¡Aupa!
Ella es seguro menos borona, y me ha dicho ¡hola! esperando mi respuesta. Bueno, intuyo que la esperaba porque el mundo está lleno de optimistas que creemos que no todos los momentos del día van a ser canallas. Me atrevo a pensar que contaba con el retorno de su saludo porque el suyo ha sido sonriente y convincente.
Pero solo acierto a contestarle ¡aupa! Ese saludo tiene múltiples ventajas, al ser monosílabo comparado con ¡hola! queda algo disimulado que tardo en contestar. Y tardo porque no la ubico. El ¡aupa! marca esa frialdad y distancia que gastamos Ebro arriba. No lo acompaño del característico movimiento de cabeza, no vaya a pensar ella que sé quien es y se le ocurra pararse a darme conversación.
Dudo mucho que hayamos sido contendientes en un campeonato de mus. Tampoco creo me conozca de la sala de quimioterapia de Cruces, si así fuera creo que su saludo vendría acompañado de una mirada interrogadora al verme sola. Tampoco me suena que sea la pescatera de mi (forever) nuevo barrio. Por su edad podría ser una amama joven de las que llevan a los chiquillos a que el mío sensei les enseñe a darse yoyas con respeto, pero no, no me suena nada.
Me recuerda vagamente a una de las conductoras de la línea Santutxu-La Peña, pero como mi horario habitual parece sometido a rotaciones de conductores no creo que me tenga tan fichada como para concederme tan franco saludo.
Desde luego no es una auxiliar administrativa de alto nivel del buque insignia de la educación superior de Euskadi. Esas mujeres van tan maqueadas que a veces dudo de que no les den un plus para fashionismos, como daban a las presentadoras del telediario. Desde luego a las administradas no nos otorgan tales prebenda y … buena falta nos haría muchas veces para sacudirnos esa ñoñez gremial.
No, definitivamente, no tengo ni puñetera idea de quien es. Simplemente una mujer que en ese momento en que me ha saludado parecía estar en paz con el mundo, así que me alegro de no haber roto ese idílico instante confesando que no la conocía.