Nemo Nobody, ¿un hombre que no existió?
Por: Thalia Guerra Carmenate
La superstición de la paloma, el principio de entropía, el efecto mariposa, la teoría de cuerdas: son todos conceptos, conjeturas y postulados físicos –quizás los más polémicos de la rama- que, Jaco Van Dormael intenta fusionar y mezclar de la manera más abigarrada posible en un solo filme: Mr. Nobody (2009).
Van Dormael se alza no solo como director de esta brillante pieza, sino también como guionista. No es por demeritar al resto del personal encargado de la realización cinematográfica, pero esas son dos de las labores más complicadas, sobre todo en esta, una obra de ciencia ficción con un guión más que elaborado y cargado de subjetividad que le costó a su autor alrededor de siete años.
Resulta engorroso elaborar una sinopsis. Cualquiera puede ser considerada terriblemente errónea o, en el mejor de los casos, parcialmente acertada, no mucho más. Es difícil analizar el filme organizando las escenas como una gran secuencia cronológica de sucesos después de haberlo visto solo una vez. Yo hace unos días lo repetí, y honestamente, sigo sin entenderlo del todo; aunque esta segunda oportunidad me permitió detenerme en detalles a los que no les había dado importancia en la primera ocasión, o que simplemente no había notado. Debo recalcar que es una cinta para disfrutar con toda la atención y tiempo posibles, sin demasiadas interrupciones: como si del Cloud Atlas (2012) de las Wachowski se tratase.
A pesar de lo arriesgado a la hora de confeccionar un resumen o argumento, como acabo de afirmar, me aventuro a ello mientras espero que mi fracaso no sea tan estrepitoso ni por completo desnortado. El protagonista de esta historia es Nemo Nobody, y no, no es casualidad que se llame así. Ambos, nombre –en latín- y apellido –en inglés- poseen un mismo significado: nadie. El director belga se aprovecha de este apelativo para designar a un personaje al cual el sentido de su propia existencia le resulta tan confuso como dudoso, sensación que va invadiendo por igual al espectador a medida que avanza el metraje. Durante poco más de dos horas se abordan -como mediocremente ilustra la aberrante traducción con la que se le denominó en España- “Las vidas posibles de Mr. Nobody”, es decir, los potenciales caminos que pudo tomar su vida a partir de determinadas decisiones sustanciales.
La historia elaborada por Van Dormael no es convencional, es imposible no formularse un sinfín de preguntas en cada secuencia de la cinta. El espectador es incapaz, por lo general, de discernir con total certeza entre lo real y lo onírico, entre la verdad y los recuerdos, de ahí que la obra pueda ser malentendida por algunos como una serie de constantes desvaríos de un personaje insulso. Imagino que se deba a la enmarañada y caótica estructura narrativa, que roza lo laberíntico e imita lo barroco.
El elenco no es nada extraordinario. Jared Leto como protagónico se lleva casi toda la atención, relegando a Sarah Polley y Diane Kruger a un segundo plano. Las actuaciones que considero verdaderamente destacables son las de Toby Regbo y Juno Temple, quienes interpretan a Nemo y Anna con 15 años, deleitándonos con los momentos más tiernos de toda la cinta. Quizás mi preferencia se deba a cierta debilidad por los dramas adolescentes.
Aprovecho para tocar un aspecto que no se puede pasar por alto: la banda sonora, tan variada como certera, va desde Mr. Sandman, del cuarteto vocal femenino The Chordettes hasta Where is my mind?, de la banda de rock alternativo e indie, Pixies, por solo mencionar dos ejemplos casi opuestos. La selección musical parece hecha al azar, sin embargo, no pudo haber sido mejor. Las composiciones originales fueron tarea de Pierre Van Dormael, hermano de Jaco. La mayoría de los temas coinciden en el uso casi exclusivo de la guitarra, logrando una sensación de disimulada emocionalidad sin llegar a ser melancólica o deprimente, objetivo –perseguido y logrado- de ambos consanguíneos.
Para mi desagrado, y supongo que para el de muchos, el filme no fue un exitazo en el panorama cinematográfico, obtuvo algún que otro premio y varias nominaciones en los festivales de Venecia, Sitges y otros de menor magnitud. Algunos aspectos, además de los ya mencionados, me conducen a pensar que mereció mucho más reconocimiento del que tuvo en el año de su estreno: el maquillaje está muy bien cuidado por la especialista Kaatje Van Damme, el Nemo de 118 años, interpretado por el mismo Leto, es lo más realista posible; también están la iluminación y los efectos visuales. Por otro lado, la fotografía, complementada con una estupenda paleta de colores, desarrolla los códigos visuales que rigen la estética de toda la película, mientras demuestra el talento y la profesionalidad de Christophe Beaucarne, el director de fotografía.
Los tópicos en sí son bastante comunes: la familia, el amor, las relaciones interpersonales, el destino del ser humano. Solo que, al tratarse de cine experimental la forma de abordarlos no es la estándar. Muchas escenas y planos pueden parecer inconexos si se aprecian a simple vista y sin mucho análisis, como los de los ojos de los protagonistas, que aparecen varias veces; o los de la hoja que revolotea constantemente como una alegoría de la conocida teoría del caos; no obstante, está todo justificado.
Aunque el largometraje pueda considerarse denso o enigmático no es algo que deba intimidar o desalentar al espectador. El realizador no hace más que lanzar sus propias dudas y suposiciones sobre el sentido de la vida y la multiplicidad de opciones posibles de un individuo. Creo que se puede resumir en una oda a la vida y sus placeres mundanos, al disfrute de las consecuencias que acarrea consigo cada decisión tomada: no las hay correctas ni incorrectas, solo diferentes formas de vivirlas.