Una rebelión, muchas paradojas: la doble entrevista a Mr. Trazo

Miguel Calzada
La Recámara de Miguel Calzada
7 min readDec 2, 2013

Una entrevista es una trampa. No todo lo que ocurrió en realidad acaba en el texto. Nadie contesta de una manera tan contundente. Nadie pregunta sin circunloquios. Las piezas no encajan.

Una entrevista es mentira en la misma medida en que lo es el cine. En un rodaje quedas decepcionado por el caos y el tedio, las repeticiones, la extrema fealdad de lo que no entra en el campo de la cámara…

Es el montaje, la post-producción, lo que determina el resultado. El problema es que raramente podemos ver una película con dos montajes totalmente diferentes.

Marío Rodríguez, o el artista urbano (cuidadito con llamarle grafitero) que se hace llamar Mr. Trazo, es interesante por lo que hace y por lo que es. También por lo que dice. Y mi problema es hacer algo con lo que él dice.

He hablado con él una sola vez (aunque amplia y reposadamente) y de ahí han salido dos entrevistas totalmente diferentes. Aunque parezca mentira, todo ocurrió la misma tarde, en el mismo bar y con los mismos participantes. Aunque parezca una trampa, es una vía de fuga.

Aquí está la entrevista extensa y paradójica a Mr. Trazo para la web de Nicola Mariani: “La decadencia de los helados”.

Y a continuación, la entrevista breve y directa:

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El niño nacido como Mario Rodríguez (Ciudad Real, 1987) es ahora un hombre de mirada infantil que se hace llamar Mr. Trazo y vive en Cuenca. Un grafitero rural al que no le gusta el rap y que se crió en Brazatortas, un pueblo de apenas mil almas.

Como a todo buen artista, le sobran ideas y le falta dinero. Ha colocado su trabajo en galerías de primera línea y también ha sufrido la indiferencia del público. Hizo florecer un auténtico festival de arte urbano y música electrónica ni más ni menos que en Cuenca, una aventura que ahora se marchita por falta de financiación. Ha ganado y perdido concursos . Ha vendido obras, pero nunca se ha vendido.

Le encontramos en una terraza de Chueca (Madrid), el barrio gentrificado en el que los grafiteros se alquilan por horas para decorar las rejas de bares y fruterías.

Rebobinemos 11 años. Tienes 15. Amanece en Brazatortas (Ciudad Real). El minúsculo pueblo está plagado de grafitis. Los paisanos contemplan esas pintadas y no las comprenden.

Eso era grafiti puro. Salir por la noche y firmar en las cocheras, en los muros, en todo lo que se te pone por medio. Eres un crío y tienes que llamar la atención. La primera vez se armó una buena. Nadie sospechaba de mí. Yo era el niño bueno que no destacaba en nada, el típico chico tímido.

¿Te pillaron?

Nunca. Jamás me han multado por pintar en la calle. Con el tiempo dejé de salir por la noche y empecé a pintar a plena luz del día. Me ve la gente, también la Guardia Civil.

¿Cómo descubriste que era posible salir por la noche y pintar así en las cocheras, en los muros…?

Mi padre era trashumante. Íbamos a Segovia en camiones y al rodear Madrid por las autovías veíamos muchos grafitis. También estaba mi tía, que vivía en Leganés. Nos dejaban con ella para que nos llevase al Prado y al Reina Sofía, pero a mí lo que me llamaba la atención eran las pintadas de su barrio.

Y sin embargo ahora reniegas de la etiqueta de grafitero y te presentas bajo la de artista urbano.

Para mí el grafiti es solo poner tu nombre. Por muy bonita que la pongas no puede ser más que tu firma. Ahora hago otras cosas más elaboradas.

Más subversivas. En “Spanish God” dibujaste un dios bicéfalo (Rajoy más Zapatero) que trastea con las casas como si fuesen juguetes de Lego. Obras que luego aparecen en la calle, en medio de un sembrado, en cualquier sitio…

Pero no es casual. Si veo un espacio que considero adecuado para una obra, intento conseguirlo. O me apropio de él. Me gusta plantar obras en un entorno rural, junto a un árbol, bajo un puente… Aunque lo vea menos gente, la obra me lo pide.

Y no solo en medio del campo. Ahora mismo expones en una prestigiosa galería londinense. ¿Cómo lo lleva tu ego?

Son detalles que te animan a seguir.

No tienes ego de rapero.

No hay que vincular el rap con el arte de la calle. Yo soy más de música electrónica. A mí el rap que se hace en España no me llena. Hay gente interesante, como Kase O con Jazz Magnetism, pero en general es vulgaridad al máximo. Y bastante vulgaridad tenemos ya por todos los lados.

