El pleonasmo de mis arterias

Miguel Calzada
La Recámara de Miguel Calzada
3 min readJan 17, 2017

Era 1992 y yo tenía un libro de Lengua en el que subrayaba el 90% de lo que encontraba escrito. Habíamos superado el ecuador de la EGB y por eso yo subrayaba en amarillo fosforito. Por eso se nos podía tratar de usted. Por eso empezaron a hablarnos de las figuras literarias.

No eran las vidas y obras de los Cervantes y los Dickens, sino las formas no-convencionales de colocar las palabras. Las virguerías expresivas, las filigranas del lenguaje que la literatura debe usar sin pasarse pero sin quedarse corta. Entre el prospecto farmacéutico y el rococó hay un equilibrio en el que, según nos enseñaron, se encuentra la virtud.

Las figuras literarias eran tantas y tan densas que las habían arrinconado en un apéndice. No entraba para el examen, pero estaba ahí. Si uno se tomaba en serio la EGB y abría el libro para ver cómo terminaba, el desenlace eran las figuras literarias en orden alfabético.

Como la anadiplosis, que no era una glándula enloquecida sino empezar un verso con la misma palabra con que termina el anterior (“El general que se convirtió en esclavo / el esclavo que se hizo gladiador / el gladiador que desafió a un Imperio”).

Se empieza con la anadiplosis y se termina dando lecciones a los borregos (la palabra se arrastra para que mantengan la atención) o delirando como Yoda (“El miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio y el odio lleva al sufrimiento”).

La analepsis no era un trastorno digestivo sino un simple flashback. La prolepsis no dolía porque solo era un flashforward. Y la antanaclasis no era mortal de necesidad, aunque siempre inquietaba: “El perro de tu padre me mira mal” o “La locura lo cura” (fantástico libro de Guillermo Borja).

El catálogo de enfermedades incluía metátesis ilustres (“cocretas”, “celebros”), prótesis, sístoles y diástoles. Pero solo una te podía parar el corazón: un pleonasmo mal curado.

A la definición académica del pleonasmo le pasa lo mismo que a la aseveración de que en el equilibrio está la virtud. Suena razonable y a todos nos gustaría creérnoslo, pero en el fondo sabemos que es mentira.

Dice así:

Pleonasmo: emplear una o más palabras que son innecesarias para darle sentido completo a la frase.

Esto es: democracia popular, planes de futuro, cállate la boca.

La definición oficial es mentira porque, en realidad, los pleonasmos se cocinan con palabras de sentido caducado. Palabras que se caen a trozos, que necesitan más sal y más aceite para tragárnoslas sin notar el regusto a rancio. Si pretendemos servirlas en el brunch post-apocalíptico, hay que espolvorearlas con redundancia.

Democracia popular participativa, planes de futuro prospectivos, cállate la boca y no hables.

Así fue cómo, aditivo tras aditivo, escalé por la EGB hasta coronarla. Subrayé y subrayé hasta que todo fue amarillo fosforito. Renuncié al equilibrio y a la virtud para abrazar el rococó azucarado.

Hoy, 25 años después, las grasas saturadas de los pleonasmos fatales obstruyen mis arterias.

Comunicación interpersonal interactiva y me vienen las palpitaciones.

Supuesto hipotético experimental y algo sale mal.

Colofón final. Definitivo.

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Miguel Calzada
La Recámara de Miguel Calzada

Comunicación Digital y otros pleonasmos. Náufrago social al que pescan las redes de los furtivos.