música. He sido muy intencional en conferir un notable grado de espiritualidad e introspección a todas las obras que he compuesto; cada una posee un punto de partida bien definido en la investigación sobre este tema que hace un tiempo despertó mi interés.

He tratado de abordar la música como un ente no meramente contemplativo, sino activo en la vida del ser humano. Busco que esta constituya una herramienta de vida y transformación, tanto para oyentes como para mi como creador. Tengo la seguridad de que la música puede tener un gran impacto en la realidad que construimos.

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