La Semilla de Aire

Séptima Parte

Óscar Solano
La Semilla de Aire

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Siempre le tuve miedo a las lagartijas y a los sapos. En general, a todos los reptiles y anfibios. Supongo que porque los dinosaurios me parecían interesantes pero siempre aterradores, y sentía que esos bichos tenían alguna relación porque tenían la cara parecida. En fin, tonteras de uno.

Solo dos veces me ha dado tanto terror una pesadilla que me logra despertar, jadeando, sudando. La primera era con un compañero de cuando trabajé limpiando un banco. El idiota siempre me llevó ley, y en el sueño me arrinconaba en una esquina con un sapo amarillo en las manos, baboso, gigante, con pelotas de moco reventándole en la piel y verrugas cafés del tamaño de narices de payaso. El corazón se me aceleró tanto conforme acercaba el sapo a mi cara que desperté.

La segunda vez que desperté de una pesadilla, Laura estaba en ella. Era una reunión, creo que de gente que había dejado atrás en mi vida. Don Joaquín, me sentí vivo de nuevo. ¿Puede creer lo triste que es eso? En un sueño, me sentí tan vivo como no me había sentido en años, y como no me he vuelto a sentir hasta hoy. Para no cansarlo con detalles; salió un sapo de la nada. Blanco, con la boca abierta, cilíndrico, como hecho de papel pero brillante a la vez. El sapo brincó directo a Laura. Ella empezó a gritar. Sin pensarlo, me avalancé sobre ellos y le arranqué el bichejo de encima. ¿Entiende? La amaba tanto que era capaz de clavarle las uñas a mis miedos si osaban acercársele. Lo hice con una fuerza que mis dedos empezaron a hundirse y el asco se apoderó de mí hasta hacerme despertar. Sentí alivio, porque era una pesadilla después de todo, pero me di cuenta de que mientras ella no estuviera, ese vacío iba a seguir en mí. Y por eso me vine tras ella a Costa Rica.

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