¿Consigue vivir de su arte uno de los artistas con más proyección de toda España?

Solo en parte. Mi obra me da algo de dinero y lo compagino con mi trabajo como diseñador freelance. Diseño web, decoración de tiendas… Pero no estoy registrado como autónomo. No me sale a cuenta. Tal como está la cosa, los encargos que puedo tener son totalmente imprevisibles.

El sistema te anima a que emprendas, a que arriesgues con tus ideas. ¿Qué respondes al sistema?

Que llevo casi dos años intentando montar una promotora de arte urbano. Se habla mucho de emprendimiento, pero detrás de todo eso no hay nada. No hay dinero.

Se te nota frustrado. Ha naufragado tu idea de celebrar, como el año pasado, un encuentro de artistas en Cuenca.

Una iniciativa buena y barata. Un intercambio de ideas, con talleres y trabajo colaborativo. Nutrirnos unos de otros para saber qué piensa cada uno. No solo pintar sino también reflexionar. El año pasado lo financió la Universidad de Castilla La Mancha y una empresa privada. Este año nadie pone un duro. Como mucho nos ceden un edificio, pero hay que comprar algo de material para poder pintar, hay que darle algo de visibilidad al evento… Igual se puede hacer con mil euros, pero ¿quién pone los mil euros?

¿España no es país para emprendedores?

En el arte es complicado. En mi caso tengo muchísima mejor acogida en Londres, en Latinoamérica… Aquí los circuitos son muy cerrados. Las galerías las llevan colectivos que promueven su propio trabajo y se apoyan solo entre ellos. Las ves desde fuera y parecen galerías en las que puede exponer cualquiera, pero no es así. Aunque en la calle consigas un reconocimiento muy grande… en las galerías lo que funciona es otra cosa.

En “Amancio Says You’re Here” la tomas con Amancio Ortega, el gran magnate textil.

La calle es el mejor soporte que tenemos para reivindicar. Es nuestro espacio. En el caso de Amancio no me quedó otro remedio. Había organizado un festival de arte urbano para que los chavales pintasen. Queríamos hacerlo en la calle pero no nos dejaron. Nos obligaron a meternos dentro de un centro comercial. Ya no estábamos en nuestro espacio, estábamos en el espacio de Amancio. “Amancio says you’re here” se instaló delante del Zara con un mapa en el que Amancio Ortega te ponía en tu sitio: “Usted está aquí”, colocándote donde tienes que estar, en sus tiendas y comprando sus productos.

¿Cómo reaccionó el público?

No hubo reacción. La gente entraba a comprar y no se paraba a mirarnos. Iban a lo suyo. Desarmaron nuestro evento porque nos metieron en su envoltorio. Mi proyecto de arte urbano lo metieron dentro de su proyecto de centro comercial. Nos la jugaron. Por eso es tan importante que el arte urbano esté en la calle.

Pero cada vez se ve menos arte urbano por la calle y más en los museos, en las galerías… incluso en el cine. Me veo obligado a preguntarte por Bansky, el grafitero más famoso del mundo, con un documental que fue candidato al Oscar.

Eso es otra historia. Bansky no es ni grafiti ni arte urbano. Bansky es una institución, un organismo internacional, algo así. Ni siquiera creo que sea una persona física.

¿Se innova en el mundo del grafiti?

Lo que hay son tendencias. Si ayer era la moda de meter brillos a la letra, hoy es la moda de las firmas abstractas. Pero así no se llega a nada realmente nuevo. El mayor cambio no está en el grafiti sino en el arte urbano, donde se ha dado entrada a la gente del arte en general, sin preguntarles antes si son grafiteros o raperos. Se ha abierto el círculo. Eso es innovación.

Varios ayuntamientos plantean grafitódromos, lugares apartados en los que alzar muros para concentrar allí a todos los grafiteros y que así no ensucien la ciudad.

No van a conseguir nada con eso. Si me pones una pared y me dices que tengo que hacerlo ahí… Eso ya no es ni grafiti ni arte urbano. En todo caso será arte institucional. O decoración comercial.

Se te sigue notando algo tímido. Sinceramente: ¿no te entran ganas de salir una de estas noches y volver a firmar todo lo que se te ponga por medio?

Claro que sí. Hay veces que estoy de mala hostia y me apetece usar el espray. Pero no en casas ni en cocheras ni en tapias. Me entran ganas de hacerlo en las sucursales de los bancos.

¿Y por qué no lo haces?

Porque mi arte es un arma mejor.

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Miguel Calzada
La Recámara de Miguel Calzada

Comunicación Digital y otros pleonasmos. Náufrago social al que pescan las redes de los furtivos.