Llueve en aquel lugar de vagos recuerdos de nuestra infancia
Inventamos cuentos con nubes de colores para que no nos duela tanto perderos.
El viento se lleva el frágil paraguas rosa.
Indecisiones: ¿aquí?
Les advertimos de que suban con cuidado, que la roca resbala.
La tierra y el barro se funden, el agua y la nube se mezclan.
Alguien pregunta si hemos traído ropa de recambio.
¡Chof !
No, no hemos traído.
Y la boca se me llena de rabia, y él primero impasible. Antes de perderos no le decía cosas tan bestias, a él no, a todos los demás sí, pero a él no. Luego él se ríe encantado de que por la mojadura le haga caso solo a él llevándomelo al coche. Yo no puedo dejar de contagiarme de su sonrisa. Él me dice, ¿por qué te ríes?
Menos mal que el maletero-bazar siempre tiene algún apaño: esas botas que ya no devolveremos porque por suerte están entre Pinto y Valdemoro en lo que se refiere a tallas, ese judogi sudadete, un calzoncillo extraviado. Y así con esa pinta desastrada, reflejo fiel de nuestra vida hecha jirones, esperamos dentro del coche a que vengan los otros mutilados.
Compartimos un brioche con chocolate y naranja, mezcla de sabores que no suele ser del gusto de los niños. Él pasa al asiento de delante y me da un abrazo de esos que dan sentido a los días.