Mira, mamá, sin manos
Si suelto la mano del volante podré ajustarme el moñete. Es que la verdad no sé para qué me quiero dejar la melena tan larga hasta que me tape las tetas porque me da muchísimo calor. Y encima es una batalla perdida, como aquella de la inteligencia te persigue pero tú corres más rápido.
Si suelto la mano del volante puedo pasar esa canción de Ricky Martin que no entiendo a acertar cómo ha llegado a esa playlist en la que no tiene cabida, en otras sí, pero en esta no.
Si suelto la mano del volante como me enseñó a hacer mi amor puedo sacar las gafas del maletero para protegerme del sol vespertino de cuyos peligros nos advertía el fotofóbico profesor de óptica de la carrera.
No asir el volante con ambas manos me permite hacer una coreografía que encajaría mejor con una canción que se refiera al tren chuchú que con la que está sonando en realidad. Así que me doy cuenta de que no pega y el cortocircuito cerebral me pone a mover la mano como si fuera la reina. Si bien poco más compartimos que comprar zapatos idénticos variando solo el color.
No asir el volante me pone en peligro. Al final la psicomotricidad no es uno de mis puntos fuertes, así que debería aceptarlo y no llorar por querer méritos deportivos que no merezco.
No asir el volante me deja hacer dibujos obscenos en el aire como quien pide la cuenta haciendo una broma privada e infantil y reírme sola.
El volante de una vida con cierta libertad para dar bandazos a un lado y otro de una carretera que a veces no está bien asfaltada.
