La madre buenérrima
La madre mal(éfic)a y la madre buenérrima tenían a sus crías de cinco años en el mismo club de basket de Tabarnia.
La segunda, todo un modelo ciudadano, espetó a la primera que cómo tenía tanto tiempo para hacerse con más frecuencia una versión del ritual de exfoliación que les había enseñado una tercera.
La cumplidora de cánones explicó a la desbaratada que había que llevar la ropa de las crías marcada para que no hubiera cambalaches fortuitos.
La censora dijo a la transgresora que no se reventara un grano de la barbilla en medio del partido de las niñas.
La correcta dijo a la impía que la intranquilizaba mucho saber que la segunda tenía que revisar esa noche la ruta del avión que la otra había pilotado tantas veces, que los aviones tenían que ser un entorno seguro.
La guapa dijo a la fea que si a la niña le entraban ganas de pis en el cine en medio de la peli era porque habían entrado sin los deberes hechos.
La fina le dijo a la ruda que había que currarse un bocata pro de lomo con pimientos para llevar al Camp Nou, y no uno de york descolorido entre bimbo blandengue.
La correcta insinuó en público que los chistes procaces de la descarada apuntaban a una vida desenfrenada de sexo y rock’n’roll.
La pecadora no era monoparental por elección, pero era resilente por consubstanciación.