La diablesa sobre ruedas no era yo
Ayer dije cacho cabrona, asesina, cagüen la madre que te parió, tu puta madre, hostias, joder, y así no sé cuantas burradas más. Todo en presencia del niño.
Encontrarse en un carril ratonera con una tía en un BMW blanco que te va chupando el maletero da mucho, pero que mucho, miedo.
Pero de repente me apiadé de ella. Quizá tenía tanta prisa acaso porque igual volvía a casa corriendo para coger la ropa de judo de su niño mientras se lo cuidaba un compañero de curro a la vez que ella llamaba por el bluetooth al seguro para que le arreglaran la gotera de la pared de la cocina americana en la que le había dado la una de la mañana la noche anterior peleando con un bosnio por email mientras le aclaraba por WhatsApp a la nanny por horitas del crío que solo había salido de pintxos hasta horas imprudentes porque se había producido una alineación planetaria.
¿Tendría aquella degenerada conductora también una lavadora estridente que le recordara sus carencias como ama de casa? Esa sí que sería una buena razón para compadecerla.
Casi, casi me dejé llevar tanto por la ensoñación que a punto estuve de llegar a sentir que aquella tía merecía vivir más de lo que ella se concedía con su temeridad.